Érase una vez un rico brahmán que se había mandado construir un magnífico palacio, con mármoles preciosos, y cuyo interior amuebló con gran lujo. Cuando su nueva casa estuvo acabada, se trasladó a ella con sus criados.
Pero la primera noche que pasó en aquel palacio le ocurrió algo extraño. Cuando se había retirado a su habitación, que era la más lujosa de toda la casa, y se iba a acostar, oyó una voz profunda que decía:
―¿Puedo bajar?
El hombre, asombrado, se sentó en la cama y miró a su alrededor. No había nadie. Pero la voz repitió aquellas palabras por segunda vez. Entonces, el brahmán empezó a temblar de miedo, se vistió a toda prisa y salió precipitadamente de la habitación. Toda la noche se la pasó junto a la puerta principal de la casa, dispuesto a huir a la primera alarma. Cuando amaneció, llamó a sus criados y les mandó que cerraran herméticamente toda la casa y se reunieran con él en su antigua morada, a la que había decidido volver.
Pronto se difundió por la ciudad el rumor de que la magnífica casa del brahmán estaba habitada por el diablo en persona. Eran muchos los curiosos que acudían a verla, pero nadie se atrevía a traspasar el umbral.
Un día un brahmán pobre, que vivía con su numerosa familia al aire libre, pues no tenía medios de hallar un refugio, fue a ver al brahmán rico y le dijo:
―Noble señor, yo soy muy pobre y no tengo con qué alimentar a mis hijos ni dónde albergarlos para evitar la lluvia y los rigores del invierno. Sé que tu casa nueva está deshabitada y que nadie se atreve a entrar en ella. Déjame pasar el invierno con mi familia en esa casa.
―Muy bien ―contestó el rico―; pero te advierto que la casa está encantada.
―No importa. Siempre es mejor una casa encantada que la intemperie y el frío.
13 Anónimo, “La casa encantada”, en Fábulas, leyendas y cuentos, t. 3. México, UTEHA, 1983, p. 268.