Lea el siguiente fragmento de la novela Zalacaín, el aventurero, del escritor español Pío Baroja, representante de la Generación del 98, en la que se agruparon escritores españoles que produjeron su obra literaria en el siglo XIX.

Donde se habla del viejo cínico Miguel de Tellagorri
(Fragmento)

Algunas veces, cuando su madre enviaba por vino o por sidra a la taberna de Arcale a su hijo Martín, le solía decir:

—Y si te encuentras al viejo Tellagorri, no le hables, y si te dice algo, respóndele a todo que no.

Tellagorri, tío abuelo de Martín, hermano de la madre de su padre, era un hombre flaco, de nariz enorme y ganchuda, pelo gris, ojos grises y la pipa de barro siempre en la boca. Punto fuerte en la taberna de Arcale, tenía allí su centro de operaciones, allí peroraba, discutía y mantenía vivo el odio latente que hay entre los campesinos por el propietario.

Vivía el viejo Tellagorri con una porción de pequeños recursos que él se agenciaba y tenía mala fama entre las personas pudientes del pueblo. Era en el fondo un hombre de rapiña, alegre y jovial, buen bebedor, buen amigo, y en el interior de su alma bastante violento para pegarle un tiro a uno o para incendiar el pueblo entero.

La madre de Martín presintió que, dado el carácter de su hijo, terminaría haciéndose amigo de Tellagorri, a quien ella consideraba como un hombre siniestro. Efectivamente, así fue; el mismo día en que el viejo supo la paliza que su sobrino había adjudicado al joven Ohando, le tomó bajo su protección y comenzó a iniciarle en su vida.

El mismo señalado día en que Martín disfrutó de la amistad de Tellagorri, obtuvo también la benevolencia de Marqués, Marqués era el perro de Tellagorri, un perro chiquito, feo, contagiado hasta tal punto con las ideas, precauciones y mañas de su amo, que era como él: ladrón, astuto, vagabundo, viejo, cínico, insociable e independiente. Además, participaba del odio de Tellagorri por los ricos, cosa rara en un perro. Si Marqués entraba alguna vez en la iglesia era para ver si los chicos habían dejado en el suelo de los bancos donde se sentaban algún mendrugo de pan, no por otra cosa. No tenía veleidades místicas. A pesar de su título aristocrático, Marqués no simpatizaba ni con el clero ni con la nobleza. Tellagorri le llamaba siempre Marquesch, alteración que en vasco parece más cariñosa.

Tellagorri poseía un huertecillo que no valía nada, según los inteligentes, en el extremo opuesto de su casa, y para ir a él le era indispensable recorrer todo el balcón de la muralla. Muchas veces le propusieron comprarle el huerto, pero él decía que le venía de familia y que los higos de sus higueras eran tan excelentes, que por nada del mundo vendería aquel pedazo de tierra.

Todo el mundo creía que conservaba el huertecillo para tener derecho de pasar por la muralla y robar, y esta opinión no se hallaba, ni mucho menos, alejada de la realidad.

Cuando Tellagorri tomó por su cuenta a Martín, le enseñó toda su ciencia. Le explicó la manera de acogotar una gallina sin que alborotase; le mostró la manera de coger los higos y las ciruelas de las huertas sin peligro de ser visto, y le enseñó a conocer las setas buenas de las venenosas por el color de la hierba en donde se crían.

Tellagorri era un sabio; nadie conocía la comarca como él; nadie dominaba la geografía del río Ibaya, la fauna y la flora de sus orillas y de sus aguas como este viejo cínico.

Guardaba, en los agujeros del puente romano, su aparejo y su red para cuando la veda; sabía pescar al martillo, procedimiento que se reduce a golpear algunas losas del fondo del río y luego a levantarlas, con lo que quedan las truchas que han estado debajo inmóviles y aletargadas.

Sabía cazar los peces a tiros...; pero no empleaba nunca la dinamita, porque, aunque vagamente, Tellagorri amaba la naturaleza y no quería empobrecerla.

Le gustaba también a este viejo embromar a la gente: decía que nada gustaba tanto a las nutrias como un periódico con buenas noticias y aseguraba que si se dejaba un papel a la orilla del río, estos animales salen a leerlo; contaba historias extraordinarias de la inteligencia de los salmones y de otros peces. Para Tellagorri los perros, si no hablaban, era porque no querían, pero él los consideraba con tanta inteligencia como una persona.

Tellagorri lo tenía como acompañante para todo, menos para ir a la taberna: allí no le quería a Martín. Al anochecer solía decirle, cuando él iba a perorar al parlamento de casa de Arcale:

—Anda, vete a mi huerta y coge unas peras de allí del rincón, y llévatelas a casa. Mañana me darás la llave.

Y le entregaba un pedazo de hierro que pesaba media tonelada, por lo menos.

Martín recorría el balcón de la muralla. Así sabía que en casa de tal habían plantado alcachofas, y en la de cual, judías. El ver las huertas y las casas ajenas desde lo alto de la muralla, y el contemplar los trabajos de los demás, iba dando a Martín cierta inclinación a la filosofía y al robo.

Como en el fondo el joven Zalacaín era agradecido y de buena pasta, sentía por su viejo mentor un gran entusiasmo y un gran respeto. Tellagorri lo sabía, aunque daba a entender que lo ignoraba; pero, en buena reciprocidad, todo lo que comprendía que le gustaba al muchacho o servía para su educación, lo hacía, si estaba en su mano.

Pío Baroja
(Español.1872-1956)
Pío Baroja novelista fallecido en la ciudad de Madrid. Su padre también perteneció a la vida literaria. Se dedicó enteramente a la literatura y a colaboró en distintos periódicos y revistas en Madrid.

 

Responda las siguientes preguntas con base en el fragmento de Miguel de Tellagorri.


¿Quién es el que narra lo que sucede? ¿Es un personaje de la novela o es “alguien” que sin ser personaje de ella, sabe todo acerca de los personajes? Explique.


Localice dos ejemplos de descripción y escríbalos en el siguiente espacio.


Revise su escrito con base en las recomendaciones de la Unidad 1 de su libro. Modifíquelo si lo considera necesario. Guarde sus respuestas.