La lengua tiene historia*

Por supuesto, una lengua tiene un origen. Todos sabemos que el español proviene del latín, río al que se le agregaron los caudalosos afluentes griego y árabe, para no hablar de las corrientes que formaron sus fuentes y de otras que desembocaron en el mismo cauce a través de los siglos, incluso en América. Las palabras, en cuanto elementos de la lengua, también tienen una historia. Recordemos la de algunas que usamos cotidianamente.

Cosmético es un derivado de la palabra griega cosmos. Esto es evidente a los oídos y a la vista y no hace falta abundar en explicaciones. Lo que en cambio resulta interesante es constar que cosmos significa "mundo, universo", y antiguamente también "orden", "buena distribución". El cosmos era, para los griegos, lo opuesto al caos. ¿Cómo pasaría ese sentido a cosmético? Probablemente se interpretó que los lápices de labios, las sombras para los ojos, los polvos y demás cremas ponían la cara en orden. Quizá, al igual que los griegos, los salones de belleza vuelven el "caos" en un "cosmos" mediante los cosméticos. Así puede la gente salir, con otro derivado de la misma palabra, sintiéndose, cosmopolita, o "ciudadana del mundo".

Todos sabemos el significado de venerar y de venéreo, pero es difícil suponer que palabras tan opuestas tienen una misma madre: la diosa latina Venus. Resulta que a Venus los romanos la colmaban de honores, la veneraban, de donde es derivado el sentido de "honrar, respetar" que también se nota en venerable, aplicado sobre todo a los ancianos. Por otra parte, como era la diosa del amor, las enfermedades ocasionadas por tan romántico motivo se llamaron venéreas, las cuales, por supuesto, no son motivo de veneración. Para ampliar más la familia, los griegos llamaban Afrodita a la diosa del amor. De esa palabra provienen los afrodisiacos que pueden conducir a situaciones eróticas, palabra que proviene del nombre del hijo de Afrodita: Eros, o Cupido para los romanos.

Caníbal nos suena a palabra africana, pero su origen está mucho más cerca: proviene de canibal, es decir, del Caribe. Cuando Colón pasó por las actuales islas de Cuba y Santo Domingo encontró a unos indios que se llamaban calina, o sea "los fuertes". Estos fuertes, según parece, tras vencer en una batalla se comían a los enemigos, quizá para equilibrar su dieta con un poco más de proteínas. La palabra, en otros labios, se modificó en caniba y de allí pasó a la que todos conocemos.

Es sabido que en los países árabes se fuma hachís, un enervante similar a la mariguana. Sucede que a principios del siglo XI (aunque en español se documenta a mediados del XII) un líder religioso convenció a sus discípulos de que acabaran con los dirigentes que se oponían a él. La manera en que convencía a sus seguidores para que ejecutaran matanzas era haciendo que fumaran hachís, lo que les producía alucinaciones y les daba valor. Por eso los dicípulos fueron conocidos como haschichin o '"fumadores de hachís". Los europeos, de acuerdo con sus propios usos lingüísticos, transformaron esa palabra que en español se convirtió en asesino.

La palabra trabajo, tan de uso común -desde el punto de vista conceptual, no necesariamente real- nos suena hoy bastante neutra, sin valores connotativos. En latín no era así, ellos usaban, para las ocasiones formales, la palabra laborare, que en nuestro idioma ha dado laborar -restringida a usos proletarios, no obstante su origen elegante-, laborare incluso laboratorio, donde tarnbién se labora, aunque sea bajo la sombra. Cuando el asunto se ponía difícil y el trabajo era agobiante, los romanos preferían el término tripaliare, palabra del latín vulgar que significaba "torturar" y que se deriva de tripalium, un instrumento de tortura. Así que el equivalente actual del antiguo tripaliare no es trabajar, sino joderse u otros equivalentes. Seguramente todos hemos escuchado, a propósito de la labor, expresiones como "Nos vemos, tengo que llegar temprano a la joda".

Nuestro lenguaje, puesto que está vivo en los labios y en los oídos de todos los hispanohablantes, sigue cambiando para adaptarse a nuestras nuevas necesidades. Esos cambios, sin embargo, no son muy aceptados cuando provienen de los grupos marginados, uno de los cuales está formado por los jóvenes. En esos casos decimos que "están echando a perder nuestro español" o cosas semejantes. No nos gusta, por ejemplo, el lenguaje de la onda, quizá porque ya no somos jóvenes. Y no nos gusta que un chavo le diga a su posible morra algo como "Me pasas un resto, ¿la hacemos?" en lugar de proponerle, con la fórmula anticuada, "¿Quieres ser mi novia?" Naturalmente, la nueva solución es más conveniente, porque es menos comprometedora. La chica puede contestar "sí" o "no la hacemos", y nadie se ofende, como sucedería si ella dijera que no quiere ser la novia del galán.

Hay recursos excelentes que provienen del lenguaje popular. Uno de ellos es el que encontraron los vendedores ante el dilema de decir si la cliente es señora o señorita. Solución: es seño, término que, dicho sea de paso, deberían adoptar las feministas. Definitivamente, es mejor que el que encontraron en inglés. En esa lengua, para evitar la diferenciación -con o sin marido- que implican Miss y Mrs. (esta última abreviada para que no signifique "amante"), propusieron Ms. (también en abreviatura) expresión artificial que nadie sabe bien cómo pronunciar.

¿Y no es acaso más claro para fines comunicativos diferenciar el presente del pasado en ciertos verbos? Pues el uso oculto no lo hace en algunos casos y dice "hoy salimos" y también "ayer salimos", en cambio, en el habla popular se diferencia muy bien "hoy salemos" y "ayer salimos", gracias al sentido común que los conduce a regularizar la conjugación. Frente a esto, nadie parece escandalizarse por los cambios que hacen los rebuscados generadores de eufemismos. En la ciudad de México he encontrado varios. Sucede que allí ya no hay perreras como antes, sino "centro de concentración canina". Tampoco hay cárceles ni penitenciarías; ahora son "reclusorios" o "centros de readaptación social". Los jardines o parques se van perdiendo: en su lugar tenemos las muy contemporáneas "unidades ecológicas" igualmente descuidadas. Los exámenes de las escuelas también se acabaron: ahora hay "evaluaciones". Y los profesores y maestros también se perderán: su lugar será ocupado por los "docentes". La incapacidad para comprar comida se llama "baja del poder adquisitivo" y la carestía, "inflación", la cual ha sido ocasionada por el "reajuste económico". Tal vez, como alguien dijo por allí, los especuladores son, simplemente, "inversionistas". Y para terminar con esta parte de nuestra cultura lingüística, conviene saber que las compañías que fabrican plumas fuente y otros instrumentos para escribir con tinta ahora se describen así: The Parker Company-Conductores de Líquidos". Cuando lo vi escrito en una camioneta de la mencionada compañía pensé que fabricaban mangueras o tubos para el drenaje.

*Raúl Ávila, Lengua y cultura.
Ed. Trillas, México, 1993.