El perro, la culebra y el niño19
 

Vino el quinto privado ante el rey y dijo:
—Loado sea Dios. Tú eres entendido y mesurado, sabes que no debe hacerse alguna cosa apresuradamente antes que sepas la verdad; si por el contrario lo hicieres, será gran locura, y cuando lo quieras enmendar, no podrás, y te acontecerá como al dueño de un perro.
—¿Cómo fue eso?
—Señor, oí decir que un hombre, al servicio del rey, tenía un perro de caza muy bueno y muy inteligente, nunca le mandaba hacer cosa que no la hiciese. Vino un día que su mujer se fue a ver a sus parientes y le acompañó toda la servidumbre.
Y dijo a su marido: —Quédate con tu hijo que está durmiendo en la cuna, yo me tardaré allá, luego estaré aquí.
El hombre se sentó junto a su hijo, pero llegó un criado del rey, quien le mandaba a llamar con gran prisa, y el buen hombre dijo al perro: —Guarda bien este niño y no te apartes de él hasta que yo venga.

El hombre cerró su puerta y acudió ante el rey. El perro vigilaba junto al niño; vino una culebra muy grande, se dirigió al niño, por el olor de la leche materna, y lo quiso matar. El perro dio un salto y la despedazó.
 
 
 
El hombre regresó rápidamente, preocupado por su hijo que se había quedado solo. Cuando abrió la puerta salió el perro a alegrarse con su señor por lo que había hecho, pero traía la boca y los pechos ensangrentados.
 
 

Cuando el señor lo vio, pensó que había matado a su hijo, metió mano a la espada, dio un gran golpe al perro y lo mató. Apresuradamente se acercó a la cuna y halló a su hijo durmiendo y la culebra despedazada a los pies de la cuna. Cuando vio esto, se abofeteó y arañó, pero no pudo hacer otra cosa. Túvose por malandante, ya que había errado.

Señor, que no te acontezca lo mismo en tus hechos, porque después no podrás arrepentirte.
 
19 Anónimo, Sendebar, España, Cátedra, 1989, pp. 115-116.