Un amigo
 

Un hombre humilde llegaba todos los días a un lugar especial, tomaba asiento en una banca y repetía:

–No sé cómo hablarte, pero sé que estás conmigo y siempre me ayudas. No sé qué decirte, pero estoy aquí reportándome para que sepas que siempre te recuerdo.

Alguien que todos los días lo veía murmurar en la banca pensó, por la vestimenta de aquel hombre, que era alguien malo, tal vez un criminal o algo así.

Todos los días el hombre llegaba corriendo a la banca, repetía casi siempre las mismas palabras, se levantaba y seguía su camino.

El hombre que lo veía repetir su conducta todos los días comenzó a intrigarse. Pensaba:

–Este hombre es muy extraño. Tal vez, cuando llega a esta banca, ya ha cometido muchas fechorías. ¿Qué traerá en su bolsa de papel? Quizá, algo malo.

Después de muchos días, ambos hombres se encontraron en la misma banca. El hombre que siempre miraba al otro le preguntó:

–¿Por qué siempre está usted de prisa? Parece como si viniera escondiéndose de alguien, como si huyera de alguien. ¿A qué se dedica usted?

El hombre, que estaba repitiendo sus mismas palabras de siempre, levantó la cara, miró al hombre y le respondió:

–Soy trabajador de una fábrica que está muy cerca de aquí. Tengo 30 minutos para comer, pero me gusta venir a este lugar, porque aquí agradezco a un amigo su amistad, y todo cuanto tengo.

El hombre curioso se sorprendió ante tal respuesta. Pensó que quien pensaba de ese modo estaba loco.

Pasados unos días, el hombre que siempre iba a la banca a recordar a su amigo, no apareció. Intrigado por ello, el otro hombre acudió a la fábrica a preguntar si conocían al que platicaba con su amigo. Para su sorpresa le dijeron que desde hacía algunos días el hombre había enfermado y estaba hospitalizado.

Acudió a buscarlo, para saber su estado de salud. Al llegar al hospital preguntó dónde se encontraba. Le informaron, y subió a verlo. Lo vio recostado sobre la cama, sin fuerzas, totalmente pálido. Era posible que el hombre nunca volviera a abrir los ojos.

El hombre regresó todos los días al hospital para ver cómo iba la salud de ese hombre misterioso. Con los días, comenzó a recuperarse.

Un día la enfermera le preguntó al convaleciente.

–¿Usted no tiene familiares? Pregunto porque nadie lo ha visitado ni le han mandado flores, ni han preguntado por usted.

A lo que el hombre misterioso respondió:

–Eso no es verdad; usted cree que nadie me visitó; sin embargo, todos los días, al medio día, un amigo llegaba para decirme: “no sé cómo hablarte, pero sé que estás conmigo y siempre me ayudas. No sé qué decirte, pero estoy aquí reportándome para que sepas que siempre te recuerdo”.