Me dejé envolver por él
Claudia
 
 

Claudia es la primogénita de una familia de seis hermanos. Su padre se marchó un día, ya lejano, en calidad de mojado hacia los Estados Unidos, con el propósito de trabajar allá y enviar dinero, pasado un tiempo su familia perdió contacto con él y nunca lo volvieron a ver.

Como hija mayor, a Claudia le tocó cuidar a todos sus hermanos menores tratando de ayudar en lo más posible a la madre que había quedado sola al frente de la familia. Tenía quince años cuando quedó embarazada por primera vez.

Claudia, con su madre, sus hermanos y sus hijos, emigró de Michoacán a Ciudad Juárez. A sus treinta años de edad, con seis hijos, cuyas edades fluctúan de los catorce a los dos años, se hace cargo de ellos después de haber abandonado al marido, un hombre violento y alcoholizado. Su madre, hermanos y hermanas la apoyan en este duro trance.

 
 
El trabajo está escaso en el pueblo
 

No es muy grande mi pueblo, ahí la gente, casi toda, depende de sus tierras de siembra y de sus cosechas, una y luego la otra, de maíz y de frijol.

La mayoría trabaja en sus cosechas y la demás gente en cualquier trabajo, pero está escaso, la gente que lo encuentra no se sale de ahí o lo cuida mucho, casi no hay trabajo.

La gente a veces se viene para acá, la que no tiene se viene casi siempre a Estados Unidos o a otros lugares.

Somos seis, yo soy la mayor, la primera. Me tocó lidiar a todos mis hermanos.

Cuando yo tenía nueve años mi papá se fue a Estados Unidos y ya no volvió, hasta la fecha.

Mi mamá siempre trabajó en casas haciendo la limpieza. Se iba a una casa a planchar y luego a otro lado, también a planchar, tenía tres trabajos, la pobre y no le alcanzaba para nada.

 
 
Madre y niña
 

Yo tenía quince años y estaba estudiando la secundaria, él tenía los mismos que yo. Comenzó a chantajearme, que no terminara con él, yo no entiendo hasta ahorita, no sé por qué me dejé envolver por él.

Me decía que en su casa peleaban mucho, que él se quería salir de ahí conmigo y luego me amenazaba, que si lo dejaba se iba a agarrar a una de mis hermanas; estaban chiquillas ellas. Así es como él comenzó a meterme en su aro, no se cómo su mentalidad fue capaz de eso, yo creo que me asusté mucho y empecé a hacer lo que él quería.

Yo seguí en mi casa hasta que salí embarazada del niño. Cuando tuve la certeza de que estaba embarazada se lo dije a él, ya no hallaba ni qué hacer, y él le dijo a su mamá que me llevara para allá. Yo no quería, no me gustaba la idea de irme para allá, nomás que yo tenía que hacer lo que él decía porque estaba embarazada.

Los primeros años viví con mis suegros. Después con mi mamá, con una tía, mi abuela, y así nomás andábamos. Él trabajaba una semana y otra no, andaba de trabajo en trabajo, se salía, compraba lo indispensable, y lo demás se lo echaba. Siempre lo andaban corriendo de los trabajos. Allá su mamá le daba dinero y mi suegro pagaba la maternidad.

 
 
 
Una vida de dolor y sufrimiento
 

Siempre nos golpeó, a mí y al niño grande, hace apenas seis meses que me libré de él.

Él hablaba mucho, quería vernos en el suelo, siempre, los peores insultos, todos los días.

Me golpeaba mucho, pero nunca me mandó al hospital. Él decía que sabía donde pegarme. Siempre me pegaba en la cabeza, y al niño también, en la cabeza o en donde no se viera decía.

Por cualquier cosita, el mínimo detalle. No le pagaban, y entraba directito con nosotros.

Una vez el papá lo regañó, yo ya estaba acostada, estaba embarazada del primer niño, oí que lo estaba regañando y luego luego pensé: ahorita viene conmigo.

Y sí, me dijo aventándome de la cama.

--¡Bájate y acuéstate ahí!

Me acosté en el suelo, sin ni siquiera unas cobijas, ahí nomás, lo único que yo traía puesto era una bata de maternidad. Él se paró y se orinó sobre mí, nomás para hacerme sentir no sé... mal. Yo no decía nada.

Él me hizo muchas cosas, una vez venía enojado, me habló a mí, le habló al niño y le empezó a decir cosas asustándolo con unas tijeras en la mano.

--A él no le hagas nada --le dije -- lo que quieras hacerle a él házmelo a mí.

Me cortó aquí en los brazos con las tijeras; me cortó la piel delante del niño. A mí no me dolió, sino que lo que me dolió fue que vio el niño y se asustó mucho.

Siempre lo dejaba y luego volvía con él, porque siempre me estaba diciendo que quién me iba a querer con tanto niño, cosas así.

Me decía muchas cosas humillantes.

 
 
Intentó dejarlo muchas veces
 

Con él yo no sentía nada, dejé de sentir desde antes de que naciera el niño, pues sí, lo hacía por obligación nomás, y por no estar peleando.

Nunca me cuidé con nada, él no me dejaba, no me daba dinero para nada. Decía que solamente así me iba a tener amarrada con él.

En una ocasión yo me vine de allá, ya no lo aguantaba. Mi mamá y mis hermanos ya estaban acá. Le hablé por teléfono a mi mamá y le pedí que me mandara dinero. Me salí de mi casa con los niños y me escondí, y cuando ella me mandó dinero me vine a vivir para acá. Nomás que él se vino detrás de mí, luego, luego, y aquí, empezó otra vez con sus mismas historias de siempre.

Él siempre busca a los niños y se los lleva, es la forma en que a veces él me chantajea, cuando los tiene allá.

Me decidí a dejarlo definitivamente después de una vez que vi cómo le estaba pegando al niño. Lo dejó cuidando el taller --porque el niño tenía que aguantarse las desveladas, acompañarlo en las borracheras hasta la hora que a él le daba su gana; acababan de tomar a las tres, cuatro, él tenía que estar despierto, para que él cerrara el taller y recogiera todo. Yo creo que ese día tenía mucho sueño y se quedó dormido arriba del carro, él llegó, lo vio dormido y empezó a pegarle, a darle patadas, fue cuando yo dije: este es el último día, ya no más.

Me fui con una prima y luego al DIF, del DIF me mandaron al centro Casa Amiga.

 
 
La familia se reorganiza
 

Mi mamá rentaba una casita en una colonia que se llama Galeana, ahí estaba rentando cuando llegué yo allí. Mi mamá trabajaba de operadora en la maquiladora.

Yo no empecé a trabajar sino que me quedaba en la casa, con los niños, ayudándole a mi mamá, nomás ahí, no quería salir.

Me costó algo de trabajo adaptarme, por el clima, por la gente, también por que tenía miedo hasta de salir a la tienda.

 
Ahora trabajo en el tercer turno en una maquiladora, le ayudo a una prima a planchar y voy con otra señora dos veces por semana a limpiar su casa.

 

Entro a las once de la noche y salgo a las seis quince de la mañana. A veces, de la maquila me voy con la señora, vengo llegando a la casa como a las dos o las tres, duermo unas tres horas, dos o una, lo que pueda y vuelvo otra vez.

Mi mamá, mi hermana y yo compartimos el cuidado de los niños. Mi hermana los cuida en la noche hasta que mi mamá llega a la una y media. Mi mamá está en el día, cuando yo llego, que no voy a ningún lado, llego y me duermo, unas cuatro horas y me levanto, y ya.

 
 

Claudia conoció muy poco a su padre, un hombre que, al igual que muchos, se marchó rumbo al norte dejando en su pueblo a una mujer y seis hijos, y nunca volvió.

Con la madre y los hermanos como referencia de apoyo familiar, apenas con treinta años de edad, Claudia ha logrado salir adelante después de romper sus lazos conyugales con el hombre al que estaba unida desde los quince años.

Al hecho de haberse comprometido en una edad excesivamente temprana, siendo todavía una adolescente, Claudia debe agregar que esa relación fue en extremo violenta y opresiva para ella y sus hijos, seis niños cuyas edades fluctúan, al momento de la entrevista, entre los catorce y dos años de edad.

Afortunadamente, viviendo ya en Ciudad Juárez, Claudia encontró apoyo psicológico y moral, así como asistencia legal, para poder abandonar al hombre violento que la golpeaba y dominaba con chantajes y amenazas.

Ahora ella trabaja en una maquiladora por las noches y en el día realiza otras actividades extras. Con su madre y hermanas comparte la vivienda, los gastos de manutención de la familia y el cuidado de los hijos.