Desde la niñez nos formamos
una imagen de nuestra manera de ser, de nuestras
cualidades, capacidades, debilidades y defectos,
en fin, de lo que creemos que somos, a eso le podemos
llamar imagen personal.
Esa imagen personal la modificamos y ajustamos de
acuerdo con las experiencias que vamos teniendo
en la vida.
Ser joven es, en parte, hacer a un
lado la imagen que construimos en nuestra infancia
para dibujar una nueva, lo que además, no
se lleva a cabo de un día para otro. Es como
si tuviéramos que dibujar cada día
algo nuevo hasta completar el rompecabezas.
Por esta razón, en la etapa de la juventud, el
físico ocupa tanta atención de nuestra parte
-medirnos, pesarnos, tocarnos, olernos, observarnos, compararnos-
lo que nos ayuda a aprender a reconocernos, a vernos y
a valorarnos de nuevo.
Y tú, ¿cómo viviste estas transformaciones?
¿Qué sentimientos agradables tuviste
con estos cambios?
¿Cómo superaste los sentimientos desagradables,
si los tuviste?
¿Qué pasa cuando no aceptamos los cambios
de nuestro cuerpo?
Si nos vemos con disgusto y nos rechazamos, podemos
agredirnos y destruirnos con comida, drogas, violencia,
en la relación con otra persona o hasta con un
embarazo no deseado.