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Soy consciente de que esta es la última vez, en el siglo XX, que el Senado de la República otorga la presea, que al rememorar a uno de sus más ilustres miembros nos impone a todos los ciudadanos de México claras obligaciones para llegar con voluntad vigorosa al nuevo siglo y al nuevo milenio. [...] La Revolución Mexicana no fue sólo el primer gran movimiento social del siglo XX; fue el primero protagonizado por un país pobre, injusto e insatisfecho. Fue, por ello mismo, un movimiento para alcanzar la prosperidad, la justicia y la satisfacción. Fue, también, el primer movimiento del siglo que, genialmente, supo aunar los derechos individuales y los derechos sociales. El Constituyente de Querétaro [...] le dio rango superior al Derecho del trabajo y al Derecho de la tierra, lado a lado con las garantías de la persona, sobre bases jurídicas tan claras, pero, sobre un doloroso trasfondo de lucha fratricida, México creó su propia modernidad. [...] La Revolución Mexicana hizo a un lado el modelo único de desarrollo, propio del Porfiriato, que era en esencia un modelo excluyente. El movimiento por el que luchó y murió Belisario Domínguez propuso un modelo incluyente que abrazase la totalidad de nuestros componentes culturales, México indígena, México ibérico, México mestizo, dándole figura, con ello, a una identidad nacional inconfundible. [...] la Revolución [...] otorgó beneficios sociales y económicos a una población sometida en 1910 a las fatalidades aparentes de la ignorancia y de la injusticia. La unidad del país permitió, en gran medida, rápidos avances en materia económica, de comunicaciones, de salud; pero sobre todo, los regímenes revolucionarios educaron. Enseñaron el alfabeto a un país, 90% iletrado, en 1910; rescataron las tradiciones indígenas, coloniales e independentistas del país.
La educación mexicana, en otras palabras, creó ciudadanos donde antes había sujetos. [...] La demanda ciudadana a favor de la democracia, no fue, pues, ni una concesión desde arriba, ni un ciego impulso desde abajo; fue, ha sido, y seguirá siendo una cita concertada entre la voluntad política de un pueblo sabio, y la voluntad política de gobernantes responsables. El terrible drama que sacudió a nuestro país en octubre de 1968 puso de manifiesto que la ciudadanía había desbordado al poder, y que los mexicanos habíamos aprendido bien la más profunda lección de Belisario Domínguez, de Francisco I. Madero y de Emiliano Zapata. Desarrollo sí, pero con justicia; justicia y desarrollo sí, pero con democracia, y democracia sí, pero con desarrollo y justicia. Nos acercamos a un nuevo siglo, convencidos de que los tres árboles que le dan fuerza y amparo a nuestra nación: desarrollo, democracia y justicia son inseparables; nacen del tronco de una misma aspiración, los nutre una savia común. Por eso nos duele tanto la separación que aún percibimos entre el rápido avance democrático del país, y los tremendos rezagos, y las intolerables injusticias que aún nos aquejan. [...] Los problemas del año 2000 ya no son los del año 1900; aquéllos eran los problemas del retraso abismal, de la marginación política, social y cultural de grandes masas, de la inmensa mayoría de la población. Éstos, los de hoy, son los problemas de las insuficiencias inadmisibles; de las conciencias exigentes que nos dicen: mucho se ha logrado, pero lo importante es no sólo saberlo, sino exigir que ahora se logre lo mucho que aún falta por hacer, hemos pasado de la revolución de las armas a las armas de la política. La grandeza misma del país, sus realizaciones materiales, políticas y culturales a lo largo de este ciclo, son las realidades que nos piden más y mejores soluciones para los problemas de hoy. Muchos de ellos generados por el desarrollo mismo; pero otros determinados por la persistencia de antiguas, antiquísimas injusticias y desigualdades. [...] Sabemos quiénes somos, sabemos dónde estamos, vivimos en un mundo globalizado; no es un mundo justo, pero puede ser un mundo mejor. No aceptamos una globalización que sólo mundialice la miseria. Y ello puede ocurrir, está ocurriendo... [...] Y ya hay 2 mil millones de pobres en el mundo, sólo en nuestra América Latina uno de cada cinco habitantes padece hambre; y la mitad de la población, 200 millones de latinoamericanos, vive o sobrevive con menos de 90 dólares al mes. En el Hemisferio Norte, 20% de la humanidad recibe 80% del ingreso mundial, mientras que en el Sur la tercera parte de la humanidad vive en condiciones de extrema pobreza. ¿Cómo resolver esta situación? Más que con la ayuda desde afuera nos toca pensar cómo nos podemos ayudar desde adentro. Hay un acuerdo general que la educación es la vía más segura para superar desde la base, dentro de cada nación, este estado de cosas; pero la mala distribución del ingreso mundial se refleja también en el desperdicio global de recursos para la educación. Es inaceptable [...] que un mundo que gasta aproximadamente 800 mil millones
de Tan sólo una rebaja de 1% en gastos militares en el mundo sería suficiente para sentar en un pupitre y frente a un pizarrón a todos los niños del planeta. Y no hay ni habrá recurso más seguro para acortar la distancia entre la velocidad del desarrollo técnico y científico en el primer mundo y su retraso en el nuestro que el camino de la educación. [...] La velocidad y universalidad de las comunicaciones es una de las grandes bondades de la globalización. [...] El aspecto más positivo de la información global, sin embargo, es que ha logrado universalizar el concepto de los derechos humanos y que le ha otorgado a la violación de dichos derechos, carácter no sólo universal, sino imprescriptible. [...] Démosle al fenómeno global, que es un hecho y no va a decirnos adiós, su dimensión nacional y humana. Devolvámosle su centralidad al ser humano, al capital humano, abogamos por una mayor justicia en la relación norte-sur, ciertamente, pero la calidad empieza por casa y lo primero que los mexicanos debemos preguntarnos es: ¿con qué recursos contamos para sentar las bases de un desarrollo que nos permita ser factores activos del veloz movimiento hacia el siglo XXI? [...] Celebramos hoy en nombre de Belisario Domínguez la virtud de los espacios cívicos; de los espacios cívicos en los que la sociedad encuentra instituciones que le dan respuesta y las instituciones son objeto de vigilancia, de fiscalización por parte de la sociedad.
La cultura, para regresar al punto de donde arranqué, es obra de la sociedad entera; es la sociedad la que la crea, la mantiene y la transmite. Nuestro país tiene, cierto, muchas carencias. La cultura no es una de ellas; la continuidad y riqueza de nuestra civilización nace en el alba indígena, se prolonga en la mañana de la Nueva España, como la llamó Alfonso Reyes; se raya de indio, de moro y de español, como dijese Ramón López Velarde; pero también de judío, de griego y de latino; se hace en la independencia contemporánea del Siglo de las Luces; readquiere en la Reforma el perfil de un Estado nacional, donde antes privaba la anarquía desangrante, y finalmente trasciende la falsa, de haber progreso sin libertad, para juntar en la Revolución todos los hilos de una cultura múltiple, variada, centrada en México, pero abierta al mundo. Somos dueños de la identidad mexicana, seamos ahora partícipes de la diversidad mexicana. Digo cultura y digo conocimiento. Digo cultura y digo de nuevo educación; pero digo educación, y pienso no sólo en escuelas; sino en talleres, fábricas, en centros de salud, en comunicaciones y pienso en hogares. Digo educación y pienso en capital humano, no sólo abundante, sino enérgico, inteligente y necesitado de instrumentos y hábitat básicos para rendir óptimamente sus frutos. Digo educación y pienso en iniciativas ciudadanas; pienso en la vida municipal; pienso en educación y pienso en política fiscal, ahorro, inversión, atracción de capitales productivos, liberación de la mujer, protección del medio ambiente, fortalecimiento de la empresa privada productiva del Estado regulador y de las organizaciones de la sociedad civil que le den, en su conjunto, el techo protector suficiente para su desarrollo a las mayorías desposeídas de México. Pienso en educación para eliminar la injusticia, el abuso, la discriminación, la falta de respeto a nuestros conciudadanos y, sobre todo, la corrupción; la corrupción que es la forma más brutal de robar a los pobres. Pienso en educación y pienso en una cultura de la legalidad, que despida para siempre la incultura de la arbitrariedad. Pienso en educación y pienso en tolerancia; pienso en educación y pienso en experiencia; pero pienso en experiencia y pienso en destino; destino de los actos y destino de las palabras. Don Belisario Domínguez unió ambos destinos; habló y actuó. Demostró que no es cierto que sólo la acción cuenta y la palabra no importa; para él —es su gran lección— la palabra y la acción caminaban de la mano en días de sol y en noches turbias. Muchas gracias. |
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* http://www.senado.gob.mx/medalla_belisario.php?lk=docs/1999.html En Internet. Otros sitios relacionados con el tema: |
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