Vara que se dobla, no se quiebra

 
 

Que del plato a la boca, no se caiga la sopa

Al fijar normas no podemos exigir lo imposible. Es necesario partir de una base realista para luego ir ampliando el margen de posibilidad, sin olvidar que muchas veces habrá que modificar las condiciones de nuestro entorno para que las conductas deseadas sean factibles.
Así como no podemos exigirle a un niño de tres años que cuide a su hermano, porque no tiene la madurez necesaria para hacerlo, tampoco es posible imaginar un mundo feliz y armónico surgido espontáneamente o como efecto de imponer sobre nuestros hijos un control total; es preciso modificar poco a poco las conductas que comprometen la armonía de nuestra familia.

 
 

 

Las familias, como las personas que las in-
tegran, crecen y cambian. Desde que los hijos llegan, y más tarde, al ritmo en que ellos se desarrollan, se modifican las demandas y necesidades, varían los horarios, los espacios y los acuerdos que entre los integrantes de la familia se hacen para poder convivir.

Cambian las necesidades económicas, la forma como distri­buimos nuestro tiempo y las tareas de la vida cotidiana. Asimismo se modifica el modo en que cada uno de los miembros de la familia entiende las reglas y el orden que hemos establecido para con­vivir.

Hay que estar atentos para reconocer cómo cambian nuestros hijos y sus necesidades. Esto permite hacer oportunamente los ajustes requeridos para adecuarnos a las nuevas circunstancias, cuidando de no renunciar a nuestros valores.
Conviene recalcar que el proceso de crecimiento y desarrollo de los hijos es un reto para la sensibilidad y la inteligencia de los padres. Al entrar a la adolescencia, la persona comienza una etapa de cambios profundos y complejos, estrena facultades y pone a prueba su capacidad, cambia su percepción del mundo y avanza en el camino de descubrirse a sí mismo.

Es común que en esa etapa se cuestionen roles, valores y creencias que antes aceptaban, también requerirá más libertad para establecer relaciones y compromisos nuevos.

Es una etapa difícil para el joven y para los padres. La comunicación que antes fluía puede toparse ahora con silencios y reservas, el mundo del joven ya no se limita a la escuela y la familia, conocerá nuevos modelos con los cuales se identificará. La aceptación de sus compañeros y amigos empezará a tener un gran peso para él.

Sin embargo, los jóvenes siguen necesitando —y esto es insoslayable— límites firmes, estímulo y reconocimiento.
Su pensamiento ha evolucionado y son capaces de resolver problemas cada vez más complejos, analizar y evaluar con rigor y creciente espíritu crítico.
Sin embargo también requieren padres capaces de escucharlos y dialogar cuando ellos lo necesiten, para afinar, confirmar o contrastar sus puntos de vista.

Conforme crecen se interesan en participar en el establecimiento de las normas y en las decisiones que afectan a la familia, en aportar sus opiniones y en compartir las reflexiones sobre las alternativas que la vida les va ofreciendo.
A los padres nos toca seguir apoyando, pero ahora con mayor flexibilidad. Aquí también tenemos que encontrar un punto de equilibrio entre libertad y límites firmes, que les dé seguridad y facilite la exploración y el encuentro con ellos mismos y con los demás.

Tanto los padres como los maestros tenemos una vocación paradójica: formar personas que con nuestro apoyo lleguen a ser capaces de prescindir de nuestro auxilio y caminar por la vida de manera independiente.
Educamos bien cuando ayudamos a nuestros hijos a prepararse para no depender de nuestro criterio, sino a formar el suyo propio y a conducirse de acuerdo con sus valores, forjados en un clima de libertad y responsabilidad. Esta es la base del diálogo entre padres e hijos.

El elefante es un animal pesado y memorioso. Cuentan, los que saben de es-
to, que su capacidad de recordar, que tanta fama le ha dado, a veces se convierte en una trampa que lo ata sin remedio.
Cuando llevan por primera vez al circo, el entrenador le pone un grillete en la pata y lo encadena a una estaca que hunde en el cemento. El elefante tratará con todas sus fuerzas de zafarse. Una vez que comprueba que es imposible, no lo intentará nunca más; ni siquiera cuando, más adelante, su entrenador hunda la estaca en aserrín.
Se queda así, fijado en una experiencia de frustración e impotencia. Le sobra memoria y le falta creatividad.

Tomado de Ararú. Revista para
padres con necesidades especiales, núm.18, (México, mayo de 1997), p. 30.

Los dilemas y las disyuntivas que trae cada día son oportunidades para reflexionar sobre las distintas maneras de percibir y resolver un problema, y también sobre los valores y las conductas que norman nuestra vida.

1. Diálogo. En familia platiquen sobre un conflicto reciente que haya ocurrido en la casa. Adviértales que no se vale enojarse, se trata de escuchar y respetar las opiniones de los demás. Oír la opinión de los seres queridos y cercanos, aunque no siempre es placentero, es la mejor manera de aprender a ser mejores personas y unir a la familia.
Con calma y sin alterarse, cada miembro de la familia explicará, desde su perspectiva, cuál fue el origen del conflicto y su opinión acerca de cómo fue resuelto. Al final se harán propuestas para evitar que se vuelva a repetir una situación similar.

2. De película. Elige una película para ver con tus hijos. Guíalos para analizar la relación entre los fines y los medios que utiliza cada personaje. Plantea los dilemas que la historia ofrece. ¿Qué otra cosa podía haber hecho? ¿Qué hubiera sucedido? ¿Cómo se hubiera sentido? ¿Había otras opciones o alternativas para resolver el conflicto?

3. Preguntas fáciles, respuestas difíciles.

¿Cuál es la diferencia entre ser flexible y ser permisivo?
¿Cuáles son las señales de que una norma debe ser reconside­rada?
¿En qué situaciones consideras que no hay cabida para la flexibilidad?
¿Por qué? Haz una lista de tus argumentos.

4. Compromiso familiar. Aparten una noche a la semana para destinarlo a un plan familiar. Asegúrense de que todos pueden. Por ejemplo, los miércoles de 7:00 a 9:30. Cada semana un miembro de la familia elegirá la actividad (ir al cine, al parque, cocinar y cenar juntos, etc.). El resto de la familia deberá participar, independientemente de sus preferencias personales.