Los teléfonos públicos
son un servicio muy conveniente; o, mejor dicho, serían un
servicio muy conveniente si no fuera tan malo.
No sé quién es el
que determina dónde y cómo se han de instalar los
teléfonos públicos, pero según todo parece
indicar, esta persona tiene la impresión de que por teléfono
nunca se dice nada serio, ni confidencial, porque los teléfonos
públicos lo son, no sólo porque cualquiera puede usarlos,
sino porque cualquiera puede oír lo que dice el que los está
usando excepto, en muchos casos, el que está del otro lado
de la línea, porque la transmisión suele ser defectuosa.
Esta persona también tiene la impresión de que los
camiones no hacen ruido, porque los teléfonos están
a los cuatro vientos.
Los teléfonos que están
en farmacias no se pueden usar, porque siempre hay un señor
que está pidiendo una lista de medicinas con nombres inventados
por un cerebro electrónico. Los teléfonos que están
en restaurantes tampoco se pueden usar, porque el ruido de la sinfonola
impide oír lo que dice el que está del otro lado de
la línea, y muchas veces, lo que piensa el que está
en el restaurante. Además, tienen la desventaja de que el
que está del otro lado de la línea cree que está
uno en una juerga divertidísima, cuando en realidad está
en un lugar desolado, en donde venden rica pancita todos los días,
y mole poblano, los domingos.
En muchos estanquillos hay "teléfonos
trampa", que probablemente no tengan línea, y probablemente,
también, ni sean teléfonos. Son unos aparatos muy
parecidos a los teléfonos que tienen la particularidad de
producir el sonido llamado "línea", y cuya función
termina en el momento en que el veinte desaparece por la rendija.
Los teléfonos que están
en caseta tienen otra clase de inconvenientes.
Las casetas con puertas son, a veces,
inútiles, porque no se puede salir. Estos problemas se acaban
cuando alguien llega y se lleva las puertas. Hay quien colecciona
auriculares, y anda por las calles, con unas tijeras, buscando casetas
y cortando cables. Hay quien piensa que las casetas son excusados
públicos. Hay, también, quien se divierte poniendo
veintes en la vía del tren y echándolos, ya que están
hechos tortilla, en la rendija de algún teléfono.
Las casetas de puerta tienden a
desaparecer y están siendo sustituidas por unos escudos de
plástico que no permiten la entrada a nadie que tenga más
de treinta centímetros de envergadura.
Por si fuera poco, ahora nos han
prometido nuevos teléfonos públicos, que funcionan
echándoles un tostón, que es una moneda casi desconocida
en nuestro país. Tienen la ventaja sobre los anteriores,
de que a los tres minutos de conferencia, se corta la comunicación
y para seguir hablando hay que echar otro tostón.
*Ibargüengoitia
Jorge. Viajes en la América ignota.
México, Joaquín Mortiz, 1989, pp. 77-78.