En una comunidad de Veracruz,
las familias comienzan la jornada desde las once de
la noche, cuando se oyen ruidos como de una lucha
de espadas.
Son los hombres que afilan
sus machetes para ir a cortar la caña al día
siguiente. Unos más se quedan a vigilar que
el molino dé vueltas y triture lo que después
será piloncillo.
Las mujeres hacen lo
suyo: "llevamos las tortillas al señor,
cargamos al niño, vamos a limpiar y cortar
el café".
En el occidente de Morelos,
en los campamentos cañeros, Rosa comienza el
día a las cuatro de la mañana. Del metate
y el brasero sale al campo donde trabaja con el machete
hasta las doce del día, hora en que se toma
un descanso y aprovecha para asistir a sus clases
de alfabetización. Después, hay que
ir de nuevo a la casa a preparar los alimentos, dejar
lista la ropa y platicar un rato con Isidro, su hijo.