MEDIOS
Héctor Aguilar Camín

Los medios de información han sido protagonistas centrales de la transición política de México. Quizá es tiempo de que empiecen a volverse sus conductores: no sólo los espejos críticos y los heraldos del cambio, también los ingenieros de la nueva gobernabilidad democrática de México.

Los medios y sus audiencias tienden hasta ahora a premiar con su atención el desacuerdo y el conflicto. Ya se sabe: las buenas noticias no son noticias. Pero de lo que el país está urgido no es de desacuerdos y conflictos, los tiene de sobra, sino de acuerdos y caminos practicables.

Se dirá que los medios no están para transformar la realidad sino para reflejarla, que su tarea no es para dirigir al país sino mantenerlo informado, no resolver los problemas sino traerlos desnudos a la atención pública. Se dirá también que los medios no son culpables de lo que reflejan, del mismo modo que el termómetro no es responsable de la fiebre.

Todo eso es cierto, sin duda. Pero en el momento que vive México, y ante los años de competencia y discordia política que se avecinan, quizás sea necesario que los medios jueguen de otro modo, en defensa de su propia libertad y para consolidarla. Quizá deban levantar la mira y asumirse como los árbitros de la competencia, no sólo de los cronistas que narran a gritos subrayando los golpes del juego que enervan más al público y a los jugadores.

Es un hecho que en el momento actual de México, los medios no sólo reflejan sino también definen los grados de fiebre de la opinión pública. Una encuesta gubernamental de principios de año que no se ha hecho pública, mostró que una mayoría de la población dice estar satisfecha con su situación personal, al tiempo que también una mayoría tiende a ver como insatisfactoria la situación del país. Lo que explica esa contradicción, según los autores de la encuesta, es la influencia de los medios: los medios ofrecen a los mexicanos una visión del país menos satisfactoria que la realidad que los mexicanos perciben por sí mismos en su vida personal.

Vista globalmente, la estrategia de cargar las tintas puede ser suicida para los medios mismos. Proyecta hacia el interior y hacia el exterior la imagen de un país de riesgo. Eso cuesta, regresa como baja y retira la inversión, lo cual restringe a su vez el entorno económico, y la oportunidad de crecimiento y negocio de los medios. Un descenso del consumo y, por tanto, de los presupuestos publicitarios de las empresas y el gobierno, es mala noticia para los medios de todos tamaños y colores. Para los medios de mayor envergadura, que cotizan en la bolsa y han colocado acciones en el exterior, la imagen de un país de riesgo que ellos mismos difunden acaba mordiéndoles la cola: conspira contra el valor presente y la confiabilidad futura de sus propias acciones.

La situación de competencia política que se avecina plantea una oportunidad excepcional para los medios porque en ellos habrá de verificarse, sobre todo en la televisión, la verdadera competencia por los votos. Lo estamos viendo ya en las campañas desplegadas por varios precandidatos. Son estrategias de publicidad política que suplen los discursos, los programas y las giras. Los medios definirán en última instancia las reglas de la competencia que viene, premiando con su atención una cosa o la otra. Si premian el conflicto y el escándalo, la contienda será conflictiva y escandalosa. Si premian la civilidad y la seriedad, la contienda será civilizada y seria. Los políticos bailarán al son que les toquen los medios, porque no pueden darse el lujo de que los medios no los saquen a bailar.

Así las cosas, por el lugar central que ocupan en la contienda, los medios pueden volverse promotores de los acuerdos mínimos de gobierno que debe haber entre los candidatos, acuerdos que otorguen certidumbre de mediano plazo sobre las premisas del desarrollo del país. Esos acuerdos mínimos en materia económica y política -no los programas de gobierno, sino las reglas básicas que ningún programa tocará- son fundamentales para darle a la contienda un piso de estabilidad y certidumbre, el piso que no será alterado llegue quien llegue al gobierno.

Ésta es una tarea básica de la gobernabilidad democrática: la consolidación de un núcleo duro de acuerdos nacionales que nadie desafía y nadie puede cambiar. Los medios no pueden crear solos ese núcleo duro que hace confiables a los países en el largo plazo. Pero será imposible llegar a esos acuerdos sin una participación activa de los medios. Los medios han sido hasta ahora protagonistas del cambio, la crítica y la pluralidad. Pueden y deben volverse estos años protagonistas del acuerdo, la convergencia y la certidumbre.