Dan las cuatro en el reloj.
—¡Otra vez se ha dormido este perezoso!, gritaba doña Ardilla.
—¡Nunca llegaré a tiempo a recoger mis nueces!
—¡Lo siento! —Dijo Ding Dong.
—¡Hacía tanto frío afuera y yo estaba tan calentito aquí dentro que me dormí!
Ding Dong era un pequeño reloj de cucú, que doña Ardilla compró en la Feria Anual del Bosque, donde todos los animalitos venden y compran cientos de cosas que los humanos tiran.
Ellos se encargan de arreglarlas, allí se encuentran: estufas, lámparas, relojes, percheros, ollas, mesas, sillas y todo lo que puedas imaginar.
Fue allí donde doña Ardilla encontró a Ding Dong.
Las gotas de lluvia habían caído sobre el asustado reloj y la nieve lo había vestido con un traje blanco, le temblaban las manecillas y estaba tiritando de frío.
Doña Ardilla lo cogió en sus manitas, le quitó la nieve y se lo llevó a su casita, le arropó con una manta para calentarlo y le dio una tacita de té.

El reloj no funcionaba bien, siempre se atrasaba, pero la ardillita se encariñó con él. De vez en cuando Ding Dong le contaba historias de los humanos a doña Ardilla, pero siempre terminaba diciendo que prefería estar con ella, pues algunas veces era muy difícil entender a las personas.
Ding Dong le decía: —¡Un día te quieren mucho!, ¡otro día no te quieren nada!
El reloj se acostumbró a vivir en el árbol de la ardilla y fue muy feliz.
Marisa Moreno, El reloj perezoso,
[en línea], <www.cuentilando.com/>
F I N

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