—Por principio de cuentas, me gustaría preguntarle, señor Vargas Llosa, ¿qué recuerdos guarda de su infancia?
—Mi familia me había hecho creer que mi padre estaba muerto, supongo, porque se avergonzaba del divorcio de mi madre. En una familia conservadora, el divorcio, pues, era un escándalo; y un buen día, de manera un poco súbita, mi madre me dijo esa frase que yo tengo siempre muy viva en la memoria: “tú sabes que tu papá no está muerto”; entonces, yo recuerdo haberle dicho: “sí, claro.” En primer lugar, la relación con mi padre fue muy mala, en parte por culpa de él, en parte por culpa mía.
—¿Para usted fue un cambio importante el que su padre haya regresado a vivir con su madre?
—Claro, hasta entonces, mi madre y yo constituíamos una especie de pareja, y esa pareja desapareció. Mi madre pasó a vivir con mi padre.
—¿Cómo fueron sus primeros momentos en esa nueva vida, después de que usted había vivido durante años sin la figura paterna?
—Yo asocio mucho esos primeros tiempos de vida familiar (con mi madre y mi padre, solos en Lima), a la idea de la soledad. Yo me sentía muy solo...
—¿Y qué hizo para no sentirse tan solo, como dice que se sentía?
—Como digo, mi gran refugio fueron los libros, mis amigos fueron los personajes de los libros de ficción; empecé a vivir mucho en la fantasía, en la imaginación...
—¿En aquellos años cuáles eran los libros que más lo entusiasmaban?
—Yo recuerdo haber vivido hechizado, fascinado, por las series novelescas de Dumas. Las series de los mosqueteros, desde luego; y recuerdo todavía episodios que me dejaban desvelado, que me provocaban enorme felicidad y enorme sufrimiento: la muerte de Portos me pareció una muerte espectacular.
—¿Y cómo veía su familia, sobre todo su padre, su afición y pasión por las letras?
—Mi padre veía con mucha desconfianza mi afición a la literatura. Su idea de la literatura era, más bien, la de una bohemia: la de una persona que iba a llevar una vida muy marginal, que iba a fracasar en la vida, en lo importante, que era ganar dinero, tener una posición.
—Aun así, usted mantuvo su interés en la literatura. ¿Cuál fue realmente el momento en que empezó a escribir?
—En el colegio empecé a escribir profesionalmente; empecé a escribir cartas para las enamoradas de mis compañeros, que me pagaban en cigarros; y novelitas eróticas, que también me pagaban en cigarros. Era una manera de justificar una vocación que, de otra manera, hubiera sido seguramente mal vista. Yo encontré una coartada para poder justificar esa vocación, que ya estaba dominando mi vida, la de escribir, la de leer de esa manera.
—¿Cuál fue la primera obra que escribió usted?
—La huida del Inca. Fue lo primero que escribí en serio, realmente; porque no sólo era larga, era una obra de teatro, sino que la reescribí, la hice varias veces. Me gustaba mucho el teatro, los sábados, los domingos, cuando tenía salida, si había teatro, procuraba ir. Y vi cosas muy bonitas en el teatro, sobre todo una obra que me provocó una verdadera revolución, que fue La muerte de un viajante, de Arthur Miller. Esta historia de Willi Lotman, del agente viajero, contada de esa manera, saltando en el tiempo hacia el pasado, hacia el futuro, me conmovió, me deslumbró; y, bueno, me lanzó a escribir teatro. Así que escribí esa obrita.
—¿Cómo fue que usted comenzó a trabajar en el periodismo?
—Mi padre era gerente de una compañía de noticias. Esa agencia de noticias le daba un servicio exclusivo al diario La Crónica. Y entonces, entré a los quince años a La Crónica como redactor, estuve cuatro meses ahí. El periodismo era un mundo muy bohemio, se trabajaba hasta altas horas de la noche. Luego los periodistas salían a divertirse.
—Finalmente, ¿tuvo usted algún maestro que lo haya marcado?
—Mi mejor recuerdo académico es de Raúl Porras Barrenechea. Era un profesor de historia, el más elegante y elocuente expositor que yo he conocido. Me impresionaron tanto las clases de Porras, que en algún momento llegué a pensar en seguir historia en lugar de literatura.
—¿Qué libro recomendaría leer a la gente?
—La noche quedó atrás, de Jean Valtin. Ese libro me deslumbró y sobre todo me hizo soñar con una vida semejante. Un revolucionario arriesgado, viviendo aventuras heroicas y trabajando por cambiar el mundo. |