María y Sergio
Conozcamos un poco de las vidas de María Griselda Álvarez y Sergio Antonio Estrada, a través de sus propias palabras.

María Griselda Álvarez, en su libro Cuesta arriba, relata parte de su vida de la forma siguiente:


María Griselda Álvarez

Un día mi padre me llamó aparte y sentenció, abandonando el tuteo, que así lo acostumbraba en las deliberaciones solemnes:

—Mire usted, déjese de versitos cursis. De hoy en adelante cuando le pidan que recite, va a declarar esto que se va a aprender de memoria sin faltar una palabra.

Me entregó un largo escrito que decía:

El Congreso de Anáhuac, legítimamente instalado en la ciudad de Chilpancingo de la América Septentrional, declara solemnemente por las provincias de ella y a presencia del Señor Dios, árbitro de los imperios y autor de la sociedad, que los da y los quita según los designios de su provincia, que por las presentes circunstancias de la Europa misma, ha recobrado el ejercicio de su soberanía usurpada ...
Nada menos que el Acta de nuestra Independencia.

Yo había recurrido al diccionario y ante las extrañas palabras como soberanía, árbitro y demás, pude entrever un mundo que mi padre me fue agrandando. Al preguntarle qué era Congreso y por qué no había mujeres, él festejó con una risa mi precocidad y contestó:

—La política es de hombres.

—Entonces, ¿para qué hiciste que me aprendiera de memoria el Acta de Independencia?

Me miró intensamente y no me contestó.

(Versión adaptada)

Maria Griselda Álvarez fue la primera mujer en México, que ocupó la gubernatura...

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Me llamo Sergio Antonio Estrada Parra,

Nací en Azcapotzalco en la Ciudad de México, en septiembre de 1935.

Desde niño quise ser científico, bueno, eso decía yo, porque a los tres años tiré un gato desde una escalera para comprobar que tienen siete vidas.

El gato resistió cuatro caídas, pero a la quinta me llevó con él y del golpe se me hizo un chipote tan grande como mi cabeza.

A los once años, mi abuela me regaló un microscopio “patito”, y utilicé un cuarto chiquito para hacer mi “laboratorio”, donde criaba insectos, arañas y tarántulas, que algunas veces escaparon con gran susto de mi madre, pero también utilizaba ese “laboratorio” para hacer estática, para que otra de mis abuelas no pudiera oír su radionovela.

En la azotea crié gallinas, guajolotes y conejos. Vendía los huevos y las crías. Aprendí a vacunar a las gallinas y a darles antibióticos, esto también me hacía sentir científico.

Mi padre me enseñó a ser ordenado y perseverante, mi madre me hizo leer mucho. Estas enseñanzas siempre me han sido útiles, porque nadie puede ser científico si no es ordenado, perseverante y si no lee.

Por las personas con quienes conviví, siempre soñé que podría descubrir algo que aliviara muchas de sus enfermedades. Esto no lo he logrado aún. Pero sigo perseverando.

 

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