La vida diaria de las familias necesita de trabajo. Hay que conseguir comida,limpiarla,
almacenarla,
cuidarla,prepararla,
servirla a la mesa y limpiar los trastos en los que se prepara y sirve.

Hay que cuidar la limpieza diaria de las camas, el piso, la estufa, los muebles, las ventanas.

Hay que lavar la ropa, tenderla, destenderla, plancharla y remendarla.

Hay que cuidar la seguridad de los niños, acompañarlos, jugar y conversar con ellos, revisar sus tareas escolares, ayudarles a buscar información, atender sus enfermedades y preparar sus fiestas de cumpleaños.

Hay que cuidar el solar, el patio o la azotea, hacer el pago de la luz o del gas, reparar los aparatos domésticos, el techo o las fugas de agua y hay que asistir a las asambleas de vecinos.

En el hogar se lleva a cabo un trabajo intenso y cotidiano que no se nota a simple vista, un trabajo que se realiza diariamente y -en muchos casos- sin que las personas que forman las familias hablen de él o lo valoren. A este trabajo diario lo llamamos el trabajo «invisible».
Todavía, a punto de comenzar un nuevo siglo, en muchos
hogares siguen siendo las mujeres quienes realizan el trabajo «invisible» de las casas. Con mucha frecuencia, los varones no participan en el quehacer doméstico cotidiano. Aun cuando las mujeres trabajen fuera de la casa para producir con su esfuerzo parte de los recursos necesarios, muchas familias esperan a que ellas regresen al hogar y realicen por sí solas los quehaceres diarios. Éste es un acuerdo injusto porque es inequitativo, es decir, porque no pone a los hombres y a las mujeres en una situación de igualdad.

Lo que se conoce como «doble jornada» consiste precisamente en el hecho de que una mujer realice toda una jornada laboral fuera de la casa y llegue luego a su hogar a realizar otra jornada completa de trabajo en la que prepara la comida, limpia el piso, revisa las tareas de los hijos, lava la ropa, la tiende, la destiende y la plancha, asea la estufa y la cocina, remienda calcetines y sale de compras en busca de los mejores precios. Esta segunda jornada puede extenderse a seis, siete, ocho o más horas diarias.

Muchas mujeres realizan solas el trabajo de la casa no porque los varones del hogar estén enfermos, sino porque ellos todavía creen que los quehaceres domésticos les corresponden a las mujeres; y porque ellas todavía creen que esta ley, de origen misterioso, es válida.

Así que, para lograr que hombres y mujeres enfrentemos tareas y responsabilidades en pie de igualdad, tendremos que reflexionar y tomar conciencia de las situaciones de desigualdad y de la inequidad que se oculta detrás de esta manera tradicional de repartir el trabajo invisible en los hogares.

Si logramos una participación igualitaria lograremos ventajas para todas y todos.

Los niños y las niñas podrán sentirse útiles y satisfechos, al lograr nuevas habilidades y desarrollar sus capacidades y aprenderán a considerar desde la infancia, de manera natural, que los hombres y las mujeres tenemos los mismos derechos y las mismas responsabilidades.

Las mujeres podrán desarrollar distintas capacidades al tener tiempo para trabajar, estudiar, descansar, o participar en sus comunidades y se sentirán acompañadas, valoradas y respetadas.

Los varones recuperarán el privilegio de convivir con sus hijos y de transmitirles, de manera directa, sus valores proyectos. Con su presencia frecuente fortalecerán la construcción de las identidades personales de sus hijas e hijos. Y desarrollarán habilidades y conocimientos nuevos: como la preparación de alimentos, o la capacidad de utilizar, de manera inteligente y creativa, los ingresos.

Los grupos sociales también se enriquecerán con la presencia de mujeres más plenas, que a la vez sean esposas, madres, amigas, estudiantes, artistas, artesanas, maestras, trabajadoras o compañeras. Se enriquecerán con la presencia de hombres más justos y más responsables. Y, como grupo, participarán en la construcción de una infancia consciente de que los hombres y las mujeres tenemos los mismos derechos y las mismas responsabilidades, y de que -por lo mismo- merecemos las mismas oportunidades.

Texto tomado de: Chapela, Luz Ma. Familia. Cuadernos de población. CONAPO. México, 1999,Pp. 51-59.