El león y el perrito25
 

En Londres hubo alguna vez una exposición de fieras salvajes. A cambio de cada visita recibían dinero o perros y gatos para alimentar a los animales.

Un día, un hombre quiso ver las fieras. Entonces, atrapó un perrito callejero y los llevó a La Casa de las Fieras. Lo dejaron entrar, recibieron en pago al perrito y lo soltaron dentro de la jaula del león, para que se lo comiera.

Apenas estuvo adentro, el perrito metió el rabo entre las piernas y se hizo un ovillo en la esquina de la jaula. El león se acercó despacio y lo olfateó.

En seguida, el perrito se volteó, levantó las paticas y empezó a batir la cola. El león lo tocó con la garra y le dio vuelta.

Después, el perrito se levantó de un salto y se sentó sobre las patas traseras, mirando al león.

El león le hizo una caricia, movió la cabeza de un lado para otro y lo dejó sin hacerle daño.

Cuando el amo le dio carne a la fiera, el león la compartió con el perrito. Más tarde se acostaron a dormir, el perrito puso su cabeza sobre la garra del león y se quedó enroscado.

Desde entonces, el perrito vivió en la misma jaula del león. El león no le hacía daño y compartía con él sus alimentos, dormía a su lado y a veces, jugaba con él.

Pero un día el señor regresó a La Casa de las Fieras y reconoció a su perito. Alegó que se trataba de un perro de su propiedad, y le pidió al dueño de La Casa de las Fieras que se lo devolviera. El dueño quería devolvérselo, pero, apenas se acercaba para tomar al perrito y sacarlo de la jaula, el león se erizaba y gruñía.

Así, el león y el perrito vivieron un año en la misma jaula.

Al pasar ese año, el perrito se enfermó y se murió. El león dejó de comer. Lo único que hacía era oler y lamer al perrito. Y a veces lo acariciaba con su garra.
 
25 Tolstoi, León, “El león y el perrito” en El león y el perrito y otros cuentos, México, SEP, 2002, pp. 43-49.