Los engañadores15
 
 

Desde que el hombre existe surgió la idea de lo bueno y lo malo. Han pasado los siglos y ese concepto de la luz y la sombra aún existe, encontrándose en todas las religiones.

Hace mucho tiempo, ante los habitantes de Xibalbá un día se presentaron dos pobres de rostro avejentado y miserable aspecto, vestidos de harapos. Así fueron vistos por los de Xibalbá.

Y poco era lo que hacían. Sólo se ocupaban en bailar la danza del Puhuy ―lechuza―, la de la Cuz ―comadreja― y la del Iboy ―armadillo―.

Además, obraban prodigios. Quemaban las casas como si en verdad ardieran y al punto las volvían a su estado original. Muchos de los de Xibalbá los contemplaban asombrados. Después se despedazaban a sí mismos, se mataban uno al otro; tendíase como muerto el primero, y al instante lo resucitaba el otro.

Llegaron enseguida esas noticias a oídos de Hun-Camé y de Vacub-Camé, los señores de la misión infernal. Y enviaron a sus mensajeros a que los llamaran, con halagos.

―¿No estáis viendo que no somos sino unos pobres bailarines? ―dijeron ellos, disculpándose para no acudir a la presencia de los señores―. ¿Qué les diremos a nuestros compañeros de pobreza que han venido con nosotros y desean ver nuestros bailes y divertirse con ellos? ¿Por ventura podríamos hacer lo mismo con los señores? Así, no queremos ir, mensajeros ―dijeron Hunahpú e Ixbalanqué.

Llegaron al fin (después de que los mensajeros recurrieron a pegarles para que marchasen) ante los señores, con aire encogido e inclinando la frente; llegaron haciendo reverencias, prosternándose, humillándose. Se les veía extenuados, andrajosos, y su aspecto era lastimoso, en verdad, cuando llegaron.

―¿De dónde venís? ―les preguntaron.

―No lo sabemos, señor. No conocemos la cara de nuestra madre ni la de nuestro padre; éramos pequeños cuando murieron ―respondieron.

―No os aflijáis, no tengáis miedo ―es fue dicho―.¡Bailad! Hacer primero la parte en que os matáis; quemad nuestra casa, haced todo lo que sabéis. Y os daremos recompensa, pobre gente ―les dijeron.

Entonces principiaron sus cantos y bailes. Les dijo el señor:

―Despedazad a mi perro y que sea resucitado por vosotros.

Y eso hicieron y, aunque estaban todos juntos los señores dentro de la casa, no se quemaron.

―Matad ahora a un hombre, sacrificadlo, y que vuelva a la vida.

Así lo hicieron, y el hombre no murió, pues ellos le dieron nueva vida.

―¡Sacrificaos ahora a vosotros mismos, que los veamos nosotros!

―Muy bien ―contestaron―. Y a continuación se sacrificaron. Hunahpú fue sacrificado por Ixbalanqué. Uno por uno fueron cercenados sus brazos y piernas, separada su cabeza y llevada a distancia; su corazón arrancado del pecho y lanzado sobre la hierba. Los de Xibalbá estaban fascinados.

Y Hunahpú volvió a la vida, al conjuro de Ixbalanqué.

―¡Haced lo mismo con nosotros! ¡Sacrificadnos! ―dijeron los señores.

Y he aquí que primero sacrificaron al que era jefe y señor, Hun-Camé de Xibalbá. Y muerto Hum-Camé, se apoderaron de Vacub-Camé y lo mataron. Y no los resucitaron...
 
 
15 Anónimo, “Los engañadores”, en Leyendas mexicas y mayas, México, Panorama, 1999, pp. 99-101.