Un día dijo el conde a Patronio que tenía grandes deseos de ir a un lugar donde iban a darle una partida de dineros y creía, además, que su estancia allí redundaría en su provecho; pero tenía miedo de que le sobreviniese algún daño, si se detenía allá mucho tiempo, y le rogó, por consiguiente, le aconsejara lo que sería bueno hacer.
—Señor conde —dijo Patronio—, para que hagáis en esto lo que a mi modo de ver más os cumple, estaría bien que os supierais lo que aconteció a un hombre que llevaba a cuestas una carga muy preciada cuando pasaba un río.
El conde le preguntó cómo era aquello.
—Señor conde —dijo Patronio—, un hombre llevaba una gran cantidad de piedras preciosas a cuestas y eran tantas que se le hacía muy pesado transportarlas. Acaeció entonces que hubo de pasar un gran río y como la carga que llevaba era pesada ,se hundió mucho. Al llegar a la parte más profunda, se hundía más todavía.
Un hombre que estaba en la orilla comenzó a dar voces y a decirle que si no se deshacía de la carga se ahogaría. Y el mezquino loco no comprendía que si se ahogaba perdería su cuerpo y su tesoro, mientras que deshaciéndose de la carga, sólo perdería ésta, mas no el cuerpo. Codicioso del valor que tenían las piedras preciosas que a cuestas llevaba, no quiso deshacerse de ellas y se ahogó, y perdió, así cuerpo y carga. |