Vara que se dobla, no se quiebra
Las familias, como las
personas que las in-
tegran, crecen y cambian. Desde que los hijos llegan, y más
tarde, al ritmo en que ellos se desarrollan, se modifican las demandas
y necesidades, varían los horarios, los espacios y los acuerdos
que entre los integrantes de la familia se hacen para poder convivir.
Cambian las necesidades económicas, la
forma como distribuimos nuestro tiempo y las tareas de
la vida cotidiana. Asimismo se modifica el modo en que cada
uno de los miembros de la familia entiende las reglas y el orden
que hemos establecido para convivir. |
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Hay que estar atentos para reconocer cómo
cambian nuestros hijos y sus necesidades. Esto permite hacer oportunamente
los ajustes requeridos para adecuarnos a las nuevas circunstancias,
cuidando de no renunciar a nuestros valores.
Conviene recalcar que el proceso de crecimiento y desarrollo de
los hijos es un reto para la sensibilidad y la inteligencia de los
padres. Al entrar a la adolescencia, la persona comienza una etapa
de cambios profundos y complejos, estrena facultades y pone a prueba
su capacidad, cambia su percepción del mundo y avanza en
el camino de descubrirse a sí mismo.
Es común que en esa etapa se cuestionen
roles, valores y creencias que antes aceptaban, también
requerirá más libertad para establecer relaciones
y compromisos nuevos. |
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Es una etapa difícil para el joven y para
los padres. La comunicación que antes fluía puede
toparse ahora con silencios y reservas, el mundo del joven ya no
se limita a la escuela y la familia, conocerá nuevos modelos
con los cuales se identificará. La aceptación de sus
compañeros y amigos empezará a tener un gran peso
para él.
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Sin embargo, los jóvenes
siguen necesitando —y esto es insoslayable— límites
firmes, estímulo y reconocimiento.
Su pensamiento ha evolucionado y son capaces de resolver problemas
cada vez más complejos, analizar y evaluar con rigor
y creciente espíritu crítico.
Sin embargo también requieren padres capaces de escucharlos
y dialogar cuando ellos lo necesiten, para afinar, confirmar
o contrastar sus puntos de vista. |
Conforme crecen se interesan en participar en el
establecimiento de las normas y en las decisiones que afectan a
la familia, en aportar sus opiniones y en compartir las reflexiones
sobre las alternativas que la vida les va ofreciendo.
A los padres nos toca seguir apoyando, pero ahora con mayor flexibilidad.
Aquí también tenemos que encontrar un punto de equilibrio
entre libertad y límites firmes, que les dé seguridad
y facilite la exploración y el encuentro con ellos mismos
y con los demás.
Tanto los padres como los maestros tenemos una
vocación paradójica: formar personas que con nuestro
apoyo lleguen a ser capaces de prescindir de nuestro auxilio
y caminar por la vida de manera independiente.
Educamos bien cuando ayudamos a nuestros hijos a prepararse
para no depender de nuestro criterio, sino a formar el suyo
propio y a conducirse de acuerdo con sus valores, forjados en
un clima de libertad y responsabilidad. Esta es la base del
diálogo entre padres e hijos. |
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El elefante es un animal pesado y memorioso. Cuentan,
los que saben de es-
to, que su capacidad de recordar, que tanta fama le ha dado, a veces
se convierte en una trampa que lo ata sin remedio.
Cuando llevan por primera vez al circo, el entrenador le pone un
grillete en la pata y lo encadena a una estaca que hunde en el cemento.
El elefante tratará con todas sus fuerzas de zafarse. Una
vez que comprueba que es imposible, no lo intentará nunca
más; ni siquiera cuando, más adelante, su entrenador
hunda la estaca en aserrín.
Se queda así, fijado en una experiencia de frustración
e impotencia. Le sobra memoria y le falta creatividad.
Tomado de Ararú. Revista
para
padres con necesidades especiales, núm.18, (México,
mayo de 1997), p. 30.
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Los dilemas y las disyuntivas que
trae cada día son oportunidades para reflexionar sobre
las distintas maneras de percibir y resolver un problema, y
también sobre los valores y las conductas que norman
nuestra vida. |
1. Diálogo. En
familia platiquen sobre un conflicto reciente que haya ocurrido
en la casa. Adviértales que no se vale enojarse, se trata
de escuchar y respetar las opiniones de los demás. Oír
la opinión de los seres queridos y cercanos, aunque no siempre
es placentero, es la mejor manera de aprender a ser mejores personas
y unir a la familia.
Con calma y sin alterarse, cada miembro de la familia explicará,
desde su perspectiva, cuál fue el origen del conflicto y
su opinión acerca de cómo fue resuelto. Al final se
harán propuestas para evitar que se vuelva a repetir una
situación similar.
2. De película.
Elige una película para ver con tus hijos. Guíalos
para analizar la relación entre los fines y los medios que
utiliza cada personaje. Plantea los dilemas que la historia ofrece.
¿Qué otra cosa podía haber hecho? ¿Qué
hubiera sucedido? ¿Cómo se hubiera sentido? ¿Había
otras opciones o alternativas para resolver el conflicto?
3. Preguntas fáciles,
respuestas difíciles.
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¿Cuál es la diferencia entre ser
flexible y ser permisivo? |
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¿Cuáles son las señales
de que una norma debe ser reconsiderada? |
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¿En qué situaciones consideras
que no hay cabida para la flexibilidad? |
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¿Por qué? Haz una lista de tus
argumentos. |
4. Compromiso familiar.
Aparten una noche a la semana para destinarlo a un plan familiar.
Asegúrense de que todos pueden. Por ejemplo, los miércoles
de 7:00 a 9:30. Cada semana un miembro de la familia elegirá
la actividad (ir al cine, al parque, cocinar y cenar juntos, etc.).
El resto de la familia deberá participar, independientemente
de sus preferencias personales.
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