La casa encantada
 

Érase una vez un rico brahmán que se había mandado  construir un magnífico palacio, con mármoles preciosos, y cuyo interior amuebló con gran lujo. Cuando su nueva casa estuvo acabada, se trasladó a ella con sus criados.

Pero la primera noche que pasó en aquel palacio le ocurrió algo extraño. Cuando se había retirado a su habitación, que era la más lujosa de toda la casa, y se iba a acostar, oyó una voz profunda que decía:

―¿Puedo bajar?

El hombre, asombrado, se sentó en la cama y miró a su alrededor. No había nadie. Pero la voz repitió aquellas palabras por segunda vez. Entonces, el brahmán empezó a temblar de miedo, se vistió a toda prisa y salió precipitadamente de la habitación. Toda la noche se la pasó junto a la puerta principal de la casa, dispuesto a huir a la primera alarma. Cuando amaneció, llamó a sus criados y les mandó que cerraran herméticamente toda la casa y se reunieran con él en su antigua morada, a la que había decidido volver.

Pronto se difundió por la ciudad el rumor de que la magnífica casa del brahmán estaba habitada por el diablo en persona. Eran muchos los curiosos que acudían a verla, pero nadie se atrevía a traspasar el umbral.

Un día un brahmán pobre, que vivía con su numerosa familia al aire libre, pues no tenía medios de hallar un refugio, fue a ver al brahmán rico y le dijo:

―Noble señor, yo soy muy pobre y no tengo con qué alimentar a mis hijos ni dónde albergarlos para evitar la lluvia y los rigores del invierno. Sé que tu casa nueva está deshabitada y que nadie se atreve a entrar en ella. Déjame pasar el invierno con mi familia en esa casa.

―Muy bien ―contestó el rico―; pero te advierto que la casa está encantada.

―No importa. Siempre es mejor una casa encantada que la intemperie y el frío.

El brahmán rico accedió a la petición del pobre, y éste se trasladó en seguida al palacio. Al llegar la noche, se dirigió a la habitación que el dueño había preparado para él y se dispuso a acostarse. De repente oyó una voz profunda2

―¿Puedo bajar?

―Baja, baja ―contestó el brahmán, que no estaba nada asustado.

Y entonces, ¡oh, maravilla!, del techo bajó una lluvia de monedas de oro que cayeron al suelo, produciendo alegre ruido.

Ahora basta ―dijo el brahmán al cabo de un rato, y la lluvia cesó.

Al día siguiente, el pobre se dirigió a casa del brahmán rico y le contó la extraordinaria aventura que le había ocurrido. El dueño quiso ver el milagro con sus propios ojos y decidió pasar la noche en la habitación encantada con el otro brahmán.

Aquella noche se repitió la misma escena que la noche anterior. La voz misteriosa preguntó:

―¿Puedo bajar?

El brahmán contestó:

―Baja, baja.

Y entonces, desde el techo empezó a caer la lluvia de monedas de oro. Pero, indudablemente por arte de magia, el brahmán pobre veía caer monedas de oro, mientras que el brahmán rico veía que del techo bajaban horribles escorpiones que echaban a andar por el suelo. Horrorizado, huyó precipitadamente y no quiso volver a poner nunca más los pies en aquella casa.

Se la regaló al brahmán pobre, que vivió en ella durante toda su vida, y gracias a aquella lluvia de oro, que se repetía cada vez que lo deseaba, dejó de ser pobre. Vivió el resto de sus días en buena posición e hizo mucho bien a los pobres de la ciudad, recordando que él también había sido pobre la mayor parte de su vida.
 
2 Anónimo, “La casa encantada”, en Fábulas, leyendas y cuentos, t. 3. México, UTEHA, 1983,
p. 268.