En todos los lugares donde convivimos hay límites, es decir, hay cosas que podemos hacer y otras no.

El respeto de estos límites es lo que nos ayuda a vivir en armonía con quienes nos rodean.

Las niñas y los niños comienzan experimentar estos límites en la casa; cuando no les permiten tocar cosas que los pueden dañar; o bien en los juegos, cuando ya son más grandecitos. Por ejemplo, al jugar avión, donde no está permitido bajar el pie o pisar raya.


Cuando la persona adulta le deja claro a la niña o al niño, los límites que tiene, los apoya para que se sientan seguros y protegidos, así como a controlar la agresividad y a esperar que sus deseos sean satisfechos. Esto los ayudará a que establezcan sus reglas personales.

Por eso, la persona que va a estar con ellos necesita definir los límites
y ser firme, es decir, ser fuerte para no ceder y para que se respeten.

Para poner límites, es necesario:

Usar la observación y la inteligencia.
Usar el afecto y la firmeza.
Respetar y adaptarse a la edad de los niños.
Pensar que los límites no son para siempre, pues tendrán que cambiar de acuerdo con la edad.
Definir claramente los límites y respetarlos.