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Toda mi vida he trabajo |
Socorro |
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Socorro tiene 32 años y es originaria de Durango. Está casada por el civil, es madre de tres hijas, de once, diez y seis años. Actualmente radica en Ciudad Juárez junto con su esposo e hijas y trabaja como empleada doméstica.
Miembro de una familia de jornaleros agrícolas, gran parte de su vida transcurrió viajando de campo en campo de cultivo, en la región del noreste del país. Como ella misma expresa en su testimonio, trabajaban para mal comer y no tenían ni casa, ni muebles. En resumen: casi nada, solamente poseían algunos pocos enseres y la ropa que llevaban puesta.
Según se entreve en el relato se trataba también de una vida insalubre, sin agua corriente, sin letrinas, sin servicios médicos, sin escuelas.
Su vida no ha sido fácil, sin embargo, conserva la esperanza de algún día volver a reunir a su familia y ayudarles a vivir mejor. |
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De campo en campo |
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En mi familia somos cinco hermanos: dos hombres y tres mujeres. Todos nacimos en Durango, de ahí nos fuimos a un campo cerca de Culiacán, Sinaloa.
En ese campo hubo un incendio y se nos quemaron todas las cosas; nosotros estábamos chiquitos; eran casas de lámina negra que allá se le llaman galerones; son cuartos que los mismos patrones le prestan a los trabajadores. Eran como tres o cuatro galerones de familias que vivían en ellos.
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Nunca nos regresamos a Durango porque se nos quemó el dinero y |
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la ropa que teníamos. De ahí nos fuimos a otro campo, y así anduvimos y hemos andado todo el tiempo en el llano, todavía ellos viven en el campo. |
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No teníamos nada, nada, trabajábamos para mal comer. Cuando éramos niños nos entreteníamos en la casa juntando cositas del basurero para jugar, y ya de adolescentes, en los campos hacíamos bailecitos caseros; llegaban cines de carpa y los circos también, era la diversión de adolescentes.
No teníamos luz, agua potable tampoco, sólo agua de canal. Para tomar, comprábamos nosotros agua de garrafón. Lavábamos en el canal, en piedritas, ese era el lavadero. Y para "hacer" íbamos al monte. Ahora ya hay una letrina.
En esas condiciones se vive allá.
Los patrones no tenían asegurados a los trabajadores. Cuando alguien se enfermaba teníamos que ir con el patrón a que nos diera una orden para que nos pudieran atender. Para llegar a la clínica, como para una emergencia, hacíamos como dos horas, porque está lejos.
Fuimos muy grandes a la escuela, yo tenía como unos nueve años o diez cuando entré a primer año, llegué hasta sexto, nomás. Mi papá no tenía los medios para mandarnos y estaba muy lejos la escuela, mejor nos mandaba a trabajar. |
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Rumbo a la frontera |
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Bueno, muchas cosas fueron las que me hicieron venir. Lo primero, por cuestión económica, ya no nos alcanzaba para comer, ni para vestirnos, y problemas de pareja.
Me casé con mi primer novio, yo tenía 17 años, él, 18 y duramos tres años de novios; tres o más, peleábamos y regresábamos y así duramos, me fui con él cuando iba a cumplir veinte años.
Empezaron los problemas cuando yo estaba embarazada de mi niña, la más grande, éste era muy mujeriego, se juntó con una mujer, tuvo dos niñas con ella y se separó de ella y nos volvimos a juntar nosotros, apenas tenemos unos años que estamos viviendo bien.
En Culiacán él quería buscar trabajo y yo le dije que no, que yo no quería vivir ahí porque ahí vivía la mujer:
--No tiene caso que estemos aquí y, va a volver a pasar lo mismo. ¿Para qué? Tú vas a ir a buscarla y van a ser los mismos problemas. Mejor vete para allá.
Él tenía la idea de irse al otro lado.
Se fue para allá, consiguió pasaporte y se fue para el otro lado un tiempo. Pero no aguantó solo y a los dos meses me mandó hablar.
Y me vine. Él no se fue siempre y consiguió trabajo aquí. Las niñas se habían quedado allá, con mi papá y mi mamá. Ella me las cuidaba; estuvieron como seis meses allá con ellos. Después nos fuimos por las niñas, cuando ellas salieron de la escuela, y ya desde entonces aquí hemos estado. |
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El trabajo |
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Toda mi vida he trabajado, desde que yo estaba con él trabajé en el empaque, como dos años.
En el empaque trabajaba rezagando, o sea, se empaca el tomate bueno y el que no sirve se desecha. Ganábamos $400.00, $500.00 pesos por semana y trabajábamos los seis días, a veces también el domingo, hasta las diez u once de la noche.
Trabajaba porque era necesario, pero sí tenía problemas con él. No me parecía justo, pero como a mí no me gustaba pedirle o decirle dame, yo prefería ganar mi dinero y comprar lo que yo quisiera. Pero así era él, bien irresponsable, él no se dedicaba a nada, él llegaba y se acostaba a ver televisión. Si yo hacía o no hacía, eso sí, me estaba regañando, que "por qué no me haces comida temprano", o esto o aquello y ya no me dejó.
Me metí al INEA y trabajé como un año. Daba clases de primaria o de tejido, o juntaba muchachas que no sabían leer.
Tenía mucho tiempo queriéndome venir para acá. Sola o con él, porque mi hermana, que está aquí hace varios años, me decía que había trabajo mejor pagado que allá y se trabajaba menos.
Yo me vine dos meses después que él. Cuando llegué, mi hermana me consiguió trabajo. Fue a la tortillería que está aquí abajo y le preguntó al señor si no ocupaba a una señora que les ayudara; empecé a trabajar ahí como al mes de llegar.
En la tortillería hacía tostadas, barría y limpiaba la tortillería. Me pagaban $50.00 diarios, o sea, por semana $450.00. De lunes a sábado, entraba a las seis de la mañana y salía a la una a comer y entraba a las tres de la tarde y salía a las seis o siete de la tarde.
Me tomaba dos horas de comida, o sea, venía a la casa y no me iba hasta que despachaba a mis hijas a la escuela, les daba de comer, hasta entonces me iba a acabar de hacer tostadas y ponerme a limpiar, hasta que lo dejé.
Ahora trabajo en una casa, con una señora, de las nueve de la mañana a las dos o una y media. Ahí me pagan $750.00 por semana, nomás limpio, cuando ella anda muy apurada me dice:
Ándele Socorrito, ayúdeme a hacer comida.
Pero muy pocas veces.
Plancho, lavo, barro, trapeo y aspiro las alfombras. Trabajo los seis días a la semana, a veces nada más cinco días. Para entrar tengo llave y todo.
Ya tenemos casa del Infonavit. Nosotros fuimos a solicitarla; anduvimos metiendo solicitudes, hasta que gracias a Dios, nos tocó.
Me he adaptado fácil, me ha gustado, me preguntan si me regresaría para allá y les digo que no, que yo aquí me quedo.
Ahora, para diciembre, fuimos y le dijimos a mi papá que se viniera, pero él dice que no, porque él está acostumbrado al campo y dice que el campo no lo deja.
Lo que me gustaría hacer más adelante es vivir en mi casa, cuidar de mis hijas y ya no trabajar, sino dedicarme nomás a ellas, llevarlas y traerlas de la escuela, ayudarles con sus tareas. |
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En la historia de Socorro está presente esa otra motivación que suele impulsar a la gente para emigrar: cambiar de vida. Esto es: dejar atrás esas pequeñas o grandes tragedias personales que tanto dificultan el desarrollo, al convertirse en episodios que no tienen fin y que producen heridas que solamente la distancia puede sanar.
También muestra claramente cómo es que la migración hacia el norte ofrece para muchas familias una alternativa de mejoramiento real. En Ciudad Juárez, ella y su familia cuentan con empleo, casa de interés social, escuela y servicios médicos, lo que probablemente en su lugar de origen no hubieran podido obtener fácilmente.
Socorro, su pareja y sus hijas se acoplan ahora a las nuevas condiciones de vida con la vista puesta en el futuro y con la expectativa de traerse al resto de la familia para que ellos también disfruten de una mejor calidad de vida. |
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