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El humo de la primera fumada entró a mis pulmones y sentí que me quemó la garganta; sin embargo, le di el “golpe” como mis amigos me dijeron que hiciera. Tenía 18 años cuando todo esto comenzó. Al principio creí que fumar era un juego, fácil, agradable y divertido que me daba “personalidad”. Mis familiares, fumadores también, me aplaudieron el día que empecé a fumar, pues ya me estaba “convirtiendo en todo un hombrecito” y mis cuates me admitieron con facilidad en la palomilla. |
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Comencé dando ‘una fumada’ al cigarro, la verdad no fue nada agradable, pero empecé; después fumé uno completo, pasé rápidamente a fumar dos, tres, cuatro y hasta cinco al día. Llegué a fumar hasta una cajetilla a la semana. Eso para mí era una verdadera hazaña. Me sentía importante e interesante con las chicas. Además, fumar me provocaba placer y me sentía fuerte; pero mi resistencia al deporte fue bajando, ya no aguantaba jugar al fútbol como en el tiempo de secundaria; sin embargo, no me preocupó, dejé que los demás jugaran por mí. Algunos amigos verdaderos me advirtieron de mi error; pero no los tomé en cuenta. “Te vas a lastimar los pulmones si sigues fumando de esa manera”, me decían. A los 15 años de fumar como chacuaco* me sentí extraño, me dio una tos continua, arrojaba flema y me comenzó a dar una extraña punzada en el pecho y espalda. “Tal vez es el exceso de trabajo”, pensaba para tranquilizarme. Jamás fui a una revisión médica, no tenía caso, yo me sentía sano y fuerte. Así pasaron 20 años de ser fumador empedernido. Para ese tiempo llegué a fumar una cajetilla diaria, me sentía triunfador. Cuando me di cuenta, estaba tan flaco que me dio miedo: me parecía que tenía el ombligo pegado a la columna vertebral; mi aspecto pálido y flacucho alarmó a mis familiares y amigos, quienes nuevamente intentaron ayudarme. Comencé a comprender el daño que estaba haciendo a mi cuerpo. Un día, al amanecer, desperté casi ahogándome, no podía respirar y la garganta la sentía prácticamente cerrada. Ese día decidí ir a una consulta médica. Después de una infinidad de preguntas para mi expediente, el médico revisó los latidos de mi corazón, mis pulmones, riñones y después se quedó muy pensativo y serio. Me pidió hacerme unos estudios para estar seguro del diagnóstico, me sugirió suspender el cigarro por tener riesgo de alguna enfermedad en mis pulmones; aun así no hice caso. Sentía la necesidad de fumar y ahora el pretexto era estar preocupado por mi salud... ¡Qué contradicción! Al llevar los resultados de los estudios (unas radiografías) al médico, su seriedad pasó a ser mayor. Me habló secamente y me dijo que tenía cáncer en uno de mis pulmones y que la causa era el abuso del tabaco. Sentí que el suelo se abría bajo mis pies. ¡Eso no podía ser! Recordé inmediatamente aquellos bellos paisajes que pasaban en la televisión, en los comerciales de cigarrillos o los otros en los que se ve que alguien fuma y lo rodean inmediatamente las mujeres como “abejas al panal”, en realidad es que había sido terriblemente engañado, porque eso no tiene nada ver con la vida real. Tarde me di cuenta de que los comerciales para la venta de cigarros tenían un pequeño mensaje casi invisible que dice: Fumar puede provocar cáncer. Hasta ese momento hice caso, pero por desgracia fue demasiado tarde. Actualmente estoy en tratamiento, afortunadamente me han quitado el tumor y los médicos dicen que en unos meses me repondré de la operación. Aunque tendré algunas dificultades para respirar, el cáncer no afectó mi otro pulmón ni otra parte de mi cuerpo. Después leí que el cigarro tiene aproximadamente cuatro mil sustancias químicas y al menos cuarenta y tres de ellas son cancerígenas. Al principio, estimulan el sistema nervioso de nuestro cuerpo, pero después provocan una adicción incontrolable. Algunas de estas sustancias son el alquitrán y la nicotina, las demás casi todas son sustancias tóxicas que dañan poco a poco las células de nuestro cuerpo. Afortunadamente vivo para contarlo y ahora hago todo lo posible por convencer a mis amigos para que dejen el tabaco, porque dicen por ahí que las palabras convencen, pero el ejemplo arrastra. |
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*Chacuaco: chimenea alta, particularmente la de los ingenios azucareros o de las fábricas. |