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En muchos de los cuentos
que leímos cuando éramos niños, el príncipe
debía atravesar, solo, un espeso bosque lleno de parajes
maravillosos y de extraños y amenazantes peligros. Estas
eran las pruebas que debía superar para llegar al castillo,
despertar con un beso a la princesa encantada y asumir el mando
de su territorio.
También nuestros hijos tienen que atravesar un paisaje con
abismos, montañas y extraordinarias aventuras para llegar
a asumir el mando de sus propias vidas, para conquistar la independencia,
el dominio y la dirección de su existencia y llegar, como
adultos, a realizar sus proyectos y formar su propia familia.
Al igual que para el príncipe del cuento, uno de los requisitos
de esta aventura es emprenderla solo. La parte medular de la travesía
es un viaje interior que sólo él puede realizar.
La independencia no es un don que alguien entrega, es un valor que
cada quien conquista cuando lo ejerce.
Como las hadas o los duendes cómplices, los padres tenemos
prohibido penetrar al bosque, pero sí podemos llenar la alforja
del viajero con talismanes y objetos mágicos y esperar que
él sepa usarlos oportunamente: un tarro grande de autoestima;
cuatro kilos de valentía; espacio para ponerse en contacto
con sus sentimientos; un paquete grande de valores; capacidad para
decir no, con firmeza, y sí, con entusiasmo; una buena dotación
de perseverancia y disciplina; grandes cantidades de optimismo y
alegría; una canción y un amigo para los ratos difíciles
y un oído siempre abierto para cuando necesite ser escuchado.
Esta alforja no se puede improvisar, hay que empezar a llenarla
desde que el niño es muy pequeño. Si está bien
abastecida y él sabe utilizar sus recursos, cruzará
su propio bosque y encontrará su camino.
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Este reto representa para los
padres una fuerte exigencia y un esfuerzo amoroso de continuidad.
Supone un amor realmente comprometido con cada uno de nuestros
hijos, que vaya más allá de las complacencias
fáciles, para estimularlos a dar lo mejor de sí.
Esto demanda de nosotros, disciplina, paciencia, persistencia,
valores vivos y actuantes. Los dones que queremos para nuestros
hijos los hemos de hacer realidad primero en nosotros mismos. |
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