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Introducción
En Romeo y Julieta surge el amor, como una necesidad ineludible del hombre, llevado a la sublimación. En Shakespeare encontramos todos los valores humanos, a la persona proyectada en todas sus facetas, en sus cualidades y defectos, lo que nos hace vibrar con sus Personajes, identificarnos con ellos y comprenderlos a cada momento.
Reseña
El inicio es el odio entre dos familias, la de los Capuleto y la de los Montesco. Romeo, hijo de Montesco se enamora de Julieta, hija de los Capuleto, quien candorosamente corresponde a este amor. Se casan a escondidas, pero cuando Romeo da muerte a un primo de Julieta es desterrado de Verona, por lo que necesitarán de la ayuda de un sacerdote para estar juntos. Por una confusión ambos mueren t terminar, con ello, con el odio entre ambas familias.
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William Shakespeare (1564-1616) William Shakespeare fue un dramaturgo, poeta y actor inglés. Conocido en ocasiones como el Bardo de Avon (o simplemente El Bardo), Shakespeare es considerado el escritor más importante en lengua inglesa y uno de los más célebres de la literatura universal. Las obras de Shakespeare han sido traducidas a multitud de idiomas y sus piezas dramáticas continúan representándose por todo el mundo. Además, muchas citas de sus obras han pasado a formar parte del uso cotidiano, tanto en el inglés como en otros idiomas. |
PERSONAJES DE LA OBRA:
Ciudadanos de Verona, hombres y mujeres partidarias de las familias CAPULETO y MONTESCO, enmascarados, guardias, vigilantes nocturnos, criados y acompañamiento.
Gran parte de la obra pasa en Verona, y el acto quinto en Mantua.
Prólogo
(El prólogo se dirige al público, como el coro en el antiguo teatro griego.)
Dos familias de igual nobleza habitan en la ciudad de Verona, hacia donde vamos a conduciros; imponiéndose entre ellas antiguas rivalidades, las manos de ciudadanos que manchan con sangre de ciudadanos. Se oye entonar un canto de amores en ambas casas; el heredero de la una ama a la heredera de la otra, pero la suerte persigue a los amantes, y sólo su muerte puede destruir y enterrar el odio de las dos familias. ¡Venid a contemplar el odio tradicional de estas dos familias, que sólo puede aplacarse ante los cadáveres de dos adolescentes!
Tal es la obra que nuestro teatro os ofrece durante dos horas. Prestad atención y supliréis con vuestro juicio lo que falte a la tragedia.
ACTO I
Una plaza pública
SANSÓN y GREGORIO, armados de espadas y broqueles; luego ABRAHAM, BALTASAR, BENVOLIO, TIBALDO, ROMEO, CAPULETO, LA SEÑORA DE CAPULETO, MONTESCO, LA SEÑORA DE MONTESCO, EL PRÍNCIPE Y SU SÉQUITO.
SansÓn: | Gregorio, por mi espada. No soportaremos más esta carga. |
Gregorio: | ¡Cómo soportar! ¡Eso sería bueno para carboneros! |
SansÓn: | Si nos provocan, ¡vive Dios!, será necesario no aflojar. |
Gregorio: | Afloja tu jubón, si te parece, y así respirarás mejor. |
SansÓn: | Es que cuando yo me meto en danza, no soy flojo para repartir golpes. |
Gregorio: | Afortunadamente, acostumbras en cambio a ser muy flojo para meterte en danza. |
SansÓn: | Flojo, ¿eh? Pues que uno de esos perros de Montesco aparezca, y verás si soy flojo para moverme. |
Gregorio: | Con eso muestras ser un débil esclavo, pues arrimarse a la pared es de débiles. |
SansÓn: | ¡Cierto! Por eso las mujeres, vasijas débiles, son siempre empujadas a la pared. Echaré pues a los hombres Montesco de la pared y a las doncellas a ella las arrimaré. |
Gregorio: | Nuestros amos y nosotros andamos siempre en continua lucha. |
SansÓn: | Sin duda, y al fin me mostraré como un tirano: después de despachar a los hombres seré educado con las doncellas... ¡Les cortaré la cabeza! |
Gregorio: | ¿Las cabezas de las doncellas? |
SansÓn: | Las cabezas de las doncellas o su doncellez. ¡Tómalo como quieras! |
Gregorio: | Ellas o ellos son los que lo han de tomar como quieran. |
SansÓn: | Me es igual: tengo la mano buena y el puño fuerte. |
Gregorio: | ¡Oh! ¡Fuerte, sí! Ya se sabe que no eres de trapo. ¡Espadas al aire, compañero, que se acercan dos Montescos! (Entran Abraham y Baltasar.) SansÓn: Estoy dispuesto y con la mano en la espada. Llegó el momento... |
Gregorio: | ¿De correr? |
SansÓn: | No tengas miedo. |
Gregorio: | ¿De ti? No por cierto. |
Reflexiona: |
¿Cómo te imaginas el lugar donde se desarrolla la obra?
Gregorio: | Caballero, ¿es camorra lo que buscáis? |
Abraham: | ¿Camorra? ¡No por cierto! |
Gregorio: | ¡Como gustéis! Si eso os divierte, habéis tropezado con vuestro hombre... El amo a quien yo sirvo vale por lo menos tanto como el vuestro. |
Abraham: | (Con viveza) ¡Pero no valdrá más! |
SansÓn: | ¡Caballero! ¡Caballero! (Por el fondo de la escena aparece Benvolio.) |
Gregorio: | (A Sansón) Di que vale más... Mira allí a un pariente de nuestro amo que viene hacia nosotros. |
SansÓn: | (En tono muy alto) Mi amo vale más que el vuestro. |
Abraham: | ¡Mientes! |
SansÓn: | ¡Desenvainad el acero si tenéis valor!... ¡Gregorio, no olvides tu gran estocada! (Se baten los cuatro.) |
Benvolio: | ¿Qué es eso, imbéciles? ¡Abajo las espadas! ¡No sabéis lo que estáis haciendo! (Hace bajar las espadas a los que riñen.) (Entra Tibaldo.) |
Tibaldo: | ¿Cómo es que te encuentro con la espada desnuda en medio de esos innobles villanos, Benvolio? ¡Vuelve la cabeza y defiéndete; tu muerte está en la punta de mi acero! |
Benvolio: | Yo no he hecho más que separarlos y poner paz. Mete la espada en la vaina, y ocúpate, como yo, en terminar esta contienda. |
Tibaldo: | ¿Teniendo el acero en la mano me hablas de paz? ¡Aborrezco esa palabra, como detesto al infierno, a ti mismo y a todos los Montesco (Se arroja sobre él.) ¡A ti, cobarde! |
(Llegan los partidarios de las dos casas, se dividen en dos bandos y se hace general la lucha. Después acuden paisanos armados con garrotes.)[...] Se encuentran Benvolio y Romeo
Benvolio: | Un momento, no quiero dejarte ir en ese estado. Permite que te acompañe. |
Reflexiona: |
¿Qué actitud tienen los hombres que intervienen en el diálogo?
Romeo: | ¡Bah, no te tomes esa molestia! Yo mismo no sé dónde está Romeo. Búscale, encuéntrale si puedes, creo que está ausente. |
Benvolio: | Hablemos con seriedad. ¿Cuál es esa mujer a quien amas?[...] |
Romeo: | ¿Eres acaso hechicero, primo?... Añado que esa mujer es hermosa. |
Benvolio: | ¡Buena razón para morir de pesadumbre! |
Romeo: | ¡Oh! ¡Yo no tengo razón; ella es quien se arma de razón, de prudencia y de crueldad! Tiene el espíritu de Diana; es una virtud con coraza de hierro, una armadura impenetrable, una fortaleza donde las flechas de amor no hacen mella. ¡Sitiadla, estrechadla, aduladla, todo será en vano! Dulces palabras, miradas amorosa, coqueterías estudiadas, todo se embota en el escudo de su indiferencia. El oro, que seduce a los santos y a los ángeles, es impotente ante ese corazón de piedra. ¡Es rica de atractivos, pero pobre de amor, y su belleza morirá con ella! |
Benvolio: | ¿Ha jurado, quizás, vivir y morir casta? |
Romeo: | Lo ha jurado. ¡Severidad cruel! ¡Rigor que costará mucho! Si Rosalina muere virgen, el mundo queda desheredado, la belleza se acaba para siempre... ¡Oh bella y prudente Rosalina! ¡Ángel a quien el paraíso espera, pero cuya dicha hará mi desesperación, tú has jurado no amar jamás! ¡Juramento fatal que un hombre vivo repite y que me hace morir viviendo! |
Benvolio: | Escúchame, amigo mío, y sigue mi consejo: no pienses más en esa mujer. |
Romeo: | Enséñame a olvidarla. |
Benvolio: | Devuelve la libertad a tus miradas. Otras mujeres hay; fíjate en ellas. |
Romeo: | Ése es el único medio para amarla más y que me parezca mucho más hermosa. [...] |
Una calle CAPULETO, PARIS y un criado; luego BENVOLIO y ROMEO.
Capuleto: | Montesco y yo incurriremos en las mismas penas si por nosotros se perturba el orden. ¡Vive Dios! A nuestra edad no debía ser difícil vivir en paz. |
Paris: | Ambos sois acreedores, señor, al respeto público, y por lo tanto, es de deplorar que estéis desunidos por antiguas desaveniencias... ¿Tendríais la bondad de manifestarme vuestra resolución en el asunto de que os he hablado? |
Capuleto: | No puedo añadir nada a lo que ya os he dicho. Mi hija es muy joven, apenas cuenta catorce años, y no conoce en absoluto el mundo. Dejemos pasar un par de estíos, para que la flor salga del capullo, se abra y brille; la niña se hará mujer, y entonces podremos pensar en su casamiento. |
Paris: | Hay jóvenes de menos edad que ya son madres dichosas. |
Reflexiona: |
¿Consideras que Julieta es muy joven para casarse?
Capuleto: | Eso es marchitar muy pronto la belleza. La tumba ha tragado todas mis esperanzas; Julieta es la última alegría de mi casa, la luz de mi hogar, mi hija querida. Os doy permiso para cortejarla y conquistar su cariño: mi consentimiento depende de su elección; si ella os distingue y os acepta, yo os concederé su mano con el mayor gusto... Esta noche doy una gran fiesta, fiesta solemne, cuyo origen se remonta a los tiempos antiguos, y he invitado a ella a todas las personas a quienes aprecio. Si queréis favorecernos, contad con una afectuosa acogida. En mi modesta casa, joven, veréis brillar esta noche más de un astro encantador, más de una terrenal estrella, que inspirarán celos a las del cielo. Venid, pues, a mezclaros entre esas flores vivientes, multitud bulliciosa y alegre, frescos capullos cuya belleza apuntan apenas.[...] (Llama a un criado.) ¡Hola, ven aquí! (le entrega una lista). Vas a recorrer la ciudad para buscar a todas las personas cuyos nombres están ahí escritos. Les dirás que esta noche es la fiesta de mi casa, que espero que me honrarán con su presencia y que estén seguros de una buena acogida. |
(Sale con Paris y deja al criado con la lista.) | |
El criado: | ¡Bien está eso de buscar a las personas invitadas... cuyos nombres aparecen en esta lista!... Está escrito que cada uno debe ocuparse de su oficio...: el pintor de sus pinceles, el sastre de sus agujas, el calderero de sus calderas y el pescador de sus redes... Pero es el caso que mi oficio no es el saber leer y escribir, y el diablo me lleve si puedo descifrar los nombres que el escribiente se ha entretenido en apuntar aquí... Será necesario que yo vaya a buscar algún sabio... Veremos, veremos. (Entran Benvolio y Romeo.) [...] |
Romeo: | De ningún modo; pero arrastro unas cadenas muy tristes; no como, no duermo y padezco mucho. Son muy grandes mis tormentos, y a fe mía... (El criado se acerca a Romeo con la lista en la mano.) ¡Buenas tardes, buen hombre! |
El criado: | ¡Dios os guarde, señor! Salvo el respeto que os es debido, ¿queréis decirme si sabéis leer? |
Romeo: | Leo perfectamente en el libro de mis penas. |
El criado: | No se necesita ir a la escuela para aprender ese alfabeto; pero, formalmente, ¿podréis leer esto que tengo aquí? |
Romeo: | No me será difícil si entiendo el idioma y conozco la letra. |
El criado: | ¡Vamos, queréis burlaros! ¡Dios os conserve esa alegría! (Se aleja.) |
Romeo: | Trae acá y te lo leeré. (Lee.) "El señor Martino, su mujer y sus hijas... [...] Mi tío Capuleto, su mujer y sus hijas... Mi linda sobrina Rosalina [...] (Devuelve el papel al criado.) ¡Reunión verdaderamente brillante!... ¿Y todas estas personas están invitadas?... |
El criado: | Para una fiesta. |
Romeo: | ¿Y qué fiesta es ésa? |
El criado: | ¡Pardiez, en casa de mi amo! |
Romeo: | Debías haber empezado por decirme quién es tu amo. |
El criado: | Pues bien, os lo diré ahora que me lo preguntáis. Mi amo es el viejo Capuleto, el rico y noble Capuleto. Si vosotros no pertenecéis a la casa de Montesco, podéis ir sin temor, pues encontraréis algunos frascos buenos de reserva. ¡Adiós, señores míos! ¡Dios os conserve la alegría! (Se va.) |
Benvolio: | Ésa es la fiesta solemne de los Capuletos. Rosalina, que creo es la mujer que tú adoras, cenará allí, y estarán con ella todas las bellezas admiradas en Verona. Vamos allá; mira con serenidad a algunas mujeres que yo te enseñaré, y verás a lo que queda reducido tu ídolo. Junto a ellas, tu cisne se convertirá en cuervo. |
Romeo: | Si mis ojos vieran ese milagro, declararía herejes a mis ojos... sería necesario quemar unos ojos que tantas veces han sido bañados en lágrimas, unos ojos que de tal modo traicionarían al culto de mi corazón. ¡Rosalina eclipsada! ¡Existir en el mundo una mujer más hermosa que Rosalina! ¡No, jamás! ¡Desde que el mundo existe, nunca el sol, que lo ve todo, ha podido ver otra belleza que pueda igualar a la suya! [...] |
Reflexiona: |
¿Qué significa Rosalina para Romero? ¿Crees que haya otra persona que pueda significarle igual después de la forma como se expresa de ella?
La seÑora de Capuleto: | Precisamente de eso es de lo que quiero hablar con ella... Julieta, hija mía, ¿te agrada el matrimonio? |
Julieta: | Es un honor, madre mía, en el cual no he pensado hasta ahora. La nodriza: ¡Anda! ¡Un honor!... ¡Eso es contestar! Si no fuera porque yo he sido tu única nodriza, diría que había amamantado con mi leche la sabiduría. |
La seÑora de Capuleto: | Pues bien, hija, ya es tiempo de pensar en ese honor. En Verona hay madres muy jóvenes, damas muy estimadas, que tienen tu misma edad. A tu edad ya era yo madre, y tú te conservas aún soltera... Para terminar: te diré que Paris, un bizarro caballero, ha pedido tu mano. [...] |
La seÑora de Capuleto: | Julieta, ¿te agrada esta proposición? |
Julieta: | Madre, si basta mirar para amar, os obedeceré; pero mi mirada y mi inclinación serán guiadas por vos, y no podrán ir más lejos de lo que vos me ordenéis. [...] |
(Una calle. Es de noche. Entran Romeo, Mercucio y Benvolio, seguidos de una multitud de jóvenes con disfraces y sin ellos, y escoltados por servidores que llevan antorchas.)
Reflexiona: |
¿Qué te imaginas que va a pasar en la fiesta?
Romeo: | ¿Muy tarde, crees tú?... Tengo en mi cabeza no sé qué triste pensamiento. Me parece que una desgracia, envuelta aún en incierto porvenir va a dar de esta fiesta nocturna. Creo entrever la muerte amarga, dolorosa, prematura, amenazando oscuramente a esta vida que en tan poco aprecio. Pero, ¡que bogue la galera! Me abandono al cuidado de Dios, que se encargará de dirigirnos como guste. ¡Vamos, adelante, amigos![...] |
Reflexiona: |
¿Cuáles son los sentimientos de los Personajes según el diálogo y lo que sucede en la anterior escena?
Una sala en casa de Capuleto. Músicos y criados; luego Capuleto y varios convidados, Romeo, Tibaldo, Benvolio, Julieta, la nodriza y el coro.
Romeo: | (Con la careta puesta, dirigiéndose a un criado) ¿Quién es esa joven, brillante de hermosura y juventud, que va apoyada en ese caballero? |
El criado: | No lo sé, señor. |
Romeo: | ¡Oh! ¡Brilla con un resplandor más vivo que el de los hachones del baile! En medio de la noche oscura, su belleza resplandece como el diamante sobre la frente de una mujer de Etiopía. ¡Blanca paloma en medio de estos cuervos fúnebres! Cuando termine este baile observaré dónde va a sentarse, y entonces iré, sí, iré a estrechar su mano con la mía. ¡Oh! Es una belleza demasiado exquisita para la tierra, demasiado delicada para nosotros. ¿Había yo amado antes de ahora? No, no; jamás he amado hasta hoy. La verdadera belleza se me aparece por primera vez. [...] |
(Salen todos; se quedan Julieta y la nodriza.) [...] | |
Julieta: | Ve a informarte de su nombre. Si ese joven fuese casado, un féretro sería mi lecho nupcial. |
La nodriza: | (Volviendo) Es un Montesco; se llama Romeo, y es enemigo de vuestra familia. |
Julieta: | ¡El solo hombre a quien debiera aborrecer es el único a quien puedo amar! ¡Oh! ¡Le amé demasiado pronto sin conocerle, y lo he conocido demasiado tarde! ¡Amor funesto y terrible en su origen!... ¡Amarle a él, a quien debe detestar la hija de los Capuleto! [...] |
Reflexiona: |
¿Piensas que buscará Romeo la forma de encontrarse con Julieta?
¿Cómo lo harías tú si fueras Romeo?
ROMEO Y JULIETA ACTO II
La celda de fray Lorenzo
Fray Lorenzo: | Las nubes de Oriente se tiñen de luz y el ojo de la mañana sonríe a la Naturaleza. [...] |
(Entra Romeo) | |
Romeo: | ¡Buenos días, padre mío! |
Fray Lorenzo: | Benedicite... ¿Qué voz dulce y madrugadora me saluda por la mañana?... Joven amigo, cuando tan pronto se abandona el lecho, es porque se siente una gran perturbación de ánimo. |
Romeo: | Pues bien; con sencillez y claridad, buen padre, os declaro que he dado mi corazón todo entero a la joven Capuleto, a la encantadora hija del rico Capuleto. Ella, en cambio, me ha dado el suyo, y estamos perfectamente de acuerdo. A vos os toca, pues, acabar por medio de un matrimonio secreto el convenio establecido entre nosotros. En qué lugar y cómo nos hemos visto, entendido y amado, ya os lo explicaré despacio dando un paseo por el campo. Pero ante todo es necesario, y yo os lo suplico, que os decidáis a casarnos hoy mismo. [...] |
Fray Lorenzo: | [...] Ven, cabeza ligera, ven conmigo; yo te ayudaré. Puede ser causa este matrimonio de un acontecimiento dichoso. El rencor de vuestras dos familias puede cambiarse, gracias a él, en una amistad duradera. |
Romeo: | Vamos, sí, vamos; pues tengo mucha prisa, padre mío. (Una calle.) [...] |
La nodriza: | A fe mía, señorita, que no quiero felicitaros por la elección que habéis hecho. No entendéis gran cosa de escoger un hombre. ¡Romeo un hombre!... No digo que su fisonomía no sea encantadora, que no sea linda su figura, pero... su pierna es muy bien formada y tiene las manos muy bonitas; su conversación es muy agradable... Volvamos al hecho; todo esto es muy vulgar; sin embargo, él es gentil, muy gentil. No es, por cierto, la flor de la cortesía vuestro joven señor; pero es dulce como un cordero y muy paciente, palabra de honor. Vamos, vamos, niña mía; esto está bien, está bien... Habéis comido ya, ¿no es cierto? |
Julieta: | No; pero aún no me has dicho absolutamente nada. Háblame del matrimonio. ¿Qué te ha dicho? [...] |
Reflexiona: |
¿Recuerdas las palabras de Romeo?
¿Cómo reaccionará Julieta ante ese mensaje?
La nodriza: | Ha dicho... ha hablado como un caballero, como un amable y virtuoso joven que es, señorita... A propósito: ¿dónde está vuestra madre? |
Julieta: | ¿Dónde ha de estar? ¡En casa, en su cuarto! ¿Dónde quieres que esté? Pero, ¿por qué me dices: "Ha hablado como un caballero: dónde está vuestra madre?" ¿Qué significa eso? |
La nodriza: | ¡Que impaciente sois! En verdad, mi bella señorita, que tenéis buen modo de aliviar mi cansancio. A fe mía, que en adelante vais a tener que desempeñar vuestros encargos vos misma. |
Julieta: | ¡Cuántos preámbulos! Vamos, ¿qué te ha dicho Romeo? |
La nodriza: | Que esta noche podéis ir a confesaros. |
(La celda de fray Lorenzo; Fray Lorenzo y Romeo; luego Julieta.)
Fray Lorenzo: | Todo está ya arreglado. ¡Quiera el cielo sonreír a la santa ceremonia, y que las horas del porvenir no dejen nunca de seros propicias! Vamos, vamos, jóvenes; es necesario que me sigáis; pronto terminaremos. A pesar de vuestra ardorosa impaciencia, es preciso que aguardéis, para hablar de amores, a que nuestra Santa Iglesia haya hecho una sola persona de vuestros dos seres. [...] |
ACTO III
Una plaza pública. MERCUCIO y BENVOLIO, seguidos de criados y de un paje; luego TIBALDO, ROMEO, EL PRÍNCIPE con su comitiva, MONTESCO, LA SEÑORA DE CAPULETO y PUEBLO
Benvolio: | Vámonos de aquí, querido Mercucio; te lo ruego. El día está muy caluroso, los Capuleto andan cerca, y si los encontramos vamos a tener contienda. En estos días ardientes del estío la sangre hierve y los corazones están locos. |
Mercucio: | Se me figura estar viendo en ti a uno de esos bravos que entran en una taberna gritando: "Quiera dios, mi buena espada, que hoy no te necesite!", y diciendo esto, beben el primer vaso, después el segundo, y antes de llegar al tercero se las han arreglado de modo que desenvainan contra el mozo de la taberna que les sirve. [...] |
(Aparece Tibaldo acompañado de varios amigos.) | |
Benvolio: | ¡Por mi cabeza, he aquí a los Capuletos! |
Mercucio: | ¡Por mis zapatos, que me es completamente indiferente! |
Tibaldo: | (A los suyos) Voy a hablarles; manteneos cerca de mí... ¡Salud, caballeros! Tengo que decir dos palabras a uno de vosotros. |
Mercucio: | Dos palabras nos son gran cosa. Combinad las palabras con el gesto y el gesto con los golpes, y así acabaremos más pronto. |
Tibaldo: | No espero para eso más que una ocasión favorable, mi querido señor. |
Mercucio: | ¿Y por qué la esperáis? Creadla. [...] |
(Entra Romeo.) | |
Tibaldo: | Podéis ir en paz, señor, porque tengo aquí a mi hombre. (Señalando a Romeo.) |
Mercucio: | ¡Vuestro hombre! ¡Pardiez! ¡Que me ahorquen si lleva vuestra librea! Será vuestro hombre en el campo de batalla, cuando queráis, mi honorable señor, pero nada más. |
Tibaldo: | Romeo, te aborrezco. Todo lo que puedo decirte es que te detesto y que eres un cobarde. |
Romeo: | Tibaldo, yo, por mi parte, tengo mis razones para quererte. Debería contestarte de otro modo, pero solo puedo decirte que Romeo no es un cobarde, como dices, y que tú no le conoces. ¡Adiós! |
(Se dispone a marchar.) [...] | |
Mercucio: | Veamos algo de ese famoso golpe en tercera, mi bello señor Tibaldo. (Se baten.) |
Romeo: | Benvolio, saca tu espada y oblígales a envainar las suyas. (A los combatientes.)¡En nombre del cielo, amigos míos! ¡Tibaldo, Mercucio, deteneos! La prohibición del príncipe es expresa y terminante. ¡Tibaldo! ¡Mi querido Mercucio!... |
(Mercurio cae herido de una estocada mortal. Tibaldo se retira con sus amigos.) | |
Mercucio: | ¡Ah, estoy herido! ¡Al diablo las dos familias! ¡Esto se acabó! El otro se ha escapado sin haber recibido ni una puntada. |
Benvolio: | ¿Dónde te ha herido? |
Mercucio: | Es poca cosa; un rasguño... Sin embargo, creo que tengo bastante... ¡Paje, búscame pronto un cirujano! [...] |
Benvolio: | Nuestro valiente Mercucio ha muerto. Esa noble alma ha subido al cielo, abandonando la tierra que despreciaba. ¡Ya no existe! |
Romeo: | ¡Qué día! Un destino sombrío se abre para mí, y otros días no menos lúgubres seguirán a éste. El principio ha sido triste y el desenlace amenaza ser horroroso. |
(Vuelve Tibaldo.) [...] (Entra el Príncipe con su comitiva. Los jefes de las familias de Capuleto y de Montesco llegan al mismo tiempo.) | |
El príncipe: | ¿Dónde están los miserables que han dado ocasión a este tumulto? |
Reflexiona: |
¿Cómo crees que será castigado Romeo?
Benvolio: | (Custodiado por el pueblo.) Yo sé, noble príncipe, cómo se empeñó y cómo ha terminado esa lucha fatal; puedo descubrir su misterio y contaros sus detalles. Ahí delante tenéis el cuerpo ensangrentado del hombre que mató a Mercucio, vuestro pariente; el joven Romeo ha castigado al asesino. [...] |
Montesco: | También esa vida la tenía en gran estima Romeo, pues Mercucio era su amigo íntimo; Romeo no debe ser castigado. ¿Cuál ha sido su falta? Al matar a Tibaldo, no ha hecho más de lo que hubiera hecho la ley. El príncipe: Sin embargo, ha cometido una falta, y el castigo que le impongo es el destierro. ¡Que se marche al instante! [...] |
(Una sala en casa de Capuleto.) (Julieta; luego la nodriza.) | |
Julieta: | [...] ¡Corre pronto tu espesa cortina, noche protectora del Amor! Que los ojos de la luz se cierren y que Romeo llegue a mí sin que nadie le vea. Los ojos de su propia pasión bastan a los amantes para verse ya que el amor es ciego, la noche es lo que más conviene... Ven, amable noche, matrona de modesto velo negro; ven envuelta en oscuridad profunda y enséñame cómo se pierde una partida ganada, cuando los que la juegan son dos virginidades sin tacha. Disimula bajo tu negro manto la sangre virginal que colora mis mejillas, hasta que el tímido amor se convierta en audaz. ¡Ven, noche! ¡Ven Romeo mío! Tú serás el día en la noche, porque parecerás sobre las alas de la noche más blanco que la nieve sobre el dorso del cuervo. ¡Ven, noche gentil, querida noche de frente negra! Dame a mi Romeo, y cuando él muera, tómamelo para hacer de él pequeñas estrellas. Hará entonces tan hermosa la faz del cielo, que todo el mundo, amoroso de la noche, no querrá rendir tributo al sol cegador. He adquirido una casa de amor, pero aún no vivo en ella; estoy comprada pero todavía no me he entregado... [...] |
La nodriza: | ¡Tibaldo ha muerto! ¡Romeo está desterrado! Romeo ha matado a Tibaldo, y por eso le han condenado al destierro. |
Julieta: | ¡Ah, Dios mío! ¡Romeo! ¡Su mano ha vertido la sangre de Tibaldo! [...] |
(La celda de fray Lorenzo. Fray Lorenzo y Romeo; luego la nodriza) | |
Fray Lorenzo: | (Dirigiéndose a un rincón) Sal de tu escondite, Romeo; ven, pobre amigo mío. La desgracia se ha enamorado de tu persona y te has desposado con la desgracia. |
Romeo: | (Avanzando) ¿Qué noticias hay, padre mío ¡Qué ha resuelto el príncipe? ¿Qué pesar nuevo me aguarda para poner a prueba mi valor? [...] |
Fray lorenzo: | Debes salir de Verona. Ten valor; el mundo es vasto y gozarás de libertad. |
Romeo: | Para mí no existe el mundo fuera de los muros de Verona. ¡Lejos de aquí no hay para mí más que purgatorio e infierno, tormentos y suplicios! [...] Es la tortura y no la piedad. Donde Julieta respira, allí está el cielo. El animal más vil que pueda permanecer en Verona y que pueda ver a Julieta es más dichoso que yo [...] |
La nodriza: | ¡Ah, mi pobre caballero! La muerte es nuestro fin común, y por lo tanto, no hay necesidad de buscarla. |
Romeo: | ¿Qué dice? ¿Cómo está la esposa secreta de mi misterioso y santo amor? |
La nodriza: | Nada dice, señor; no hace más que llorar, nada más que llorar. [...] |
Fray Lorenzo: | (A la nodriza) Apresuraos, nodriza, y anunciadlo a vuestra señora. Decidle que Romeo va a verla; que haga de modo que la familia, que estará abatida por el pesar, se retire temprano. |
La nodriza: | ¡Dios verdadero! Hablas como un santo. Me estaría aquí toda la noche escuchándoos. ¡Oh! ¡Qué admirables consejos! ¡Lo que es ser sabio! (A Romeo.) Mi buen señor, voy a anunciar vuestra visita. |
Romeo: | Sí, buena nodriza; di a mi Julieta, a mi amor, que se prepare para reñirme bien. |
La nodriza: | A propósito. (Dándole un anillo.) Aquí tenéis una sortija que me dio para que os la entregase... Pero acabemos, que se hace tarde. Por Dios, venid pronto. |
(Se va.) | |
Interior del cuarto de Julieta. Romeo y Julieta; luego la señora de Capuleto, Capuleto y la nodriza.[...] |
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Julieta: | ¡Ya! ¡Partir ya cuando el día tardará todavía mucho en aparecer! Tu oído ha creído escuchar el canto de la alondra [...] |
Romeo: | [...] Mira, amor mío, esas cintas de fuego que se dibujan por Oriente, desgarrando las nubes. Las antorchas de la noche se han extinguido, y se perciben en la cima de los montes los primeros albores de la alegre mañana. Es necesario que te deje para poder vivir, porque quedarme sería morir. [...] |
Julieta: | ¡Quédate, ah, quédate todavía! ¿Por qué me abandonas tan pronto? [...] |
(Abraza a Julieta, desciende y desaparece.) | |
Julieta: | (Mirando hacia abajo desde el balcón) ¿Y puedes marcharte así, mi dueño, mi amor, mi compañero? Es necesario que yo reciba noticias tuyas cada hora del día, porque cada hora de tu ausencia representará más de un día. ¡Ay de mí! ¡Qué vieja, qué vieja seré cuando vuelva a ver a mi Romeo! |
Romeo | (Desde abajo) ¡Adiós, amor querido! No perderé ninguna ocasión para enviarte noticias. |
Julieta: | ¡Oh! ¿Y crees tú verdaderamente que nos volveremos a ver? |
Romeo: | ¡No me cabe la menor duda!... ¡Con qué placer hablaremos entonces de nuestras pasadas desdichas! |
Julieta: | ¡Dios mío! ¡Tengo aquí, en el alma, un presentimiento fatal! ¡Ahora que estás al pie de este balcón, creo verte cadáver en el fondo de una tumba! ¿Acaso me engañan mis ojos?... ¡Me parece que estás muy pálido! |
Romeo: | También a mí me parece que tú lo estás, amor mío. La tristeza bebe la sangre y seca la vida. ¡Adiós! ¡Adiós! [...] |
(Entra la señora de Capuleto.)
La seÑora de Capuleto: | Tu padre, bella niña, es un buen padre; te prepara una gran felicidad, un día de fiesta que te hará olvidar fácilmente todos tus pesares, una alegría imprevista que tú no te hubieras podido imaginar y que yo misma no preveía. |
Julieta: | ¿De qué habláis? |
La seÑora de Capuleto: | Del jueves próximo. Sí, el jueves por la mañana, un galante caballero, el ilustre Paris, te conducirá a la iglesia de San Pedro, a ti, hija mía, su afortunada y alegre esposa. |
Julieta: | ¡Alegre! ¡Afortunada! ¡Oh! Os juro aquí por San Pedro y su iglesia, que no seré lo uno ni lo otro. Tanta prisa, en verdad, me asombra. Se me casa antes que mi prometido haya venido a hablarme de sus proyectos y sus deseos. Os ruego, madre mía, que digáis a mi padre que no estoy dispuesta a casarme todavía... Antes me casaría, estad segura de ello, con ese Romeo a quien detesto, que con el noble Paris... ¡Vaya unas buenas noticias! [...] |
Capuleto: | ¡Ah, diablo! Veamos eso, esposa mía, enterémonos bien. ¡Con que la señorita, orgullosa, rehúsa y da las gracias! ¡Ah! ¡Con que no sabe agradecerme que le haya proporcionado un marido como Paris, un señor demasiado digno para una muchacha como ella! [...] |
ACTO IV
La celda de fray Lorenzo.
LORENZO y PARIS; luego JULIETA.
Fray Lorenzo: | ¿El jueves decís, señor? Me parece muy pronto. |
Paris: | Tal es la voluntad del señor Capuleto, padre mío. Me ha parecido peligrosa tanta precipitación, pero han sido vanos todos los obstáculos que he querido oponer para que la ceremonia se aplace. |
Fray Lorenzo: | Según me habéis dicho, ignoráis todavía las intenciones de vuestra prometida. Verdaderamente, seguís una senda muy arriesgada; todo esto me agrada poco. |
(Entra Julieta.) | |
Julieta: | (Al monje) ¡Oh! Cerrad la puerta, y en seguida volved, padre, volved a llorar conmigo... ¡Ya no hay remedio, ni esperanza, ni socorro! |
Fray Lorenzo: | ¡Ah, Julieta, comprendo tu dolor! Lo sé todo, y mi espíritu se fatiga en vano para hallar un remedio. Sé que el jueves próximo debes casarte con el señor Paris: y también sé que nada en el mundo podrá hacer que se retarde o aplace ese fatal momento. |
Julieta: | Padre, no volváis a decir eso, si no tenéis ningún remedio que ofrecerme. ¿No encontráis en vuestra sabiduría ningún alivio para mis males?... entonces tendréis que darme a mí el nombre de sabia, si puedo conseguir hacer de este puñal (mostrando un puñal) el consuelo de mis penas. [...] |
Fray Lorenzo: | ¿Estás verdaderamente resuelta?... Pues entonces escucha las instrucciones que voy a darte y obedécelas. Vuelve a casa de tu padre con aire complaciente y alegre, y dile que consientes en el matrimonio que te ha propuesto. Mañana, que es miércoles, cuida de quedarte sola en tu cuarto por la noche. Procura alejar a tu nodriza, y después que estés en el lecho, te bebes el licor destilado que contiene este frasquito de cristal que te entrego. En el momento que acabes de beberlo, se esparcirá por tus venas un frío glacial; se amortiguarán tus alientos vitales; cesará completamente de latir tu pulso y quedarás sin fuerzas y sin calor. Tu vida parecerá extinguida; un color de ceniza cubrirá las rosas de tus labios y tus mejillas; se hundirán tus párpados y permanecerás como si se hubiese terminado tu existencia, como si la muerte hubiera impreso en todo tu cuerpo su sello fatal [...] Así permanecerás cuarenta y dos horas; después te despertarás tan contenta y descansada como cuando acabas de disfrutar un dulce y tranquilo sueño. En la mañana del día señalado para tu boda, el novio te encontrará muerta en el lecho; procurará despertarte, pero será en vano. En seguida, como es costumbre en Verona, te colocarán en el féretro con la cara descubierta y te engalanarán con tus más ricos atavíos para depositarte en el antiguo panteón donde reposa toda la raza de los Capuleto. Mientras tanto, yo escribiré a Romeo, informándole de nuestros designios. Vendrá en seguida, y velaremos los dos junto a ti, esperando que vuelvas a la vida, y después aprovecharemos la noche para hacer que te conduzcan a Mantua. De este modo te salvarás, librándote de las cadenas y el oprobio que quieren imponerte. Antes de decidirte, piénsalo bien, no sea que después, por un vano capricho o por temor pueril, pierdas el valor y trates de arrepentirte en el momento más crítico. |
(Le entrega un frasquito lleno de narcótico.) | |
Julieta: | Dadme, ¡oh! Dadme ese líquido: ¿qué temor queréis que tenga? |
Fray Lorenzo: | Vigor y ánimo, que esa resolución puede salvarte. Márchate, que yo voy a enviar a uno de nuestros monjes a Mantua para prevenir a tu esposo. [...] |
Reflexiona: |
¿Consideras que Julieta tendrá el valor de tomarse el veneno?
(Dormitorio de Julieta.)
(Julieta, tendida sobre su cama, y la nodriza. Luego entran la señora de Capuleto, Capuleto, Fray Lorenzo, Paris, Pedro y músicos.)
La nodriza: | [...] ¡Está muerta!... ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Venid, venid, que mi ama está muerta! ¡Ah! ¡Qué desgracia! ¡Y para esto vivo yo! (Dirigiéndose a un ángulo del dormitorio.) ¡Un poco de aguardiente! ¡Traed aguardiente! ¡Señora! ¡Venid! ¡Que venga todo el mundo! |
ACTO V
Una calle de Mantua. ROMEO; luego BALTASAR y UN MERCADER. [...]
Baltasar: | (Con tristeza) Señor, podéis estar satisfecho... De nada os quejaréis... Julieta es ya dichosa, pues duerme su último sueño en la tumba de los CAPULETO. Su cuerpo reposa allí, pero su alma inmortal está con los ángeles en el cielo. [...] |
Romeo | (Después de un momento de silencio): ¿Será verdad? ¡Destino cruel, yo desafío tu poder!... (A Baltasar.) Ya sabes dónde vivo; vete allá y prepárame papel y tinta; búscame caballo para mí, pues he de marchar esta misma tarde. [...] |
(Aparece un viejo mercader de drogas.) | |
El mercader: | ¿Quién me llama? ¿Quién grita tan fuerte? |
Romeo: | Ven aquí, acércate. Me pareces muy pobre. Toma estos cuarenta ducados: me hace falta una dosis de veneno; pero de un veneno terrible, tan activo, tan violento, que al penetrar en las venas del hombre cansado de vivir le haga caer muerto de repente. [...] |
(La celda de fray Lorenzo. Fray Juan y Fray Lorenzo.) | |
Fray Juan: | ¿Dónde estáis, venerable hermano de la orden de San Francisco? ¿Dónde estáis? |
(Aparece fray Lorenzo.) | |
Fray Lorenzo: | Ésa es la voz de fray Juan. ¿Venís de Mantua? ¡Sed bienvenido! ¿Qué dice Romeo? [...] |
Fray Juan: | Empecé por ir en busca de uno de nuestros hermanos, monje descalzo, el cual esperaba yo que me acompañase a Mantua, y que a la sazón estaba ocupado en visitar algunos enfermos. Los magistrados de la ciudad nos encontraron a los dos en una casa que sospechaban estuviese infectada por la peste; y temiendo que la propagásemos, cerraron las puertas y nos prohibieron la salida. De modo que mi prisa no ha servido de nada; no he podido ir a Mantua. |
Fray Lorenzo: | ¿Y quién ha llevado mi carta a Romeo? |
Fray Juan: | Nadie. Hela aquí [...] |
Fray Lorenzo: | ¡Qué fatal contratiempo! Os juro por la santidad de nuestro claustro que no se trata de una simple carta de atención, sino de un grave e importante mensaje. ¡Oh! ¡De este contratiempo pueden resultar terribles desgracias!...Fray Juan, id pronto a buscar una palanca de hierro y traédmela aquí mismo. Apresuraos. [...] |
Fray Lorenzo: | Es preciso que vaya solo al panteón. Dentro de tres horas despertará Julieta, y podría maldecirme al ver que Romeo no está a su lado. Escribiré de nuevo a Mantua. Ocultaré a Julieta en mi celda hasta que Romeo llegue. ¡Pobre cadáver viviente encerrado en un lugar de verdaderos muertos! |
Reflexiona: |
¿Qué crees que suceda en la última escena de la obra?
Un cementerio. Es de noche. Paris sale precedido de un paje que lleva una antorcha y una cesta de flores. Luego Romeo y Baltasar, Fray Lorenzo, el príncipe, Capuleto, la señora de Capuleto, Montesco, guardias y acompañamiento.
[...] (Paris se acerca a la cripta de los Capuletos, se arrodilla delante de la puerta y esparce flores por el suelo.)
Paris: | ¡Mi dulce amor, mi bella desposada, aquí tienes flores para tu lecho nupcial! ¡Tumba adorada, dentro de tus muros de mármol has encerrado para una eternidad la obra más perfecta del mundo! ¡Oh bella Julieta, que hoy estás en compañía de los ángeles, acepta de mi mano este homenaje, el último, ay de mí! Mientras viviste, supe honrarte; ahora que estás muerta, vengo a venerar tu tumba y a sembrarla de flores!... (Se oye un silbido.) ¡Mi paje ha silbado! ¡Alguien se acerca! ¿Quién será ése cuyo pie maldito viene a interrumpir mi culto fúnebre, el culto de mi piadoso amor? ¡Y trae luz!... ¡Noche, ocúltame! |
(Se esconde detrás de un sepulcro. Entran Romeo y Baltasar con una antorcha y un azadón.)
Romeo: | (a Baltasar) Dame ese azadón; dame también esa barra de hierro... Toma; esta carta se la entregarás a mi padre por la mañana muy temprano... Ahora, dame la luz y ten presente lo que te voy a decir, porque me respondes de tu obediencia con la vida [...] Voy a bajar al lecho del último sueño, porque quiero ver de nuevo a mi querida esposa; quiero también sacar de su dedo un anillo precioso, que estimo en mucho, y que ha de servirme para un objeto sagrado. [...] |
Baltasar: | (Aparte.): A pesar de todo, yo me ocultaré detrás de algún panteón. Sus gestos me asustan y su lenguaje me inspira grandes recelos. |
(Se retira. Romeo levanta con la barra de hierro la puerta del monumento de los Capuleto.) | |
Romeo: | ¡Sima de la muerte! ¡Monstruo ávido y hambriento! ¡Detestable abismo! ¡Vuelve a abrir, vuelve a abrir tu infame boca! Quiero ver esas entrañas tuyas en donde ha entrado la más preciosa criatura que la tierra ha producido. Cede a mis esfuerzos, que yo te daré otras víctimas que engullirás a pesar tuyo. |
(Paris se acerca y observa.) | |
Paris: | Yo conozco a este hombre; es el altivo Montesco, el asesino de Tibaldo, el primo de la que yo amaba. Dicen que la noble Julieta ha muerto de la pesadumbre que le causó este homicida... ¡Y viene ahora aquí a insultar su cadáver! ¡Oh! ¡Yo lo impediré! ¡Yo me apoderaré de él! (Se acerca a Romeo y lo coge por un brazo.) ¡Obrero de tinieblas, vil Montesco, cesa en tu trabajo impío! [...] |
Paris: | Te desprecio a ti, y desprecio tus presagios y amenazas. ¡Criminal, me apodero de tu persona! |
Romeo: | ¡Ah! ¡Me desprecias! ¡Me provocas! (Saca la espada y se arroja sobre él.) ¡Pues muere! |
(Paris saca su espada y se baten. Aparece el paje.) | |
El paje: | ¡Ah! ¡Dios mío! ¡Se están batiendo! Yo voy a llamar. |
(Sale precipitadamente. Paris cae herido.) | |
Paris: | ¡Ah! ¡Soy muerto!... Montesco, si hay algún resto de piedad en tu alma, abre esa tumba y colócame cerca de Julieta. |
(Muere) | |
Romeo: | ¡Por mi alma te juro que lo haré! (Se inclina sobre el cadáver.) ¿Quién será este infeliz? Conozco su cara. Es el pariente de Mercucio, el noble Paris, un buen caballero... ¿No me ha hablado mi criado durante mi viaje del matrimonio de Paris con Julieta? En medio de sus tempestades mi alma no escuchaba lo que aquél me decía... ¿Lo he oído o lo he soñado? ¿Es que la locura se apodera de mí al oír el nombre de Julieta? [...] ¡Ay de mí! ¡El relámpago! ¡Que nombre para este momento supremo! (Contempla el cuerpo frío de Julieta.) [...] (Observa el cuerpo de Tibaldo.) ¡Tibaldo! ¿Eres tú el que veo aquí envuelto en esa mortaja ensangrentada? Yo destruí tu juventud; pero tranquilízate: la misma mano que te hirió va a herir también al autor de tu muerte. ¿Qué más puedo hacer por ti? ¡Perdóname, primo mío! (Estrecha entre sus brazos el cuerpo de Julieta.) ¡Ah! ¡Julieta querida! ¿Por qué eres tan bella todavía? [...] (Lleva a sus labios el veneno que tiene en un frasco.) [...] (Bebe el veneno.) [...] (Estrecha a Julieta entre sus brazos.) ¡Un beso aún, el beso de la muerte! |
(Expira abrazado a Julieta. Se ve entrar a fray Lorenzo con un azadón y una palanca de hierro) [...] (Julieta se despierta poco a poco) |
|
Julieta: | (Percibiendo a fray Lorenzo): ¡Ah! ¡Eres tú, buen monje, mi apoyo, mi consuelo!... Dime, ¿dónde está mi buen Romeo?... Ahora me acuerdo, sí... Yo no debía estar aquí... Pero sí, soy yo y estoy en este sitio... ¡Romeo! ¡Romeo mío!... ¿Dónde está? |
(Suena ruido dentro.) | |
Fray Lorenzo: | ¡Chist! Oigo ruido... [...] ¡Ven, ven, Julieta! ¡Romeo, tu esposo, está ahí cerca de ti, pero está muerto! ¡El noble Paris ha muerto también! ¡Ven, hija mía; yo te colocaré entre las hermanas de un santo monasterio! ¡No me preguntes, no me hables; el tiempo apremia, y la guardia va a sorprendernos!... ¡Querida Julieta, es preciso que vengas! (Aumenta el ruido.) Imposible es ya permanecer aquí, no me atrevo. |
(Se retira) | |
Julieta: | Pues bien, déjame; yo me quedo... ¿Qué esto? (Toma el frasquito de cristal que aún conserva Romeo en la mano.) ¡Un frasco en la mano del que yo amaba tanto, de mi fiel amigo! ¡Ah! Lo comprendo: el veneno ha acabado con su vida. (Examina el frasco y prueba una gota que debe haber quedado en él.) ¡Todo se lo ha bebido, el avaro!... ¡No me ha dejado nada, ni una gota siguiera, para ir a reunirme con él! (Se arroja sobre el cadáver de Romeo.) ¡Déjame besar tus labios, a ver si encuentro entre ellos un poco de este veneno! ¡Si lo hay, lo recogeré y moriré dichosa!... ¡Oh, qué calientes están aún tus labios!... |
(Se ve llegar a los guardias con el paje de Paris) | |
Julieta: | (Después de haber escuchado) ¡Más ruido! ¡Ya llegan! ¡Oh, muy pronto habré terminado! (Le quita a Romeo su puñal.) ¡Buena y bienhechora daga, aquí tienes mi pecho para que te sirva de funda! ¡Ocúltate, y permanece aquí clavada hasta que yo muera! |
(Se da una puñalada, cae sobre el cuerpo de Romeo y expira. Llegan los guardias y el paje) | |
Baltasar: | Aquí me tenéis, señor. Yo fui a participar a mi amo la muerte de Julieta. En el momento montó a caballo, se volvió a Verona y vino aquí, entregándome esta carta y prohibiéndome, bajo pena de muerte, permanecer cerca de él en estas bóvedas. Él se internó ahí dentro y yo me retiré. |
El prÍncipe: | Dadme esa carta; quiero leerla... ¿Dónde está el paje de Paris que avisó a la guardia? (Al paje.) ¡Ah! Responde: ¿qué hacía aquí tu amo? |
El paje: | Vino a esparcir flores sobre la tumba de su desposada. Me dio orden de no acercarme, y le obedecí. Un hombre entró con una luz y trató de abrir el sepulcro. Mi amo sacó la espada, y entonces fue cuando yo salí huyendo y llamé a la guardia. |
El prÍncipe: | Según esta carta, el monje ha dicho la verdad. Aquí está toda la historia de sus amores y el error de Romeo sobre la muerte de la joven. Dice que después de haber comprado a un miserable mercader de drogas no sé qué clase de veneno, venía a este sepulcro para morir y reposar cerca de Julieta. Esto es lo que escribe... ¿Dónde están ahora esos viejos enemigos?... ¡Capuleto! ¡Montesco! Aproximaos. ¡Venid y veréis cuán malditos son vuestros odios! ¡Veréis cómo Dios sabe castigar! ¡Él os hiere en vuestras alegrías; el amor venga a la humanidad, deshonrada por vuestras venganzas! Y yo, por no haberos condenado severamente por vuestras locas querellas, he perdido dos individuos de mi familia. ¡Todos hemos sido castigados! |
Capuleto: | ¡Oh Montesco, hermano mío! ¡Déjame estrechar tu mano en recuerdo de mi hija! No tengo más que pedirte. |
Montesco: | Yo quiero darte más. Quiero que ella reviva, y que una estatua de oro puro conserve su imagen. Mientras Verona exista, quiero que se vea que no ha habido mujer más bella y querida que la apasionada, la fiel Julieta. |
Capuleto: | Romeo estará junto a ella, y como ella también eterno y brillante. ¡Ay de mí! De todos los sacrificios exigidos por nuestros odios, éstos son los menores. |
El príncipe: | Esta triste mañana nos proporcionará una sombría paz... ¡Ay! El sol no querrá alumbrar con sus rayos un día tan cruel. Ha habido castigos para unos y perdones para otros; pero los siglos venideros conservarán siempre memoria de la dolorosa aventura de la joven Julieta y de su esposo Romeo. |
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Te presentamos algunas frases célebres de Shakespeare, reflexiona en ellas, coméntalas con tu familia y al final escribe algo relacionado con el tema.
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