Anarda la bella
tenía un amigo
con quien consultaba
todos sus caprichos.
Colores de moda
más o menos vivos,
plumas, sombreretes,
lunares y rizos
jamás en su adorno
fueron admitidos
si él no le decía:
–¡Gracioso, bonito!
Cuando su hermosura,
llena de atractivo,
en sus verdes años
tenía más brillo,
traidores la roban
(¡no acierto a decirlo!)
las negras viruelas
sus gracias y hechizos. |
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Llegóse al espejo
(éste era su amigo);
y como se jacta
de fiel y sencillo,
lisa y llanamente
la verdad le dijo.
Anarda, furiosa,
casi sin sentido,
le vuelve la espalda,
dando mil quejidos.
Desde aquel instante
cuenta que no quiso
volver a consultas
con el señor mío.
Escúchame, Anarda,
si buscas amigos
que te representen
tus gracias y hechizos,
mas que no te adviertan
defectos y aun vicios
de aquellos que nadie
conoce en sí mismo,
dime: ¿de qué modo
podrás corregirlos? |