Rosita es la primera hija de una pareja muy joven que vive en un pueblo aislado, donde todavía no llegan los servicios de salud.
 
Es difícil conseguir el agua necesaria para el aseo y la preparación de los alimentos, porque el único pozo del pueblo tiene que abastecer a 50 familias y en épocas de sequía el agua suele escasear.

Cuando Consuelo, la madre de Rosita, quedó embarazada de ésta, era todavía adolescente, de modo que Rosita nació muy pequeña, no llegaba a los dos kilos y
medio, según comentó la partera de la comunidad. Afortunadamente, la joven
mamá pudo darle el pecho durante los primeros cinco meses, y la niña creció de manera regular, aunque se veía pequeña en comparación con otras niñas de su edad.
 
Fue durante ese mismo periodo, cuando Consuelo se enfermó de los pulmones y
prefirió dejar de amamantar a su hija por temor a contagiarla. Rosita no soportó el
cambio repentino del pecho al biberón, y empezó a sufrir frecuentes diarreas, sin que sus padres supieran la verdadera causa. Pensaron que era mejor suspenderle todos los alimentos, incluida la leche, y la tuvieron con tés de hierbas durante varios días. Pero, al observar que Rosita no mejoraba y adelgazaba cada vez más, decidieron llevarla hasta el centro de salud más cercano, que quedaba a varias horas de camino.
 

La promotora que los atendió, después de pesar a la niña y registrar el resultado
en una gráfica, observó que su peso estaba muy por debajo de lo esperado para
su edad. La promotora preguntó a los padres acerca de cuál había sido la alimentación de la pequeña en las últimas semanas y si había estado enferma o no.

Al enterarse de que fue destetada antes de tiempo y que desde entonces había
sufrido diarreas, explicó a la pareja que su hija estaba desnutrida, pero que se
podía recuperar, si le proporcionaban los cuidados necesarios, por lo cual se les
enseñó a preparar un suero casero con agua hervida, azúcar y sal, para administrárselo a la niña en caso de que se le presentara diarrea.

Asimismo, los jóvenes padres aprendieron que se podían evitar las infecciones diarreicas, teniendo las debidas precauciones de higiene al preparar los biberones y la comida. Además, ellos se dieron cuenta de la necesidad de seguir alimentando a la niña, aunque estuviese enferma, con una comida sana y fácil de digerir. Con la cartilla de salud que les entregó la promotora, ellos mismos podrían seguir los progresos de su hija y controlar su peso, anotando cada mes los datos en una gráfica de crecimiento.

 
Rosita no soportó el cambio repentino del pecho al biberón, y empezó a sufrir frecuentes diarreas.
 
De esta forma, gracias a los consejos de la promotora y la atención cuidadosa de sus padres, al cumplir Rosita un año ya había alcanzado un buen peso, estaba más saludable y su familia se alegró al verla crecer normalmente.

 

 

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