El toro de Creta11
 
 

El rey Minos de Creta prometió un día ofrecer sacrificios a Neptuno, el poderoso dominador de los mares. Para ello hizo venir a Creta a los bueyes más robustos de la Tierra, pero ninguno le parecía bastante digno del dios. Entonces el rey fue a arrodillarse en el templo de Neptuno y dijo:

―Yo te juro, espléndido Numen de los abismos marinos, que te ofreceré al animal que hagas surgir de las espumas de tus ondas misteriosas.
 
 
Y Neptuno, complacido ante aquel regio homenaje, hizo salir de las ondas un magnífico toro. Era tan bello de aspecto, tan perfecto de forma y majestad, que Minos no podía decidirse a sacrificar animal tan soberbio. Por ello, en el rito augural celebrado en el templo del dios, en vez del toro surgido de la espuma del mar, ordenó que se matara a una víctima menos perfecta.
 
 

Indignado ante tanta deslealtad, Neptuno inspiró entonces al toro surgido de las ondas una indomable ferocidad. Y la fiera, enloquecida y mugiente, llegó a ser el terror del país. Euristeo, rey de Tirinto, encargó entonces a Hércules que fuese a Creta, no para matar al toro, lo que acaso para el héroe hubiese sido más sencillo, sino para apoderarse de él y traerlo sano y salvo al palacio real.

Hércules, cuando vio el toro furioso, lo afrontó con impulso formidable, lo agarró por los cuernos y lo obligó con el rigor de sus brazos a doblar la cerviz ante él. Después, envolviéndole como un manso corderillo en una gran red, se lo cargó sobre los fuertes hombros, y con aquel dulce peso cruzó tierras desoladas, atravesó los mares y llegó sano y salvo al palacio de Euristeo.
 
 
 
11 Anónimo, “El toro de Creta”, en Fábulas, leyendas y cuentos, t. 1, México, UTEHA, 1983, p. 15.