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Cosechando pasto
UN TESTIMONIO
DE ABRAHAM DE ALBA ÁVILA

Tengo la fortuna de tener un pedazo
de tierra en este planeta; no, me corrijo, tengo el placer
de tener a mi cargo el cuidado de un paisaje. Lo complicado
es cuidarlo y, al mismo tiempo, tener el compromiso de dejarlo
mejor de como estaba y mantener una familia; eso fue hace
unos 14 años.
El tiempo aquí, para empezar, no se cuenta en meses
sino en bordos llenos: la única fuente de agua para
los animales, vacas Hereford y Limousin. Los dueños
de los pastos tienen dos opciones: meterle el arado y sembrar
maíz, aunque no se dé bien (como muchos de nuestros
temporales en México) o meter vacas y después
venderlas. De lo que les quiero platicar es precisamente de
cómo le hago para mantener un pastizal en buenas condiciones.
Empecemos imaginando cómo era hace años ese
lugar: existían arroyos y ríos todo el año,
había muchos, y los animales mayores no tenían
alambres o lienzos que les impidieran el tránsito.
Los encinos se talaron con el auge de la minería y
luego con la necesidad del carbón. Durante mucho tiempo
eso no fue problema: existían tierras de más,
los animales tenían potreros enormes y se aprovechaba
la pródiga naturaleza.
Conforme las propiedades se hicieron más pequeñas,
acabamos teniendo muchos animales para, cada vez, menos tierra.
Muchas propiedades comunales pusieron un simple cerco de alambre
delimitador de la propiedad, pero invariablemente esto ha
desencadenado el sobrepastoreo, pues más gente quiere
vivir en el mismo sitio y quieren mantener un mayor número
de animales. Entonces aprendimos a subdividir el rancho en
diferentes pastos o potreros. Se trataba de imitar en chiquito
lo que los animales herbívoros mayores no domesticados
—como los venados— todavía hacen; es decir,
rotar sus áreas de pastoreo cuando existe suficiente
espacio.
La subdivisión de un rancho permite
planear más fácilmente el manejo de
los animales. Para empezar, nuestro
rancho se dedica a cuidar un grupo de
vacas para que paran y críen sus becerros
en época de lluvias y luego los
destetamos a los siete meses para
venderlos. Una vez destetados, se
reinicia el ciclo y si se es eficiente, la
mayoría de las vacas están “cargadas”
de nuevo.
El truco en todo esto es darse cuenta
de que la vaca tiene diferentes
necesidades nutricionales, siendo las
más altas cuando está en su último
trimestre y durante la lactancia, y que
el pasto también tiene su propio ciclo
de necesidad de nutrientes.
Entonces es lógico que queramos los mejores pastos
cuando el becerro está a punto de nacer y cuando está
creciendo, para que la vaca produzca la leche necesaria para
destetar al mayor número de kilos de carne. Desafortunadamente
nuestra temporada de lluvia es de tan sólo tres meses,
y por lo tanto, si queremos destetar en siete meses, tenemos
que agregarles otro tipo de alimento durante tres o cuatro
meses antes de las lluvias y un poco después de éstas.
El pasto es nuestra forma de tener carne para vender, y por
lo tanto, siempre ha sido nuestra filosofía cuidarlo.
El pasto es muy particular
entre los vegetales, su punto de
crecimiento se encuentra muy cerca de
la superficie de la tierra y por
eso no importa cuánto se
corte o se coma, pues
sigue creciendo, siempre
y cuando sus reservas
estén en buen estado; es
decir, si le damos tiempo
a recuperarse.
Si no lo hacemos, corremos el peligro de perderlo.
Esto último es lo que pasa en muchos de nuestros ejidos,
donde el pasto está al ras y los animales están
esperando a que salga una hojita del renuevo sobre el suelo
para devorarla inmediatamente. No importa la carga animal
o el número de animales, lo importante es el tiempo
que permanecen pastoreando, y éste dependerá
del crecimiento del pasto. Si el crecimiento es lento, la
rotación de potreros es lenta; si es rápido,
la rotación es rápida.
Lo que se
busca es que el animal no vuelva a
darle un mordisco a la misma planta
de la que ya cosechó.
Desafortunadamente, no todos los
ganaderos han podido comprender
este nuevo manejo, que tiene que ver
con el cuidado de todos los seres vivos
dentro de una propiedad. Pero poco a
poco, nos daremos cuenta que no sólo
cosechamos pasto con vacas, sino que
cuidamos de que los venados tengan
agua y cobijo, que los conejos y las
liebres estén en balance con los
coyotes, y que lo peor no es
una sequía, sino una
sociedad que no
comprenda nuestra
función de guardianes
de nuestros recursos
naturales y del paisaje.
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