Cuando comprendió que estaba muerto, dio un brinco repentino, se le erizó el lomo y empezó a azotarse los costados con el rabo, se lanzó contra una pared de la jaula y se puso a roer el cerrojo y el piso.
Todo un día entero el león se golpeó, se movió delirante por la jaula y bramó. Después se acostó al lado del perrito muerto y se quedó herido y en silencio. El dueño quería sacar al perro muerto, pero el león no dejaba que nadie se acercara hasta él.
Entonces, el amo consideró que el león podría olvidar su amargura si le daba otro perro y le puso en la jaula uno vivo. Pero el león lo despedazó en seguida y abrazó con sus garras al perrito muerto. Y se quedó así, acostado muy cerca de él, durante cinco días.
Al sexto día, el león amaneció muerto. |