Obra teatral Clásica

Disfruta a través de la lectura del fragmento de la obra.

Introducción

Las tragedias fueron obras que surgieron en la antigua Grecia 400 o 500 años a. C. Las tragedias son obras en las que se presenta siempre un conflicto, es decir, los Personajes atraviesan muchas dificultades y, al final, alguien muere. Las tragedias, por lo regular, mostraban y enseñaban algo a los espectadores, en relación con muchos de los sentimientos y estados de ánimo que todos experimentamos cuando las circunstancias de la vida se complican. Sentimientos como el rencor, la compasión, el amor o el espanto se hacen presentes gracias a las tragedias. Resulta interesante que, todavía hoy, estas obras nos hacen vibrar y al mismo tiempo reflexionar sobre diversas circunstancias de la vida. Por esta razón, por medio del teatro, podemos enriquecer nuestra manera de ver el mundo.

Reseña

Edipo Rey es una obra de teatro que narra la historia de Edipo, un desventurado príncipe de Tebas. Edipo fue hijo de Layo y de Yocasta. Poco antes de que éstos se casaran, un oráculo les dijo que el hijo que tuvieran llegaría a matar a su padre y se casaría con la reina. Layo tuvo miedo, y en cuanto nació Edipo, encargó a uno de sus súbditos que acabara con el niño, pero éste no cumplió con la orden y sólo perforó los pies del bebé y lo colgó de un árbol situado en el monte Citerón.

 

Sófocles (496-406 a.C.)


Nació en el seno de una familia rica ateniense. Fue el dramaturgo que idealizó el sufrimiento humano y su carrera literaria está marcada por una constante sucesión de triunfos. Sus Personajes, de una grandeza psicológica extraordinaria, se crearon paralelamente a los acontecimientos de la guerra del Peloponeso. Edipo rey, una de sus obras maestras, fue considerada por Aristóteles la tragedia ideal.

(Tragedia)

Reflexiona:

¿Qué te sugiere el título de la obra?

PERSONAJES:

  1. EDIPO, rey de Tebas.
  2. YOCASTA, su esposa, viuda de Layo.
  3. CREONTE, hermano de Yocasta.
  4. TIRESIAS, adivino, ciego, anciano.
  5. MENSAJERO corintio.
  6. Un PASTOR, antiguo criado de Layo.
  7. Grupo de SUPLICANTES, con un SACERDOTE a la cabeza.
  8. CORO de ancianos tebanos, dirigido por El CORIFEO.
  9. Dos niñas, varios criados y doncellas de palacio.

Instrucciones

Recomendaciones

ESCENARIO:

(Delante del palacio de Edipo, en Tebas. Un grupo de ancianos y de jóvenes están sentados en las gradas del altar, en actitud suplicante, portando ramas de olivo. El sacerdote de Zeus se adelanta solo hacia el palacio. Edipo sale solo seguido de los ayudantes y contempla al grupo en silencio. Después les dirige la palabra.)

Hijos míos, vástagos recientes del antiguo Cadmo, ¿por qué esta actitud, aquí sentados, como suplicantes coronados por ramos de olivo? A todo esto, la ciudad está llena de incienso, hasta rebosar de peanes y lamentos. Y yo, hijos, al que todos llaman el ilustre Edipo, no he tenido por justo enterarme de boca de mensajeros y he venido aquí en persona.
(Al sacerdote.) Venga, anciano, habla, que te cuadra a ti tomar la palabra en representación de estos jóvenes: ¿con qué finalidad estáis aquí sentados? ¿Por temor o acaso para hacer algún ruego? Mi voluntad es, decididamente, socorreros: sería en verdad bien despiadado si no me apenara esta actitud vuestra.

Reflexiona:

¿Por qué crees que tiene esa actitud?

Lee con atención la escena del sacerdote y escribe con tus palabras la petición que le hace a Edipo en el espacio correspondiente.

Ya ves, Edipo, señor soberano de mi tierra, qué edad tenemos los que estamos junto a tus altares: ellos, un puñado escogido de jóvenes sin fuerza todavía para volar muy lejos, y yo, un sacerdote de Zeus al que pesan sus años. Y hay otros muchos grupos de gente coronada sentados en las plazas, ante los dos templos de Palas o cerca de la ceniza profética de Ismeno. Porque la ciudad, como tú mismo sabes, está ya demasiado sumida en la agitación y no puede levantar aliviada la cabeza ante la avalancha de muertes: se consume la tierra, en los frutos de los cálices; se consume en los rebaños de bueyes que pastan y en los hijos que no llegan a nacer de las mujeres. Se ha abatido contra la ciudad, la acosa, un dios armado de fuego, la peste, el más cruel enemigo; por él se vacía la casa de Cadmo y se enriquece el negro Hades, a fuerza de lamentos y de lloro. Ni yo ni estos muchachos que estamos aquí suplicantes pensamos que seas igual a los Dioses, pero sí te juzgamos el primero de los mortales en las vicisitudes de la vida y en los avatares que los dioses envían; a ti, Edipo, que, llegando a esta ciudad, al punto la libraste del tributo que venía pagando a la dura cantora, y no porque nosotros te diéramos ningún indicio ni te instruyéramos en algo, sino según se dice, y es común opinión, porque la voluntad de un dios te puso en nuestra vida para que la enderezaras.

Y ahora, Edipo, tú a juicio de todos el más fuerte, halla algún remedio para nuestros males: éste es el ruego que te hacemos, suplicantes, radique en algo que le hayas oído decir a un dios o en algo que sepas por un hombre. Bien sé yo que la experiencia se nota en los consejos, merced a las circunstancias de la vida. Ve, tú, el mejor de los hombres, lleva otra vez derechamente la ciudad y ten cuidado: hoy esta tierra te aclama como a su salvador, porque te preocupaste de ella; que no tengamos que recordar tu gobierno como una época en que nos levantamos firmes para caer hasta el máximo; no, lleva otra vez derechamente la ciudad, y de modo seguro. Entonces, bajo favorables auspicios, pudiste ofrecernos buena fortuna; pórtate como entonces ahora. Y así, si realmente has de gobernar esta tierra, como de hecho la gobiernas, será mejor que tu gobierno sea sobre hombres, y no sobre la ciudad vacía, que no hay baluarte ni nave, no, de estar desiertos, de no habitar hombres dentro.

Escribe la petición:


Reflexiona:

¿Qué crees que va a contestar Edipo ante esto?

El teatro griego tiene sus orígenes en el culto de Dionisos, dios de la vegetación y la vendimia. En las fiestas dionisiacas, los coros cantaban las alabanzas del dios en forma violenta; era el coro trágico (del griego tragos, "macho cabrío"). Tespis introdujo un personaje que, al replicar al coro, inició el diálogo, cuyo objeto era la acción.

¡Pobres hijos míos! El deseo que habéis venido a traerme no me era desconocido, que ya lo sabía, pues bien sé que sufrís todos; mas, en vuestro sufrimiento, no hay quien sufra tanto como yo, porque vuestro dolor va sólo a uno "cada uno por sí mismo", y no a otro, y mi corazón gime, en cambio, gime por la ciudad y por mí y por ti también. De forma que no es que hayáis venido a despertarme de un sueño que durmiera; habéis de saber que a mí me ha costado esto muchas lágrimas y que, en el ir y venir de mis cavilaciones, me ha llevado por muchos caminos. El único remedio que, tras considerarlo todo, pude hallar, éste he puesto en práctica: al hijo de Meneceo, a Creonte mi propio cuñado, lo envié al oráculo pítico de Febo, para que preguntara con qué obras o con qué palabras puede salvar nuestra ciudad.
Pero, cuando llegue de no hacer yo todo cuanto el dios haya manifestado, entonces toda la culpa será mía.

 

En buen momento has hablado: estos muchachos me hacen señas de que, ahora mismo, Creonte se acerca ya hacia aquí.

(Creonte que llega apresurado, se deja ver.)

En el curso del siglo V a.C., durante la edad clásica de Grecia, se erigieron grandes teatros de piedra, entre los que cabe citar el aún conservado de Epidauro (ver anexo).

¡Oh Apolo soberano! Si viniera en buena hora con la salvación, como parece indicar su luminoso rostro.

Sí, a lo que parece, viene alegre; de no ser así no vendría con la cabeza coronada de este laurel florido.

Al punto lo sabremos, que ya está cerca y puede oírme. (A Creonte) Príncipe hijo de Meneceo, mi pariente: ¿cuál es el oráculo del dios que vienes a traernos?
Excelente, porque hasta la desgracia, digo yo, de hallar una recta salida, puede llegar a ser buena fortuna.
Pero, ¿qué es lo que ha manifestado? Porque lo que llevas dicho, con no asustarme, tampoco me da ánimos.
Si quieres oírme en su presencia (señalando a los suplicantes), estoy dispuesto a hablar, como si quieres ir dentro.

 

 

Habla aquí, en presencia de todos, que más aflicción siento por ellos que si de mi propia vida se tratara.
Paso, pues, a decir la noticia que he recibido del dios. Con toda claridad el soberano Febo nos da la orden de echar fuera de esta tierra una mancha de sangre que aquí mismo lleva tiempo alimentándose y de no permitir que siga creciendo hasta ser incurable.
Sí, pero, ¿con qué purificaciones? ¿De qué tipo de desgracia se trata?
Sacando de aquí al responsable, o bien purificando muerte por muerte a su vez, porque esta sangre es la ruina de la ciudad.
Pero, ¿la suerte de qué hombre denuncia así el oráculo?
Señor, en otro tiempo teníamos en esta tierra como gobernante a Layo, antes de hacerte tú cargo de la dirección de Tebas.
Lo sé, aunque de oídas, porque nunca le conocí.
Pues bien, ahora el oráculo prescribe expresamente que los responsables de su muerte tienen que ser castigados.

Reflexiona:

¿Cómo crees que va a reaccionar Edipo?

Pero, ellos, ¿dónde están? ¿Dónde podrá hallarse el rastro indiscernible de una culpa tan antigua?
Aquí en esta tierra, ha dicho, y siempre es posible que uno se haga con algo, si lo busca, así como se escapa de aquello de lo que uno no se cuida. [...]

El término teatro proviene del latín theãthrum y éste del griego théatron, que significa mirar, contemplar".

¿Puedo decirte lo que me parece, en segundo lugar, de todo esto?
Y hasta lo que te parece en tercer lugar. Habla sin vacilaciones.

Yo sé de un señor que ve hasta más que el señor Febo, y es Tiresias. Si alguien, señor, se dejara llevar por su consejo, podría sacar una opinión más clara sobre este asunto. [...]

Entra Tiresias, anciano y ciego, llevado por un muchacho y entre dos servidores de Edipo.

Pero ahí está el que lo dejará al descubierto. Éstos traen ya aquí al sagrado adivino, al único de los mortales en que la verdad es innata.

Oh tú, Tiresias, que dominas todo saber, lo que puede enseñarse y lo inefable, lo celeste y lo arraigado en la tierra: aunque tú no puedes ver, sabes sin embargo de qué enfermedad es víctima Tebas. No hallamos sino a ti, señor, que puedas defenderla y salvarla. El caso es, si no te has enterado ya por mis mensajeros, que Febo ha enviado, en respuesta a nuestra embajada, la contestación de que el único remedio que puede venir contra la peste es que lleguemos a saber quiénes fueron los asesinos de Layo y les matemos o bien les echemos lejos de esta tierra. Tú, pues, no desdeñes, no, ni los anuncios de las aves ni ningún camino de adivinación, el que sea, para liberarte a ti y a la ciudad, para liberarme a mí, para liberarnos de la culpa de sangre de su muerte. En tus manos estamos.
¡Ay, ay, qué terrible es saber algo cuando ello no puede ayudar al que lo sabe! Bien sabía yo esto, mas debí de olvidarlo, que, si no, no fuera aquí venido.
¿Cómo? ¿Así desanimado vienes?
Déjame volver a mi casa. Mejor soportarás tú tu destino y yo el mío, si me haces caso.

Reflexiona:

¿Por qué Tiresias prefiere marcharse a su casa sin decirle lo que sabe a Edipo?

¿Por qué dice que la desgracia de Edipo también es la suya?

No es justo que así hables: no demuestras tu amor a esta ciudad que te ha visto crecer, si la privas de tu vaticinio.
No veo, no, que lo que dices vaya por el camino conveniente. Y así, para que no me pase a mí lo mismo...
No, por los dioses: si algo sabes, no te vayas. Míranos a todos ante ti postrados, suplicantes.
Sí, todos, porque no sabéis... No, no pienso revelar tu desgracia (también podría decir la mía).
¿Qué dices? ¿Sabes algo y no lo dirás? ¿Piensas acaso traicionarnos y ser la ruina de la ciudad?
No quiero hacerme daño, ni hacértelo a ti... ¿Para qué insistir en vano? De mí no sabrás nada.
¡Oh tú, el más malvado de los malvados, que irritarías hasta a uno de carácter tan imperturbable como una roca!, ¿no dirás nada? ¿Serás capaz de mostrarte tan duro e inflexible?
Criticas mi obstinación, pero sin advertir la que tú llevas dentro, y llegas a vituperarme.
¿Quién podría no irritarse oyendo estas palabras con que tú deshonras a Tebas?
En todo caso, y aunque yo lo encubra con mi silencio, llegará por sí mismo. [...] Tú eres rey, cierto, pero has de considerarme tu igual a la hora de responderte, punto por punto, porque también yo tengo poder y no vivo sometido a ti, sino a Loxias, como esclavo; de modo que no me verás inscrito entre la clientela de Creonte. A tus insultos sobre mi ceguera respondo: tú tienes, sí, ojos, pero no ves el grado de miseria en que te encuentras ni dónde vives ni en la intimidad de qué familiares. ¿Sabes quiénes fueron tus padres?... E ignoras que eres odioso para los tuyos, tanto vivos como muertos. Pronto la maldición de tu madre y de tu padre, de doble filo, vendrá, terrible, a echarte de esta tierra; ahora ves bien, pero entonces no verás sino sombras. Cuando sepas las bodas en que como en viaje sin posible fondeo de la nave te embarcaste, después de una feliz travesía, ¿qué lugar no será el puerto de tus gritos? ¿Qué Citerón no devolverá tu voz? Tampoco sabes nada de la avalancha de otros males que os han de igualar, a ti contigo, contigo a tus hijos. Después de esto, puedes ensuciarnos lo que quieras, a Creonte y a mis oráculos. Ningún hombre ha de pasar una más desgraciada existencia que tú.
(Al coro) ¿No es insufrible oír esto de labios de éste? (A Tiresias.) Vete en mala hora, y rápido. Date la vuelta y márchate por donde has venido. Lejos de este palacio.
Si no me hubieras llamado, no hubiera yo venido. [...] Me voy. (Al muchacho que le guía.) Tú, hijo, ven a acompañarme.
Eso es, que te acompañe, que aquí ante mí, presente, me molestas; cuando hayas desaparecido no me apenaré mucho, no.
Me marcho habiéndote dicho aquello por lo que vine, sin haber temido tu semblante, porque tú no tienes forma de perderme. Y te lo advierto, el hombre al que buscas con amenazas y decretos sobre la muerte de Layo está aquí. Pasa por ser un extranjero que vive entre nosotros, pero después se verá que es tebano, aunque esta ventura no ha de alegrarle. Será ciego aunque antes ha visto, y pobre, en vez de rico, y tanteando ante sí con un bastón se encaminará a extrañas tierras. Se verá que era a la vez hermano y padre de los hijos con que vivía, hijo y esposo de la mujer de que había nacido y que, asesino de su padre, en su propia mujer había sembrado. [...]

Aparece Edipo en el umbral del palacio.

Apolo era hijo de Zeus y de Leto. Su hermana gemela fue la diosa Artemisa, ella fue la que en la isla de Delos ayudó a que su hermano gemelo naciera.

(A Creonte): Tú, dime cómo te has atrevido a volver aquí: ¿con qué rostro, audacísimo, te presentas en mi casa, tú, convicto asesino de este hombre (señalándose a sí mismo), evidente ladrón de mi realeza? Venga, por los dioses, habla: ¿habías visto en mí algún signo de debilidad o de estupidez que motivara esta decisión tuya? ¿Pensabas acaso que, serpeando con astucias, no iba yo a conocer tu propósito, o que, caso de conocerlo, no iba a defenderlo? ¿No es loca empresa, éste tu ir a la caza de la realeza sin el pueblo, sin amigos, cuando es con el pueblo y con amigos que se consigue?
¿Sabes qué has de hacer? Escucha, como yo te he escuchado a ti, la respuesta que he de dar a tus palabras, y cuando me hayas oído, juzga tú mismo.

Reflexiona:

¿Qué palabras imaginas que dirá Creonte a Edipo?

Tú eres bueno hablando, pero yo soy malo para oírte, porque en ti he descubierto una grave hostilidad hacia mi persona.

Ya te he dicho, señor, y no una sola vez, que sería "has de saberlo" incapaz de razonar, insensato, si abandonara tu causa, porque tú, cuando mi querida tierra se agitaba entre penas, la enderezaste por el camino recto; guíala también ahora por buen camino, si está en tu mano.

Por los dioses, explícame, señor, qué razón tiene esta cólera que has levantado.
Que dice que yo soy el asesino de Layo.
¿Lo sabe por él mismo o porque se lo haya dicho algún otro?
Para tener en todo libre de culpa su boca me ha enviado al pérfido adivino.
Si es por esto que has dicho, presta atención y absuélvete; piensa que este arte de adivinar no es cosa de hombres: en pocas palabras te daré pruebas evidentes: en otro tiempo le llegó a Layo un oráculo, no diré de labios del propio Apolo sino de sus ministros: que su destino sería morir en manos de un hijo suyo, de un hijo que nacería de mí y de él; en cambio, a él le dieron muerte, según se ha dicho, unos salteadores extranjeros en una encrucijada de tres caminos; en cuanto a su hijo, no había pasado tres días de su nacimiento que ya él le había unido los pies por los tobillos y, por mano de otros, a un monte desierto le había arrojado; tampoco entonces cumplió Apolo que el hijo sería el asesino de su padre y Layo no sufrió de su hijo el terrible desmán que temía. Y, con todo, así lo habían prescrito las voces del oráculo; de modo que no debes hacer caso de esto: las cosas cuyo cumplimiento busca un dios, él mismo te las revelará.
¡Qué desconcierto, qué agitación en lo más hondo se acaba de apoderar de mí, después de oírte!
¿En virtud de qué preocupación dices esto? ¿A qué mirar ahora hacia el pasado?
Es el caso que me ha parecido oírte decir que Layo halló la muerte en la encrucijada de tres caminos. Ay de mí, desgraciado! Me parece que las terribles imprecaciones de hace un rato las lancé, sin saberlo, contra mí mismo.
¿Cómo dices? No me atrevo ni a mirarte, señor.
Terrible desánimo me entra de pensar que el adivino ve claro. Pero podrás informarme mucho más si me dices, aún, una sola cosa.

Reflexiona:

A partir de las palabras consoladoras de Yocasta, ¿cómo crees que continúe la historia de Edipo?

También yo vacilo, pero pregúntame y si sé te contesto.
¿Cómo viajaba? ¿Cómo persona insignificante o bien, cual corresponde a quien tiene el poder, con abundante séquito de gente armada?
En total eran cinco, y entre ellos había un heraldo; llevaban un solo carruaje en el que viajaba Layo.
¡Ay, ay, que esto ya es diáfano! Y dime, mujer, ¿quién fue que vino entonces a narraros esto?
Un criado, el único que pudo volver sano y salvo.
Y, ahora, ¿vive aún en el palacio?
Sí, es posible, pero ¿a dónde lleva esta pesquisa?
Es que temo, mujer, no haber hablado mucho, demasiado; por esto quiero verle.

Pone Yocasta las ofrendas en el altar, ante la estatua de Apolo. Entra un mensajero.

Los primeros poetas trágicos nos son conocidos, quedaron opacados ante los dotes extraordinarios de los tres grandes: Esquilo, Sófocles y Eurípides.

(Al coro) Querría que me informaseis, extranjeros, dónde está el palacio del rey Edipo, y, si lo sabéis, que me dijerais dónde está él.

Ésta es su casa, y él está dentro, extranjero; pero aquí está su mujer, la madre de sus hijos.

¿Quién te manda?
Vengo de Corinto, lo que al punto te diré es nueva de alegría "¿cómo iba a ser de otro modo?", pero también puede afligir.

¿Cuál es que pueda tener esa doble virtud?

Las gentes de Corinto han erigido rey del Itsmo a Edipo, según se oía decir allí.
¿Cómo? ¿No está en el poder el anciano Pólibo?
Desde luego que no, pues la muerte le retiene en su sepulcro.
¿Qué dices? ¿Ha muerto el padre de Edipo?
Digo merecer la muerte, si miento.
(A la esclava que salió con ella) Corre, ve a decirle esto a tu señor lo más rápido que puedas... (Sale la esclava corriendo hacia palacio.) Y ahora, vaticinios de los dioses, ¿dónde estáis? De este hombre huía hace tiempo Edipo, por temor de matarle, y ahora, cuando le tocaba ha muerto, y no por mano de Edipo.
Y ¿por temor de esto que dices estás aquí exiliado de Corinto?
Por evitar ser el asesino de mi padre, anciano.
Ay, señor, pues yo he venido aquí con buen propósito, ¿por qué no te habré librado ya de este temor?
De hacerlo, recibirías de mí la merecida gratitud.
El caso es que he venido para que tu regreso a Corinto me valiera alguna recompensa.
No, nunca iré a donde estén mis padres.
Hijo mío, es bien manifiesto que no sabes lo que haces.
Pero, anciano ¿qué dices? Por los dioses, explícate.

Si es por estas razones que te niegas a volver a tu patria...

Sí, por temor a que resulte fundado el oráculo de Febo.
¿Para no mancharte con la sangre de tus padres?

Eso es, anciano: ésta es la razón por la que siempre he de temer.

¿Ya sabes que, en justicia, no hay nada que temer?
¿Cómo no, si soy hijo de estos padres de que hablamos?
Porque a Pólibo no le unía contigo ningún vínculo de sangre.

Reflexiona:

¿Cuál será la reacción de Edipo ante la respuesta?

¿Qué has dicho? ¿No fue Pólibo quien me engendró?
No más que este hombre (señalándose a sí mismo): justo igual.
¿Cómo puede el que me engendró ser igualado a quien no es nada?
Porque no te engendramos ni él ni yo.
Pero, entonces, ¿por qué me llamaba hijo suyo?
Has de saber que él te recibió como un presente de mis manos.
¿Y así incluso me amó tanto, habiéndome recibido de otro?
No tenía hijos: esto le indujo a amarte como propio.
¿Tú me diste a él? ¿Por qué? ¿Me habías comprado o me encontraste?

Sófocles, ya en su vejez, fue acusado por uno de sus hijos de haber perdido la razón. Ante los jueces, lo único que hizo fue leer uno de los coros de Edipo en Colona; el tribunal se entusiasmó tanto que lo condujo en triunfo hasta su casa.

Te hallé en las selvas sinuosas del Citerón.
¿Cómo es que frecuentabas aquellos lugares?
Yo guardaba ganado en aquellas montañas.
¿Eras, pues, un pastor que iba de un lado a otro, por soldada?
Y quien te salvó, hijo, en aquel tiempo.
¿Cómo me recogiste? ¿Qué dolor tenía yo?
Tus propios tobillos podrían informarte.
¡Ay de mí!, ¿a qué hablar ahora de mi antigua miseria?
Yo voy y te desato: tenías atravesados los tobillos de los dos pies.
¡Qué mal oprobio recibí de mis pañales!
Y así, de esta desgracia, se te llamó como te llamas.
Pero por los dioses, dime si me abandonó mi madre o mi padre.
No sé: esto lo sabrá mejor el que te entregó a mí.

Así, ¿no fuiste tú el que me halló? ¿Me recibiste de otro?

No, no te hallé yo: otro pastor te dio a mí.
¿Quién? ¿Sabrías señalarme quién fue?
Le llamaban, creo, de la gente de Layo.
¿Del rey, en otro tiempo, de esta tierra?
Eso es: él era el boyero del rey que dices.
Y ¿está vivo, todavía? ¿Puedo verle? [...]

Asoma a lo lejos el anciano boyero de Layo, entre dos esclavos. Mientras se acerca, va hablando Edipo.

Venga, pues, contesta ahora: ¿recuerdas entonces haberme dado un niño para que yo lo criara como si fuese mío?
¿Cómo dices? ¿A qué viene hacer memoria ahora de aquello?
(Señalando a Edipo): Aquí está, compañero, aquél que era entonces un niño.
(Amenazándole con un bastón): ¡Maldito seas, no podrás callar!
No, anciano, no; no le amenaces; tus palabras, más que las suyas, son dignas de amenaza.
Oh tú, el mejor de los señores, ¿cuál es mi falta?
No reconocer al niño que él te recuerda.
Es que habla sin saber, para afligir por nada.
Pues si te lo piden por favor no hablas, con gritos hablarás.
No, por los dioses te ruego no maltrates a un viejo como yo.
Rápido, que alguien le ate las manos a la espalda.
Infortunado de mí, ¿por qué causa? ¿Qué más quieres saber?
Si le diste a él el niño de que habla.
Sí, se lo di, y ojalá hubiera muerto aquel día.
Llegarás a morir, sí, si no dices lo que debes.
Y, si hablo, con mucha más razón he de morir.
El hombre éste, está claro que quiere darle largas al asunto.
No por mí, desde luego; pero ya te dije que sí se lo di.
¿De dónde lo sacaste? ¿Era tuyo o de algún otro?
No, mío no era: lo recibí de otro.
¿Había nacido bajo el techo de algún ciudadano de Tebas?
No, por los dioses, señor, no indagues más.
Eres hombre muerto, si he de preguntártelo de nuevo.
Había nacido en la familia de Layo.
¿De un esclavo o de quién, de su familia?
¡Ay, de mí, que he llegado al punto más terrible de lo que he de decir!

Sófocles murió, cerca a los 90 años, en el 406 a.C. por la impresión que le produjo una buena noticia.

 

Y yo al de lo que he de oír; con todo, hay que oírlo.
Era hijo de Layo... se decía. Pero ella, tu mujer, la que está dentro, te lo podrá decir mejor que yo, lo que ocurrió.
¿Fue ella la que te lo entregó?
Justamente, señor.
Y ¿con qué finalidad?
Para que lo hiciera desaparecer.
¡Ella, pobre, que lo había dado a luz!
Lo hizo angustiada por funestos oráculos.
¿Cuáles?
Se decía que él sería la muerte de sus padres. [...]
¡Oh, desgraciadísima!, y ¿a causa de qué?
Se ha suicidado. Y tú te ahorras lo más doloroso de este suceso porque no está a tu vista; con todo, hasta donde llegue mi memoria, podrás saber los sufrimientos de aquella infortunada. Apenas ha atravesado el vestíbulo se precipita, furiosa, poseída, al punto hacia la habitación nupcial, arrancándose los cabellos con ambas manos; entra, cierra como un huracán las puertas y llama por su nombre a Layo, fallecido hace tanto tiempo, en el recuerdo del hijo que antaño engendró y en cuyas manos había de hallar la muerte; a Layo, que había de dejar a su hijo la que le parió, para que tuviese de ella una siniestra prole. [...] Y como si alguien le guiara se abalanza contra la doble puerta, de cuajo arranca la encajonada cerradura y se precipita dentro de la estancia; allí colgada la vimos, balanceándose aún en la trenzada cuerda... Cuando la ve, Edipo da un horrendo alarido, el miserable, afloja el nudo de que pende; después el pobre cae al suelo, e insoportable con su horror en la escena que vimos: arranca los alfileres de oro con que ella sujetaba sus vestidos, como adorno, los levanta y se los clava en las cuencas de los ojos, gritando que lo hacía para no verla, para no ver ni los males que sufría ni los que había causado: "Ahora miraréis, en la tiniebla, a los que nunca debisteis ver, y no a los que tanto ansiasteis conocer"; como un himno repetía estas palabras y no una sola vez se hería los párpados con esos alfileres; sus cuencas, destilando sangre, mojaban sus mejillas: no daban suelta, no, a gotas humedecidas de sangre, sino que le mojaba la cara negro chubasco de granizo ensangrentado. De dos y no de sólo uno: de marido y mujer, de los dos juntos, ha estallado este desastre. La antigua ventura era ayer ventura, ciertamente, pero hoy, en este día: gemido, ceguera, muerte, vergüenza, cuantos nombres de toda clase de desastres existen, sin dejar ni uno.
De lo que pides, ahora viene a propósito Creonte, que podrá hacer y aconsejar, pues él es el único guardián de esta tierra que ha quedado, en tu lugar.

Entra Creonte.

Ay de mí, ¿qué podré decirle? ¿Qué confianza puede mostrarme, si hace un momento me he presentado ante él tan desconfiado?
Pero mis hijos, Creonte, no te pido que te aflijas por los varones, que son hombres, de modo que no ha de faltarles, donde quiera que estén, de qué ir viviendo... Pero mis dos pobres, lamentables hijas... Para ellas siempre estaba parada y servida la mesa, pero ahora, sin mí... En todo lo que yo tocaba, en todo tenían ellas parte... De ellas sí te ruego que te cuides... Y déjame que puedan mis manos tocarlas, lamentando su mala fortuna [...]. Consiente a mi ruego, noble Creonte, y, en señal de ello, toca con tu mano la mía.

Estrecha Creonte la mano de Edipo.

Y a vosotras, hijas mías, si tuvieseis edad de comprenderme, yo os daría muchos consejos... Ahora, rogadles a los dioses que, donde quiera que os toque vivir, tengáis una vida mejor que la que tuvo vuestro padre.
Ya basta con el extremo a que han llegado tus quejas. Ahora entra en casa.
He de obedecer, hasta si no me gusta.
Todo lo que se hace en su momento está bien hecho.
Iré, pero ¿sabes con qué condición?
Si me lo dices, podré oírla y la sabré.
Que me envíes lejos de Tebas.
Me pides algo cuya concesión corresponde a Apolo.
Pero a mí me odian los dioses.
Pues, entonces, sin duda lo obtendrás.
¿Tú crees?
No suelo hablar en vano, diciendo lo que no pienso.
Venga, pues: ahora, échame de aquí.
De momento, deja a tus hijas y ven.
¡No, no me las quites!
No quieras mandar en todo. Venciste muchas veces, pero tu estrella no te acompañó hasta el final de tu vida.

Entran Edipo y Creonte, con los esclavos, en palacio. Un esclavo se lleva a Antígona e Ismene. Va desfilando el coro mientras el corifeo dice las últimas palabras.

Habitantes de mi patria, Tebas, mirad: he aquí a Edipo, que descifró los famosos enigmas y era muy poderoso varón cuya fortuna ningún ciudadano podía contemplar sin envidia; mirad a qué terrible cúmulo de desgracias ha venido. De modo que, tratándose de un mortal, hemos de ver hasta su último día, antes de considerarle feliz sin que haya llegado al término de su vida exento de desgracias.

Reflexiona:

¿Cómo imaginabas el final de la obra?

¿Cómo se llamó la obra?

El enigma de la esfinge

Cuando Edipo se dirige a Tebas, la Esfinge "monstruo mitad león y mitad mujer" sembraba el terror entre la población planteando enigmas y devorando a los tebanos, que eran incapaces de resolverlos. Edipo los resuelve fácilmente, la Esfinge se precipita al abismo y los tebanos lo elevan al trono de la ciudad, casándose además con Yocasta, viuda del difunto Layo.

 

Resuelve el siguiente enigma.

Existe sobre la tierra un ser bípedo y cuadrúpedo, que tiene sólo una voz, y es también trípode. Es el único que cambia su aspecto de cuantos seres se mueven por tierra, por aire o en el mar. Pero, cuando anda apoyado en más pies, entonces la movilidad de sus miembros es mucho más débil.

Telón

Concluye con la Actividad 4, del tema 4, de la Unidad 3.