Desde que iniciamos la vida, los seres humanos sentimos deseos de conocer. Buscamos enterarnos de la realidad que nos rodea: qué la constituye, cómo funciona cada objeto y, sobre todo, cómo somos, cómo es nuestro cuerpo. Y este proceso, que nunca cesa a lo largo de la vida humana, es evidente en el recién nacido que con todos sus sentidos, poco a poco, explora y descubre cuanto le rodea.
Cuando los niños y las niñas inician el juego de la exploración de su cuerpo: no sospechan las ideas que los adultos tienen en mente. No lo hacen para ofender, ni por maldad; ellos se tocan porque están conociéndose y, también, porque son capaces de provocar su cuerpo.
El niño y la niña en edad preescolar normalmente tocan sus genitales incluso, también pueden querer tocar a alguien más. Sienten interés por conocerse y conocer las diferencias entre un sexo y otro: por saber por qué no son iguales los niños y las niñas, los papás y las mamás.
A esta edad quieren no sólo conocer, sino entender, y el entendimiento avanza por medio de comparaciones. Para comprender es necesario identificar las diferencias y llevar a cabo comparaciones: ¿por qué los niños tienen pene y las niñas no?, ¿por qué las señoras tienen senos y los señores no?, ¿por qué algunas señoras tienen una gran panza?, etceterá.
Cuando un niño o una niña formulan una pregunta es porque necesitan una respuesta, una respuesta clara, apropiada para su edad. Si se les permite explorar su cuerpo es posible que en el futuro no sean morbosos o reprimidos, ni adultos incapaces de acariciar, de proporcionar y recibir ternura, que es precisamente lo que termina sucediendo a muchos que, durante la infancia, fueron insultados, ofendidos y castigados porque jugaban con su propio cuerpo.
Alrededor de los cinco años, la curiosidad de muchos niños empieza a canalizarse a través de distintos juegos –como jugar “al papá y a la mamá” o “al doctor”- que sirven para que unos a otros se conozcan y ensayen los papeles de los adultos. Es normal que se toquen entre ellos; pero habrá que cuidar que, en esa clase de juegos, los participantes tengan aproximadamente las mismas edades para evitar posibles abusos o falta de proporción entre los niveles de desarrollo, ya que generalmente en la etapa preescolar sólo quieren verse y tocarse. Puede suceder que la parejita esté formada por dos niñas o dos niños que revisan y tocan sus respectivos cuerpos. No hay razón para escandalizarse ni suponer que dicha exploración sea un indicio de anormalidad.
Admitir que niños y niñas explorarán de manera natural sus cuerpos para conocerse no significa de ningún modo que se acepte cualquier juego infantil con tinte sexual. Es fundamental estar alerta, vigilar que nunca niños mayores intervengan, organicen o pretendan obligar a los menores a hacer lo que los más grandes quieran, y mucho menos que un adulto o un adolescente participe en estos juegos. Es ahí en donde puede haber peligro, no en la propia exploración voluntaria y de juego, sino cuando intervienen factores como regalos, amenazas o trueques. En la propia casa puede haber un extraño o un miembro de la familia que presione, amenace o chantajee al niño o a la niña para que “juegue”. Eso no es un juego, eso no es una exploración natural, sino un abuso sexual que debe ser evitado. Hay que estar atentos, escuchar y juzgar con mucho cuidado lo que los menores dicen, y brindarles apoyo.
Es importante la veracidad de las respuestas y la actitud con la que se responde y, más aún, el ejemplo que damos a niños y niñas con nuestra propia vida cotidiana;
nuestra tarea es ayudar a niños y niñas para que se formen como personas pensantes, interesadas en saber, juzgar y valorar lo que sucede, en una palabra: prepararlos para que sepan interpretar lo que sea que se les presente.
Como adultos, no lo sabemos todo, puede darse el caso de que desconozcamos la respuesta a las preguntas que nos formula un niño o una niña. podemos revisar un libro junto con los pequeños: es el momento propicio para comenzar a formarles el hábito de la consulta, de la investigación.
La persona adulta debe comprometerse a contestar pronto y ese pronto debe ser tomado como una promesa que habrá de cumplirse. A veces sucede que, aunque la respuesta sea verdadera, lógica, clara, breve y oportuna, niños y niñas insisten y vuelven a preguntar. No deberá mostrarse impaciencia o fastidio, pues así como pregunta y volver a preguntar es parte natural de esa época de la vida, el papel de los mayores es de responder y volver a responder a las inquietudes de los niños.
Enseñarles la responsabilidad, el respeto a uno mismo, la integridad y la salud física y anímica, así como el respeto y la consideración a los demás: a su intimidad. Pues el hecho de que el cuerpo no sea malo ni sucio no autoriza cualquier comportamiento. Es preciso enseñarles a comprender que la voluntad de lo otros es fundamental. Por ejemplo, si una niña o un niño quiere explorar a otras personas, habrá que enseñarles que eso no es correcto, sin hostilidad, con ternura, pero con claridad y firmeza. Es la ocasión para que aprendan lo importante que es la intimidad y el respeto a la vida íntima de los demás.
Si un pequeño presencia una relación sexual, habrá que explicarle con naturalidad que papá y mamá se besan y se abrazan porque se quieren mucho y que él debe respetar la intimidad de sus padres; que a veces, precisamente como consecuencia de hacer el amor, nacen los niños; pero que también mamá y papá lo hacen para demostrarse afecto, ternura y que, cuando sea grande, también tendrá una persona a quien darle su amor.
Las respuestas deben servir para orientar a los niños y las niñas: las preguntas que indagan sobre la diferencias de los sexos perduran a lo largo de la infancia y están presentes también en la adolescencia, aunque el enfoque, la intensidad y el interés no sean los mismos. Sin prejuicios, con paciencia, prudencia, verdad y sencillez procuremos responderlas.
2SEP. Sexualidad infantil y juvenil. Nociones introductorias para maestras y maestros de educación básica. México, 2000, pp. 29-35