Lea el siguiente fragmento de la obra teatral Tragicomedia de Calisto y Melibea, más conocida como La Celestina, que era el nombre de la vieja alcahueta y chismosa que arregla los amores entre Calisto y Melibea, jóvenes enamorados.
Tragicomedia de Calisto
y Melibea (Fragmento)
Melibea.—Di, madre, todas tus necesidades, que si yo las
pudiere remediar, de muy buen grado lo haré por el pasado
conocimiento y vecindad, que pone obligación a los buenos.
Celestina.—¿Mías, señoras? Antes ajenas,
como tengo dicho; que las mías de mi puerta adentro me
las paso, sin que las sienta la tierra, comiendo cuando puedo,
bebiendo cuando lo tengo. Que con mi pobreza jamás me faltó,
a Dios gracias, una blanca para pan y un cuarto para vino, después
que enviudé; que antes no tenía yo cuidado de lo
buscar, que sobrado estaba un cuero en mi casa y uno lleno y otro
vacío. Jamás me acosté sin comer una tostada
en vino y dos docenas de sorbos, por amor de la madre, tres cada
sopa. Agora, como todo cuelga de mí, en un jarrillo mal
pegado me lo traen que no cabe dos azumbres...Así, que
donde no hay varón todo bien fallece: con mal está
el huso cuando la barba no anda de suso. Ha venido esto, señora,
por lo que decía de las ajenas necesidades y no mías.
Melibea.— Pide lo que querrás, sea para quien fuere.
Celestina.—¡Doncella graciosa y de alto linaje! Tu
suave fabla y alegre gesto, junto con el aparejo de liberalidad
que muestras con esta pobre vieja, me dan osadía a te lo
decir. Yo dexo un enfermo a la muerte, que con la sola palabra
de tu noble boca salida, que le lleve metida en mi seno, tiene
por fe que sanará, según la mucha devoción
tiene en tu gentileza.
Melibea.—Vieja honrada, no te entiendo si más no
declaras tu demanda. Por una parte, me alteras y provocas a enojo;
por otra, me mueves a compasión. No te sabría volver
respuesta conveniente, según lo poco que he sentido de
tu habla. Que yo soy dichosa si de mi palabra hay necesidad para
salud de algún cristiano. Porque hacer beneficio es semejar
a Dios, y el que le da le recibe, cuando a persona digna de él
le hace. Y demás de esto, dicen que el que puede sanar
a quien padece, no lo faciendo, le mata. Así que no ceses
tu petición por empacho ni temor.
Celestina.—El temor perdí mirando, señora,
tu beldad. Que no puedo creer que en balde pintase Dios unos gestos
más perfectos que otros, más dotados de gracias,
más hermosas facciones, sino para hacerlos almacén
de virtudes, de misericordia, de compasión, ministros de
sus mercedes y dádivas, como a ti. Y pues como todos seamos
humanos...¿Por qué los hombres habemos de ser más
crueles? ¿Por qué no daremos parte de nuestras gracias
y personas a los próximos, mayormente cuando están
envueltos en secretas enfermedades, y tales que donde está
la melecina salió la causa de la enfermedad?
Melibea.—Por Dios, sin más dilatar me digas quién
es ese doliente que de mal tan perplexo se siente que su pasión
y remedio salen de una misma fuente.
Celestina.—Bien ternás, señora, noticia en
esta cibdad de un caballero mancebo, gentilhombre de clara sangre,
que llaman Calisto.
Melibea.—¡Ya, ya, ya! Buena vieja, no me digas más,
no pases adelante. ¿Ése es el doliente por quien
has fecho tantas premisas en tu demanda? ¿Por quien has
venido a buscar la muerte para ti? ¿Por quien has dado
tan dañosos pasos, desvergonzada barbuda? ¿Qué
siente ese perdido, que con tanta pasión vienes? De locura
será su mal. ¿Qué te parece? ¡Si me
fallaras, sin sospecha de ese loco, con qué palabras me
entrabas! No se dice en vano que el más empecible miembro
del mal hombre o mujer es la lengua. Quemada seas, alcahueta falsa,
hechicera, enemiga de honestidad, causadora de secretos yerros!
¡Jesú, Jesú! ¡Quítamela Lucrecia,
de delante, que me fino, que no me ha dexado gota de sangre en
el cuerpo! Bien se lo merece esto y más quien a estas tales
da oídos. Por cierto, si no mirase a mis honestad y por
no publicar su osadía de ese atrevido, yo te ficiera, malvada,
que tu razón y vida acabaran en un tiempo.
Celestina (Aparte).—¡En mala hora acá vine,
si me falta mi conjuro! ¡Ea, pues! Bien sé a quien
digo. ¡Ce, hermano, que se va todo a perder!
Melibea.—¿Aún hablas entre dientes delante
mí para acrecentar mi enojo y doblar tu pena? ¿Querrías
condenar mi honestidad por dar vida a un loco? ¿Dexar a
mí triste por alegrar a él y llevar tú el
provecho de mi perdición, el galardón de mi yerro?
¿Perder y destruir la casa y la honra de mi padre por ganar
la de una vieja maldita como tú? ¿Piensas que no
tengo sentidas tus pisadas y entendido tu dañado mensaje?
Pues yo te certifico que las albricias que de aquí saques
no sean sino estorbarte de más ofender a Dios dando fin
a tus días. Respóndeme, traidora: ¿Cómo
osaste tanto facer?
Celestina.—Tu temor, señora, tiene ocupada mi desculpa.
Mi inocencia me da osadía, tu presencia me turba en verla
airada, y lo que más siento y me pena es recibir enojo
sin razón ninguna. Por Dios, señora, que me dexes
concluir mi dicho que ni él quedará culpado ni yo
condenada. Y verás como es todo más servicio de
Dios que pasos deshonestos; más para dar salud al enfermo
que para dañar la fama al médico. Si pensara señora,
que tan de ligero habías de conjeturar de lo pasado nocibles
sospechas, no bastara tu licencia para me dar osadía a
hablar en cosa que a Calisto ni a otro hombre tocase.
Melibea.—¡Jesú! No oiga yo mentar más
ese loco, salta paredes, fantasma de noche luengo como cigüeña,
figura de para mentomal pintado; si no, aquí me caeré
muerta. ¡Éste es el que el otro día me vido
y comenzó a desvariar conmigo en razones, haciendo mucho
del galán! Dirásle, buena vieja, que si pensó
que ya era todo suyo y quedaba por él el campo, porque
holgué más de consentir sus necedades que castigar
su yerro, quise más dexarle por loco que publicar su grande
atrevimiento. Pues avísale que se aparte deste propósito
y serle ha sano, si no, podrá ser que no haya comprado
tan cara habla de su vida. Pues sabe que no es vencido sino el
que se cree serlo, y yo quedé bien segura y él ufano.
De los locos es estimar a todos los otros de su calidad. Y tú
tórnate con su misma razón, que respuesta de mí
otra no habrás ni la esperes. Que por demás es ruego
a quien no puede haber misericordia. Y da gracias a Dios, pues
tan libre vas de esta feria. Bien me habían dicho quién
tú eras y avisado de tus propiedades, aunque agora no te
conocía.
Celestina (aparte).—¡Más fuerte estaba Troya,
y aun otras más bravas he yo amansado! Ninguna tempestad
mucho dura.
Fernando de Rojas (Español. 1473-1541)
Sus antepasados fueron judíos hasta que uno de ellos se
convirtió al cristianismo. Tuvo siete hijos, de los cuales,
sólo uno siguió los pasos de su padre. Murió
sin hacerse mayor alusión a su obra.
Responda las siguientes preguntas con base en el fragmento de La Celestina.
A partir de los años en que vivió Fernando de Rojas, ¿en qué siglo supone usted que se sitúa su obra?
¿En qué forma está escrito el texto: verso, prosa o diálogo? ¿Por qué?
¿De qué se lamenta Celestina ante Melibea?
¿Para quién pide ayuda Celestina?
¿Cómo reacciona Melibea al escuchar el nombre de Calisto?
¿De qué acusa Melibea a Celestina?
¿De qué trata de convencer Celestina a Melibea?
¿Cuál cree usted que sea la causa de que hoy a veces alguien diga la frase: “No la hagas de Celestina?”. ¿Qué significado se quiere dar con esta expresión?
Imprima su documento, muéstrelo y coméntelo con su asesor o asesora. Guarde sus respuestas.