Los efectos de
la televisión sobre los niños Eleanor E. Maccoby
¿Es la televisión efectivamente
dañina a los niños? En particular, ¿tiene algo
que ver con la delincuencia juvenil? La violencia en algunos programas
de televisión, ¿hace que los niños se comporten
en forma más violenta? ¿Existen algunas clases de
niños para los cuales es más probable que tenga la
televisión efectos malos?
Hace sólo poco más
de una década que el aparato de televisión se convirtió
en parte del mensaje de casi todas las casas norteamericanas. Y
la televisión ha hecho asequible a un gran número
de familias de Europa occidental sólo durante los últimos
años. En este corto tiempo, la televisión ha producido
grandes cambios en las vidas de los niños.
Cuando se inició la televisión,
se tenían grandes esperanzas y grandes temores acerca de
lo que serían sus efectos. Los optimistas creían que
educaría a los niños en el sentido más amplio
posible, dándoles una oportunidad para aprender acerca de
las ciencias y acerca de la vida humana en otras tierras, en una
forma tan fascinante, que el proceso de aprender sería una
diversión en lugar de un trabajo. Los pesimistas se preocupaban
sobre si demasiada televisión dañaría la vista
de los niños, si los retiraría del juego activo y
si los corrompería, al mostrar demasiado crimen y violencia
y si se injeriría en el estudio y aprendizaje de las materias
escolares.
¿Cómo, pues, podemos
intentar seguir los efectos de la televisión per se? ¿Cómo
podemos intentar seguir los efectos de aquéllos que han sido
producidos por otras condiciones sociales importantes, que han estado
afectando con su influencia a los niños, al mismo tiempo?
Un método sería encontrar niños que crecen
con televisión y compararlos con otro grupo de niños
que están creciendo en la misma generación y en circunstancias
similares, pero sin televisión. En esta breve exposición,
naturalmente, no puedo describir y analizar todos estos estudios.
Simplemente resumiré, lo mejor que pueda, aquello que considero
que es el resultado de los mismos.
Abrumadoramente, los niños
eligen ver los programas que divierten más bien que los que
educan. Sus programas favoritos son caricaturas, aventuras del Oeste,
dramas de animales y crímenes, así como comedias de
situaciones familiares. Una gran cantidad del tiempo que dedican
los niños a la televisión se dedica a programas primordialmente
producidos para los adultos. En un estudio, los niños de
primer año dedicaban el 40 por ciento del tiempo de la televisión
a lo que la mayor parte del auditorio llamaría programas
adultos y, para los niños que se encontraban en sexto grado,
las cuatro quintas partes de los programas que veían eran
programas de adultos.
Sin embargo, el saber qué
tiempo dedican los niños a la televisión y las clases
de programas que siguen generalmente, no nos dicen mucho acerca
de los efectos de esta actividad.
Existe alguna prueba de que la televisión
es una experiencia estimulante para los niños muy jóvenes,
ya que los niños que tienen acceso a la televisión
durante los años preescolares han llegado a la escuela con
vocabulario más rico que los niños que no tienen las
experiencias que da la televisión. Pero la diferencia de
vocabulario desaparece pronto bajo el efecto de la educación
escolar, de manera que parece que el ímpetu inicial que da
la televisión al aprendizaje del lenguaje no constituye una
ventaja duradera.
Sorprendentemente, la televisión
no parece inmiscuirse en forma sustancial con la lectura de libros:
los niños parecen leer la misma cantidad de libros, independientemente
de que tengan o no televisión en casa.
He mencionado antes que muchas personas
se han preocupado acerca de la cantidad de violencia y crimen que
ven los niños en la televisión y se han preguntado
si esto puede servir para aumentar la agresión exhibida en
la vida real por los niños que ven los programas. No puede
fácilmente hacerse caso omiso de la posibilidad de que estos
episodios de televisión estén enseñando un
comportamiento agresivo a los niños. Sin embargo, es difícil
determinar si esto es realmente así. Se ha descubierto que
mientras más horas dedique un niño a ver televisión,
se encuentra más propenso a expresar impulsos agresivos en
las pruebas de personalidad que tienen por objeto la medición
de sentimientos hostiles. Pero no sabemos si las numerosas peleas
que ven los niños en televisión los hayan hecho sentirse
más agresivos o si, por el contrario, prefieren ver mucha
televisión debido a que ya tienen los impulsos agresivos
y encuentran que la televisión satisface sus impulsos.
Una deficiente educación
en el hogar y las pandillas callejeras, constituyen indudablemente
influencias más potentes en el hecho de que un niño
se convierta en buen o mal ciudadano que cualquier cantidad de programas
de televisión. Pero, ¿podemos decir que los programas
de televisión hayan constituido alguna diferencia por sí
mismos?
Los niños aprenden mientras
siguen el espectáculo, ya que cuando han sido presentados
con condiciones apropiadas más tarde, llevarán a cabo
las mismas acciones que vieron en la pantalla.
Si éste es el caso, ¿por
qué no vemos a los niños imitar a los héroes
de televisión con más frecuencia? Como señala
Bandura, el meollo del problema se encuentra en si el niño
tiene los mismos instrumentos a mano. No habrá de imitar
un latrocinio en el cual se fuerza una caja de seguridad, debido
a que nunca se encuentra una situación en que esté
solo con una caja de seguridad y un juego de herramientas de ladrón
a su lado.
He señalado alguno de los
efectos que ha descubierto la investigación en televisión
sobre algunos niños bajo ciertas condiciones. Me gustaría
subrayar que la televisión no es ni siquiera la principal
influencia sobre las actitudes y valores de los niños en
la mayor parte de las esferas de la vida. Cuando la televisión
presenta valores y modelos de comportamiento que no son consecuentes
con los valores que los padres presentan a sus niños, no
hay razón para creer que la influencia de la televisión
sea fundamental.
Creo, sin embargo, que es importante
considerar los efectos generales sobre los niños tomados
como grupo. He tratado de resumir la prueba acerca de estos efectos.
No existen, ciertamente, muchos estudios satisfactorios. Los que
se han llevado a cabo hasta ahora señalan en forma bastante
consecuente hacia ciertos efectos: hay razón para creer que
las actitudes y creencias de los niños pueden ser conformadas
por lo que ven en la televisión y que producen en el niño
emociones e impulsos equiparables a los presentados por lo personajes
que aparecen en la pantalla; es una conjetura razonable que el niño
responde en concordancia a los estados emocionales descritos en
la pantalla, ya sean éstos emociones de ira, sentimientos
sexuales, alegrías o altruismo en sacrificio propio.
Todo esto significa sencillamente
que la televisión es parte del ambiente total que nosotros,
como una sociedad de adultos, ofrecemos a los niños. Aunque
la televisión es un elemento relativamente nuevo en este
ambiente, ya está produciendo su parte de la influencia que
conforma los pensamientos y acciones de los niños. Supongo
que esto significa que los ciudadanos informados deben ocuparse
en la televisión, tomar cierta responsabilidad por ella y
aplicar normas de evaluación a la misma, en igual forma que
lo hacen para otros aspectos importantes del ambiente que afectan
a los niños; por ejemplo, la escuela, o las condiciones que
afecten la salud y seguridad de los niños. Existen en esto
algunos puntos complejos de política. Ciertamente, hay espacio
para diferencias de opinión acerca de dónde debe descansar
la responsabilidad para guiar las actitudes de los niños
y para incorporar normas de gusto y calidad a los programas que
se ofrecen a los espectadores. Pero no podemos abrigar ya muchas
dudas de que la televisión constituye una fuente importante
de influencia sobre los niños y, como tal, es un objeto legítimo
de preocupación y acción públicas.
Schramm, Wilbur,
La ciencia de la comunicación humana.
(Versión resumida), México, 5ª. Ed. Roble, 1975.