Obras son amores y no buenas razones
Son los padres quienes
enseñan muchos de los elementos que conforman la cultura
de cada sociedad, los cuales están presentes en el lenguaje,
la forma de organizar la vida cotidiana, los modos de relacionarnos,
los ritos con los que celebramos la vida y asumimos la muerte,
las formas de trabajar y de producir, incluso las maneras de
entender el mundo.
Lo que consideramos bello, lo que nos parece útil, lo
que creemos valioso. Las familias transmiten, conservan y transforman
esta herencia. |
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De todas estas enseñanzas, quizá la
más importante que ofrecemos a nuestros hijos es aquello
que consideramos nuestro ideal de persona. Las actitudes, respuestas,
conductas, modos de percibir, sentir y actuar que tenemos en alta
estima, es decir, todo lo que nos hace mejores personas.
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A diferencia de la escuela, los libros o los medios de difusión,
que también tienen la función de educar, lo que
se adquiere en familia tiene la característica de estar
marcado por el afecto. El niño está pendiente
de cualquier expresión de amor o rechazo de sus padres.
Por eso lo que se aprende en la primera infancia deja una huella
profunda. En algunos casos funda principios que nos serán
útiles toda la vida, en otros siembra prejuicios o actitudes
difíciles de superar. |
La familia educa cuando lo planea conscientemente
y también cuando no se lo propone. Los niños aprenden
de lo que decimos pero, también, de lo que callamos. Y es
que la educación más efectiva es la que se da con
el ejemplo. Los niños aprenden más de lo que hacemos
que de lo que decimos. Los educa observar cómo se tratan
su papá y su mamá, qué tareas comparten y cuáles
no, cómo plantean y resuelven sus desacuerdos, cómo
se relacionan con sus propios padres y hermanos, con sus vecinos,
con sus compañeros de trabajo. La forma en que muestran su
afecto, expresan sus emociones, defienden sus derechos y asumen
sus compromisos.
Educar a nuestros hijos nos compromete de manera integral.
Si queremos ser buenos educadores, tenemos que aceptar la invitación
que nos hacen nuestros hijos a ser coherentes con los valores
que predicamos, a buscar la congruencia entre lo que pensamos,
sentimos, decimos y hacemos. |
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Habla el padre a la niña:
“[...] vives, has nacido, te ha enviado a la tierra el señor
nuestro, el dueño del cerca y el junto, el hacedor de la
gente, el inventor de los hombres.
Ahora que ya miras por ti misma, date cuenta [...]
Ahora, mi muchachita, escucha bien, mira con calma: he aquí
a tu madre, tu señora; de su vientre, de su seno te desprendiste,
brotaste.
Como si fueras una yerbita, una plantita, así brotaste. Como
sale la hoja, así creciste, floreciste. Como si hubieras
es-
tado dormida y hubieras despertado [...]”
Toca turno a la madre y así aconseja:
“Escucha, es el tiempo de aprender aquí en la tierra,
ésta es la palabra: atiende y de aquí tomarás
lo que será tu vida, lo que será tu hechura.
Por un lugar difícil caminamos, andamos aquí en la
tierra. Por una parte un abismo, por la otra un barranco. Si no
vas por en medio caerás de un lado o del otro. Sólo
en medio se vive, sólo en medio se anda [...]”.
Tomado de León-Portilla,
Miguel. Huehuehtlahtolli. Testimonios de la
antigua palabra, sep-fce, México,
1993, pp. 16 y 21.
1. Piensa en tu hijo.
Obsérvalo, recrea en
tu mente cómo se ha ido desarrollando desde que era un bebé.
Intenta especificar cómo es hoy, con sus características
físicas, temperamento. Analiza su forma de relacionarse con
los demás. Reconoce sus cualidades y sus retos, lo que se
le facilita y lo que le cuesta trabajo. Descríbelo sin compararlo
con nadie.
Ahora pregúntate ¿En qué nos parecemos? ¿En
qué somos diferentes? ¿Qué heredó de
mí? ¿Qué ha aprendido de mí? ¿Cómo
se lo enseñé?
Haz esta reflexión sobre cada uno de tus hijos.
2. Sopesa tus metas personales,
laborales, sociales y familiares. Asígnales el orden
de importancia que tienen para ti.
Revisa tus actividades de un día cualquiera (podría
ser lo que hiciste ayer). Trata de relacionar cada actividad con
tus prioridades.
¿Es proporcional el tiempo
que le dedicas a cada actividad a la importancia que tiene para
ti? ¿Qué lugar ocupa en tu vida la educación
de tus hijos? Cuando estás con ellos, ¿qué
comparten?, ¿qué actividades realizan juntos?
Uno de los retos más complejos del ser humano, es equilibrar
tiempo y prioridades. Si tenemos pocas horas para la convivencia
familiar, tratemos de que la calidad de ese encuentro compense
su brevedad. |
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