Existe todavía la costumbre, entre algunos pobladores de Yucatán, de practicar la cacería ilegal, así como la captura de animales silvestres y extracción de plantas del lugar y endémicas, es decir, especies que no se encuentran en ninguna otra parte del mundo con la finalidad de comerciar con ellos como piezas decorativas; tal es el caso del flamenco, el hocofaisán, el mono araña, la palma kuká, el chiit; asimismo son ambicionados el jaguar, el ocelote y el cocodrilo por sus pieles, y el venado, el manatí y el jaleb por su carne. Las tortugas marinas son también perseguidas por su carne, huevos, piel y, en el caso de la carey, por su caparazón. En nuestro monte, crecen diversas especies de plantas endémicas de la Península de Yucatán, y si llegaran a extinguirse, desaparecerían del planeta. Debido a la abundancia de muchas de las especies en comunidades naturales, éstas han sido constantemente utilizadas sin tener en cuenta su adecuada conservación, por lo que el ritmo de destrucción de estos recursos es elevado. Muchas especies de árboles han sido explotadas de manera intensa y ahora es difícil encontrarlas en forma silvestre, como el ciricote. Además de ser valiosas por ser exclusivas de nuestra región, las plantas endémicas tienen numerosas utilidades: son maderables, ornamentales, comestibles o medicinales. Entre otras, podemos encontrar bakalche, niktebalam, polmis, knacas, kat kut, cajum y sakam. El pájaro tho o relojero, cuyo plumaje tornasol es muy llamativo y vistoso, tiene también limitada su distribución natural; en algunos lugares también lo conocen como guardabarranco. Es frecuente que haga sus nidos en oquedades como grutas y cenotes no muy visitados.
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