El brahmán rico accedió a la petición del pobre, y éste se trasladó en seguida al palacio. Al llegar la noche se dirigió a la habitación que el dueño había preparado para él y se dispuso a acostarse. De repente oyó una voz profunda:
—¿Puedo bajar?
—Baja, baja— contestó el brahmán, que no estaba nada asustado.
Y entonces, ¡oh, maravilla!, del techo bajó una lluvia de monedas de oro que cayeron al suelo, produciendo alegre ruido.
―Ahora basta― dijo el brahmán al cabo de un rato, y la lluvia cesó.
Al día siguiente, el pobre se dirigió a casa del brahmán rico y le contó la extraordinaria aventura que le había ocurrido. El dueño quiso ver el milagro con sus propios ojos y decidió pasar la noche en la habitación encantada con el otro brahmán.
Aquella noche se repitió la misma escena que la noche anterior. La voz misteriosa preguntó:
―¿Puedo bajar?
El brahmán contestó:
―Baja, baja.
Y entonces, desde el techo empezó a caer la lluvia de monedas de oro. Pero, indudablemente por arte de magia, el brahmán pobre veía caer monedas de oro, mientras que el brahmán rico veía que del techo bajaban horribles escorpiones que echaban a andar por el suelo. Horrorizado, huyó precipitadamente y no quiso volver a poner nunca más los pies en aquella casa.
Se la regaló al brahmán pobre, que vivió en ella durante toda su vida, y gracias a aquella lluvia de oro, que se repetía cada vez que lo deseaba, dejó de ser pobre. Vivió el resto de sus días en buena posición e hizo mucho bien a los pobres de la ciudad, recordando que él también había sido pobre la mayor parte de su vida.
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