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¡Con qué gusto veías los nuevos utensilios
de cocina, una sartén, una olla reluciente, un mondador facilísimo!
Sabías para qué sirven las cosas y extraías
de ellas el máximo provecho. Nunca dejaste de estar asombrada
ante la radio, la televisión, los progresos del hombre: asombrada,
interesada, despierta.
Y algo en ti sin embargo, era antiquísimo, elemental, permanente.
Por eso podías, con el viejo, remontar un río en canoa,
construir una cerca, levantar una pared, cuidar un gallinero, dar
de comer, dar sombra, dar amor.
Aún en los años de la derrota vejez, viudez
y soledad juntas seguiste levantándote temprano, hacías
café para todos, un desayuno abundante y rico; esperabas
tus hijos, tus nietos, lo que te quedaba.
Te lo agradezco, madre: hay que seguir levantándose temprano
para esperar diariamente la vida.
Jaime Sabines |
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