Tengo la fortuna de tener un pedazo de tierra en este planeta; no, me corrijo, tengo el placer de tener a mi cargo el cuidado de un paisaje. Lo complicado es cuidarlo y, al mismo tiempo, tener el compromiso de dejarlo mejor de como estaba y mantener una familia; eso fue hace unos 14 años.

El tiempo aquí, para empezar, no se cuenta en meses sino en bordos llenos: la única fuente de agua para los animales, vacas Hereford y Limousin. Los dueños de los pastos tienen dos opciones: meterle el arado y sembrar maíz, aunque no se dé bien (como muchos de nuestros temporales en México) o meter vacas y después venderlas. De lo que les quiero platicar es precisamente de cómo le hago para mantener un pastizal en buenas condiciones.

Empecemos imaginando cómo era hace años ese lugar: existían arroyos y ríos todo el año, había muchos, y los animales mayores no tenían alambres o lienzos que les impidieran el tránsito. Los encinos se talaron con el auge de la minería y luego con la necesidad del carbón. Durante mucho tiempo eso no fue problema: existían tierras de más, los animales tenían potreros enormes y se aprovechaba la pródiga naturaleza.

Conforme las propiedades se hicieron más pequeñas, acabamos teniendo muchos animales para, cada vez, menos tierra. Muchas propiedades comunales pusieron un simple cerco de alambre delimitador de la propiedad, pero invariablemente esto ha desencadenado el sobrepastoreo, pues más gente quiere vivir en el mismo sitio y quieren mantener un mayor número de animales. Entonces aprendimos a subdividir el rancho en diferentes pastos o potreros. Se trataba de imitar en chiquito lo que los animales herbívoros mayores no domesticados —como los venados— todavía hacen; es decir, rotar sus áreas de pastoreo cuando existe suficiente espacio.

La subdivisión de un rancho permite planear más fácilmente el manejo de los animales. Para empezar, nuestro rancho se dedica a cuidar un grupo de vacas para que paran y críen sus becerros en época de lluvias y luego los destetamos a los siete meses para venderlos. Una vez destetados, se reinicia el ciclo y si se es eficiente, la mayoría de las vacas están “cargadas” de nuevo.


El truco en todo esto es darse cuenta de que la vaca tiene diferentes necesidades nutricionales, siendo las más altas cuando está en su último trimestre y durante la lactancia, y que el pasto también tiene su propio ciclo de necesidad de nutrientes.
Entonces es lógico que queramos los mejores pastos cuando el becerro está a punto de nacer y cuando está creciendo, para que la vaca produzca la leche necesaria para destetar al mayor número de kilos de carne. Desafortunadamente nuestra temporada de lluvia es de tan sólo tres meses, y por lo tanto, si queremos destetar en siete meses, tenemos que agregarles otro tipo de alimento durante tres o cuatro meses antes de las lluvias y un poco después de éstas.

El pasto es nuestra forma de tener carne para vender, y por lo tanto, siempre ha sido nuestra filosofía cuidarlo.

El pasto es muy particular entre los vegetales, su punto de crecimiento se encuentra muy cerca de la superficie de la tierra y por eso no importa cuánto se corte o se coma, pues sigue creciendo, siempre y cuando sus reservas estén en buen estado; es decir, si le damos tiempo a recuperarse.
Si no lo hacemos, corremos el peligro de perderlo.

Esto último es lo que pasa en muchos de nuestros ejidos, donde el pasto está al ras y los animales están esperando a que salga una hojita del renuevo sobre el suelo para devorarla inmediatamente. No importa la carga animal o el número de animales, lo importante es el tiempo que permanecen pastoreando, y éste dependerá del crecimiento del pasto. Si el crecimiento es lento, la rotación de potreros es lenta; si es rápido, la rotación es rápida.

Lo que se busca es que el animal no vuelva a darle un mordisco a la misma planta de la que ya cosechó. Desafortunadamente, no todos los ganaderos han podido comprender este nuevo manejo, que tiene que ver con el cuidado de todos los seres vivos dentro de una propiedad. Pero poco a poco, nos daremos cuenta que no sólo cosechamos pasto con vacas, sino que cuidamos de que los venados tengan agua y cobijo, que los conejos y las liebres estén en balance con los coyotes, y que lo peor no es una sequía, sino una sociedad que no comprenda nuestra función de guardianes de nuestros recursos naturales y del paisaje.