Junto a la cabecera
del moribundo

Un anciano yacía en su lecho mirando fijamente la pared. Estaba solo, sin parientes ni amigos que fueran a visitarlo y anhelaba desesperadamente hablar con alguien. Mi amiga se le acercó. Al anciano se le llenaron los ojos de lágrimas y con voz temblorosa le preguntó lo último que ella esperaba oír: “Cree usted que Dios me perdonará alguna vez mis pecados”. Ella no supo qué responderle. No tenía nada qué decirle; sólo podía ocultarse bajo su condición profesional de médico. No había ningún capellán a mano, de modo que se quedó ahí parada, incapaz de responder a la desesperada solicitud de ayuda y seguridad, en cuanto al sentido de la vida, que le dirigía su paciente.

Afligida y perpleja, me preguntó: “¿Qué habría hecho usted?” Le contesté que me habría sentado junto al anciano, le habría tomado la mano y le habría dejado hablar. Una y otra vez me ha sorprendido comprobar cómo las personas, si las dejamos hablar, prestándole nuestra completa y compasiva atención, dicen cosas de asombrosa profundidad espiritual, aun las que dicen no tener ninguna creencia espiritual. Todo el mundo tiene su propia sabiduría de la vida y cuando se deja hablar a alguien se permite que emerja esa sabiduría de la vida.

Con frecuencia me ha conmovido la manera en que se puede ayudar a las personas a que se ayuden a sí mismas, ayudándolas a descubrir su propia verdad, una verdad cuya riqueza, dulzura y profundidad quizá no habían sospechado jamás.
[...]
Mi maestro solía decir que ayudar a un moribundo es como tender la mano a alguien que está a punto de caerse para sostenerlo. Por medio de la fuerza, la paz y la atención profunda y compasiva de su presencia, les ayudará a despertar su propia fuerza. Cicely Saunders escribió: “Los moribundos han desechado las máscaras y las superficialidades de la vida cotidiana, y por eso son más abiertos y sensibles...”

Dar esperanza y encontrar perdón

Siempre que esté con una persona moribunda, insista en lo que ella ha logrado y hecho bien: ayúdela a sentirse lo más constructiva y satisfecha posible de su vida. Concéntrese en sus virtudes y no en sus defectos. Las personas moribundas suelen ser extraordinariamente vulnerables a la culpa, el pesar y la depresión; permita a la persona expresar libremente esos sentimientos, escúchela y dése por  enterado de lo que le diga... Recuérdele que el sufrimiento y el dolor no son todo su ser. Busque el modo más hábil y delicado posible para inspirar a la persona y darle esperanza. Así, antes de entregarse a cavilar sobre sus errores, la persona puede morir en un estado mental más sereno.

No todo mundo cree en la religión formal, pero me parece que casi todo el mundo cree en el perdón. Puede usted prestar un servicio incalculable a los moribundos ayudándoles a considerar la proximidad de la muerte como un momento para la reconciliación y rendición de cuentas.

Anime a la persona moribunda a hacer las paces con los familiares y amigos de quienes estén distanciados y a limpiar su corazón, de modo que no le quede ni rastro de odio ni el agravio más leve... Una y otra vez he visto a personas con el corazón endurecido por el autodesprecio y la culpa que, mediante el sencillo acto de pedir perdón, encontraban una fuerza y una serenidad insospechadas.

Al perdonar y ser perdonados nos
purificamos de la oscuridad
de lo que hemos hecho,
y nos preparamos de la
manera más completa
para nuestro viaje
por la muerte.

Rimpoché, Sogyal.
El libro tibetano de la vida y
de la muerte
, España,
Ediciones Urano, 2006.