En el segundo sueño ella era una araña instalada en la tranquilidad de su tela. Aunque era grande dentro de su especie y solitaria en el centro de la pared de seda, no dejaba de percibir el mundo como una trampa. Y así esperaba a sus presas.
Por otro lado, el macho diez veces más pequeño que ella había comenzado el cortejo y, luego de varios intentos fallidos, se instaló por fin sobre la enorme araña al tiempo que movía sus varios pares de patas y depositaba los huevos.
La araña, inmóvil y oscura, se dejaba aparear con sosiego, esperando el momento de absoluta entrega de su amante. En efecto, el arácnido dio con su cuerpo una vuelta total y depositó su cabeza dentro de las fauces de la hembra. Así, mientras ella lo consumía, el macho eliminaba con mayor facilidad los huevos requeridos por el cuerpo de su pareja.
Cuando despertó, estaba encendida la lámpara sobre el velador. Al sacudirse las últimas imágenes del sueño… |