Al recordar a Cora me invadió
la nostalgia. Busqué entre mis papeles más viejos una libreta
en que escribí mi diario de 1937 a 1939. Allí cuento la historia
de mi primer amor en México, de mi primera pasión, de la tragedia
de dos jóvenes que se amaron cruelmente.
Lunes
1° de agosto. Pedirle perdón a Cora
me pareció lo más natural del mundo. Me consolaba la idea
de ofrecerle disculpas por las cosas tan groseras que le tuve
que decir. Luego decidí no hablarle y me indigné conmigo mismo
por el solo hecho de haber pensado en llamarle por teléfono
para pedirle disculpas. Todo el día me lo pasé henchido de
vergüenza hasta las más hondas cavidades de mi espíritu.
Finalmente, le hablé a Cora:
¡sí, fui capaz de hacerlo! Todavía no alcanzo a comprender
mi debilidad.
Miércoles
3. Cora es el ritornello
constante de mi angustia. Sueño con la idea de escuchar su
voz tranquila y amorosa.
Jueves
4. Me pasé la tarde en la Escuela
de Teatro, ensayando una obra con mis compañeras Luisa y Josefina.
Por la noche me vino la idea
a la cabeza de que pronto tendré una bella reconciliación
con Cora.
Viernes
5. Todo el día me lo pasé ensayando
en la escuela. Estoy nervioso, pero tengo la certeza de que
triunfaré el lunes en mi entrevista con Cora. Por si las dudas,
reservo también un poco de resignación para el caso de que
Cora ya no quiera volver conmigo.
Sábado
6. Casi toda la semana he estado
pensando en Cora, quisiera saber cómo ha estado su ánimo durante
estos días de ruptura. Por mi parte, creo que cometí un grave
error al hablarle el lunes pasado. Ella estaba naturalmente
ofendida por nuestro altercado del domingo fatal.
Domingo
7. He pasado un día pintoresco.
Mañana sentirán estas páginas mi angustia o mi alegría; no
me atrevo a hacer más augurios porque ninguno tendría sinceridad.
Estoy entre la duda y la fe, sólo por momentos se impone alguna
de las dos.
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