La riqueza de un país se mide no sólo por sus bienes económicos, sino sobre todo por la vitalidad de su cultura y los valores de su gente para armonizar el bienestar individual y el desarrollo de la comunidad.
Aspiramos a formar una sociedad donde cada uno tenga lo necesario para vivir con dignidad, reciba los nutrientes que requiere para crecer y los estímulos que su desarrollo exige; un ambiente de respeto y confianza en el que nos sintamos seguros, donde los derechos de todos, y los de cada uno, sean prioridad; donde cada quien sea responsable y esté orgulloso de hacer bien su trabajo; un espacio humano en el que el bienestar de cada persona sea un bien preciado y donde existan redes activas de solidaridad y corresponsabilidad; una sociedad honesta, democrática y justa, abierta a la crítica para mejorarse.
Cada uno de nosotros, desde su propio hogar, puede contribuir a formar personas íntegras que hablen con la verdad, actúen con honradez y se conduzcan con rectitud. Los seres humanos nos educamos, primeramente, en familia. Allí aprendemos, o deberíamos aprender, a colaborar, compartir, respetar las reglas, afirmar la verdad y distinguir lo que está bien de lo que está mal según las pautas de nuestra cultura. En familia se transmiten valores, allí aprendemos a conducirnos y a formar nuestro criterio.

Cada uno de nosotros, desde su propio hogar, puede contribuir a formar personas íntegras que hablen con la verdad, actúen con honradez y se conduzcan con rectitud. Los seres humanos nos educamos, primeramente, en familia. Allí aprendemos, o deberíamos aprender, a colaborar, compartir, respetar las reglas, afirmar la verdad y distinguir lo que está bien de lo que está mal según las pautas de nuestra cultura. En familia se transmiten valores, allí aprendemos a conducirnos y a formar nuestro criterio.

Esta formación se completa con lo que aprendemos en la escuela, en los grupos de amigos, en el trabajo y el vecindario, a través de la lectura y de los medios de difusión. Pero es, sin duda, en la familia donde se ofrecen las bases y se procuran los elementos para entender, contrastar, aceptar o rechazar lo que otras instituciones y grupos nos ofrecen.

Con la formación que cada uno de no­sotros proporciona a sus hijos, damos el primer paso, el más importante, para sentirnos orgullosos de la sociedad que construimos juntos.
Este folleto es una invitación a reflexionar, desde la realidad y los valores de cada una de nuestras familias, sobre la congruencia que nuestros hijos necesitan y exigen de nosotros. Buscamos aportar algunos elementos al diálogo de los padres sobre la educación que desean para sus hijos.

Educar es una tarea tan importante que compromete los valores y la integridad de cada padre o madre. Por eso, porque es una responsabilidad personal, para educar no hay recetas. Nadie puede decirnos cómo formar a nuestros hijos.
Hablaremos de las familias, en plural, para reconocer que hay una gran diversidad de maneras de constituirse, organizarse y funcionar como grupo familiar.
Hemos dividido el contenido en capítulos breves que abordan los siguientes temas: el compromiso de educar; la importancia de clarificar nuestros valores y expresarlos a través de actitudes, hábitos y conductas; y las herramientas básicas con las que contamos para enseñar nuestras normas, como la comunicación, la disciplina y la flexibilidad.
Además proponemos, en cada capítulo, algunas lecturas y ejercicios que tienen el objetivo de estimular la reflexión y las acciones que cada familia decida emprender para la formación de los suyos.