::Editorial::


Tiempo de reconocernos distintos

 

La cultura es un factor central a partir del cual los individuos construyen y conforman sus identidades personales y nacionales, la UNESCO la define como el conjunto de rasgos espirituales, materiales, intelectuales y afectivos que dan vida y caracterizan a un grupo o sociedad determinada y que abarcan además de las artes y las letras, los modos de vida, las maneras de vivir, los sistemas de valores y las tradiciones.

También reconoce que para el género humano, la diversidad cultural es tan necesaria como la diversidad biológica lo es para los organismos vivos, razón por la que constituye un patrimonio común que pertenece a la humanidad y que debe ser reconocido y salvaguardado en beneficio de las generaciones presentes y futuras, ya que también es fuente de desarrollo económico, intelectual, moral y social. Asimismo, considera que todas las culturas tienen el derecho a desarrollarse en condiciones de igualdad, por lo que identifica la permanencia de la diversidad cultural como un derecho humano.

México, como sociedad, es cada día más complejo; en el conviven múltiples culturas que interactúan y que tienen los mismos derechos. El Estado mexicano, en el ámbito nacional, ha adoptado medidas legales para reconocer la diversidad cultural de todos y cada uno de los grupos y pueblos que integran la nación, a través, por ejemplo, del Artículo Segundo de la Constitución; mientras que en el internacional ha adquirido compromisos en el mismo sentido, tales como la firma de la Declaración Universal de Derechos Humanos que emitió la ONU, el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo y la Declaración Universal de la UNESCO sobre Diversidad Cultural.

No cabe duda de que hoy día, desde el punto de vista de la cultura democrática, la intolerancia, el menosprecio y la falta de respeto hacia quienes son estigmatizados como inferiores en función de su origen étnico, religioso, de género u otros, son obstáculos muy serios para la concreción de formas de relación social, económica, cultural y política donde prevalezcan el bienestar y el respeto. Sin embargo, en la vida cotidiana estos obstáculos continúan presentes y, en muchas ocasiones, somos partícipes de ellos sin apenas darnos cuenta.

La interculturalidad es una visión y una forma de vida; es una forma de relación con los demás de manera abierta, horizontal, incluyente y respetuosa; es una forma de conocimiento, comprensión y valoración de los otros, de quienes son distintos a uno, a partir del conocimiento, comprensión y valoración de lo propio. Vista así, la interculturalidad es posible desde nuestra interacción con el ambiente cercano y, lo más importante, desde nuestra práctica educativa. ¿Lo quieres reflexionar?