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La noche que lo dejaron solo29 |
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—¿Por qué van tan despacio? —les preguntó Feliciano Ruelas a los de adelante—. Así acabaremos por dormirnos. ¿Acaso nos les urge llegar pronto?
—Llegaremos mañana amaneciendo —le contestaron.
Fue lo último que les oyó decir. Sus últimas palabras. Pero de eso se acordaría después, al día siguiente.
Allí iban los tres, con la mirada en el suelo, tratando de aprovechar la poca claridad de la noche.
“Es mejor que esté oscuro. Así no nos verán.” También había dicho eso, un poco antes, o quizá la noche anterior. No se acordaba. El sueño le nublaba el pensamiento.
Ahora, en la subida, lo vio venir de nuevo. Sintió cuando se le acercaba, rodeándolo como buscándole la parte más cansada. Hasta que lo tuvo encima, sobre su espalda, donde llevaba terciados los rifles. |
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Mientras el terreno estuvo parejo, caminó de prisa. Al comenzar la subida, se retrasó; su cabeza empezó a moverse despacio, más lentamente conforme se acortaban sus pasos. Los otros pasaron junto a él, ahora iban muy adelante y él seguía balanceando su cabeza dormida.
Se fue rezagando. Tenía el camino enfrente, casi a la altura de sus ojos. Y el peso de los rifles. Y el sueño trepado ahí donde su espalda se encorvaba.
Oyó cuando se perdían los pasos: aquellos huecos talonazos que había venido oyendo quién sabe desde cuando, durante quién sabe cuántas noches: “De la Magdalena para acá, la primera noche; después de allá para acá, la segunda, y ésta es la tercera. No serían muchas —pensó—, si al menos hubiéramos dormido de día. Pero ellos no quisieron: ‘Nos pueden agarrar dormidos —dijeron—. Y eso sería lo peor’.” |
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29 Juan Rulfo, Obra completa, Venezuela, Ayacucho, 1985, pp. 67-70. |
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