Yo, en cambio, he tratado de
acostumbrarme. Usted apareció hace un año y medio,
pero el Viejo se emborrachaba desde hace mucho
más, y no bien agarró ese vicio nos empezó
a pegar a los tres. A Mirta y a mí nos daba con el cinto,
duele bastante, pero a mamá le pegaba con el puño
cerrado. Porque sí nomás, sin mayor motivo: porque
la sopa estaba demasiado caliente, o porque estaba demasiado fría,
o porque no lo había esperado despierta hasta las tres de
la madrugada, o porque tenía los ojos hinchados de tanto
llorar. Después, con el tiempo, mamá
dejó de llorar. Yo no sé cómo hacía,
pero cuando él le pegaba, ella ni siquie-ra se mordía
los labios, y no lloraba, y eso al Viejo le daba todavía
más rabia. Ella era consciente de eso, y sin embargo prefería
no llorar.
Usted conoció a mamá
cuando ella ya había aguantado y sufrido mucho, pero sólo
cuatro años antes (me acuerdo perfectamente) todavía
era muy linda y tenía buenos colores. Además era una
mujer fuerte. Algunas noches, cuando por fin el Viejo caía
estrepitosamente y de inmediato empezaba a roncar, entre
ella y yo lo levantábamos y lo llevábamos hasta la
cama. Era pesadísimo, y además aquello era como levantar
un muerto. La que hacía casi toda la fuerza era ella. Yo
apenas si me encargaba de sostener una pierna, con el pantalón
todo embarrado y el zapato marrón con los cordones sueltos.
Usted seguramente creerá
que el Viejo toda la vida fue un bruto. Pero no. A papá lo
destruyó una porquería que le hicieron. Y se la hizo
precisamente un primo de mamá, ese que trabaja en el Municipio.
Yo no supe nunca en qué consistió la porquería,
pero mamá disculpaba en cierto modo los arranques del
Viejo porque ella se sentía un poco responsable de que alguien
de su pro- pia familia lo hubiera perjudicado en aquella forma.
No supe nunca qué clase de porquería le hizo, pero
la verdad era que papá, cada vez que se emborrachaba, se
lo reprochaba como si ella fuese la única culpable.
Antes de la porquería,
nosotros vivíamos muy bien. No en cuanto a plata, porque
tanto yo como mi hermana nacimos en el mismo apartamento (casi un
conventillo) junto a Villa Dolores, el suel- do de papá nunca
alcanzó para nada, y mamá siempre tuvo que hacer milagros
para darnos de comer y comprarnos de vez en cuando alguna tricota
o algún par de alpargatas. Hubo muchos días en que
pasamos hambre (si viera qué feo es pasar hambre), pero en
esa época por lo menos había paz. El Viejo no se emborrachaba,
ni nos pegaba, y a veces hasta nos llevaba a la matinée.
Algún raro domingo en que había plata. Yo creo que
ellos nunca se quisieron demasiado. Eran muy distintos. Aun antes
de la porquería, cuando papá todavía no tomaba,
ya era un tipo bastante alunado. A veces se levantaba al mediodía
y no le hablaba a nadie, pero por lo menos no nos pegaba ni insultaba
a mamá. Ojalá hubiera seguido así toda la vida.
Claro que después vino la porquería y él se
derrumbó, y empezó a ir al boliche y a llegar siempre
después de medianoche, con un olor a grapa que apestaba.
En los últimos tiempos
todavía era peor, porque también se emborrachaba de
día y ni siquiera nos dejaba ese respiro. Estoy seguro de
que los vecinos escuchaban todos los gritos, pero nadie decía
nada, claro, porque papá es un hombre grandote y le tenían
miedo. También yo le tenía miedo, no sólo por
mí y por Mirta, sino especialmente por mamá. A veces
yo no iba a la escuela, no para hacer la rabona, sino para quedarme
rondando la casa, ya que siempre temía que el Viejo llegara
durante el día, más borracho que de costumbre, y la
moliera a golpes. Yo no la podía defender, usted ve lo flaco
y menudo que soy, y todavía entonces lo era más, pero
quería estar cerca para avisar a la policía.
¿Usted se enteró de que ni papá ni mamá
eran de ese ambiente? Mis abuelos de uno y otro lado,
no diré que tienen plata, pero por lo menos viven en lugares
decentes, con balcones a la calle y cuartos de baño con bidet
y bañera.
Después que pasó
todo, Mirta se fue a vivir con mi abuela Juana, la madre de papá,
y yo estoy por ahora en casa de mi abuela Blanca, la madre de mamá.
Ahora casi se pelearon por recogernos, pero cuando papá y
mamá se casaron, ellas se habían opuesto a ese matrimonio
(ahora pienso que a lo mejor tenían razón) y cortaron
las relaciones con nosotros. Digo nosotros, porque papá y
mamá se casaron cuando yo ya tenía seis meses. Eso
me lo contaron una vez en la escuela, y yo le reventé la
nariz al Beto, pero cuando se lo pregunté a mamá,
ella me dijo que era cierto. Bueno, yo tenía ganas de hablar
con usted, porque (no sé qué cara va a poner) usted
fue importante para mí, sencillamente porque fue im portante
para mamá. Yo la quise bastante, como es natural, pero creo
que nunca pude decírselo.
Teníamos siempre tanto
miedo, que no nos quedaba tiempo para mimos. Sin embargo, cuando
ella no me veía, yo la miraba y sentía no sé
qué, algo así como una emoción que no era lástima,
sino una mezcla de cariño y también de rabia por verla
todavía joven y tan acabada, tan agobiada por una culpa
que no era la suya, y por un castigo que no se merecía. Usted
a lo mejor se dio cuenta, pero yo le aseguro que mi madre era inteligente,
por cierto bastante más que mi padre, creo, y eso era para
mí lo peor: saber que ella veía esa vida horrible
con los ojos bien abiertos, porque ni la miseria, ni los golpes,
ni siquiera el hambre, consiguieron nunca embrutecerla. La ponían
triste, eso sí. A veces se le formaban unas ojeras casi azules,
pero se enojaba cuando yo le preguntaba si le pasaba algo. En realidad,
se hacía la enojada. Nunca la vi realmente mala conmigo.
Ni con nadie. Pero antes de que usted apareciera, yo había
notado que cada vez estaba más deprimida, más apagada,
más sola. Tal vez fue por eso que pude notar mejor la diferencia.
Además, una noche llegó un poco tarde (aunque siempre
mucho antes que papá) y me miró de una manera distinta,
tan distinta que yo me di cuenta de que algo sucedía. Como
si por primera vez se enterara de que yo era capaz de comprenderla.
Me abrazó fuerte, como
con vergüenza, y después me sonrió. ¿Usted
se acuerda de su sonrisa? Yo sí me acuerdo. A mí me
preocupó tanto ese cambio, que falté dos o tres veces
al trabajo (en los últimos tiempos hacía el reparto
de un almacén) para seguirla y saber de qué se trataba.
Fue entonces que los vi. A usted y a ella. Yo también me
quedé contento. La gente puede pensar que soy un desalmado,
y quizá no esté bien eso de haberme alegrado porque
mi madre engañaba a mi padre. Puede pensarlo. Por eso nunca
lo digo. Con usted es distinto. Usted la quería. Y eso para
mí fue algo así como una suerte. Porque
ella se merecía que la quisieran. Usted la quería,
¿verdad que sí? Yo los vi muchas veces y estoy casi
seguro. Claro que al Viejo también trato de comprenderlo.
Es difícil, pe-ro trato. Nunca lo pude odiar, ¿me
entiende? Será porque, pese a lo que hizo, sigue siendo mi
padre. Cuando nos pegaba, a Mirta y a mí, o cuando arremetía
contra mamá, en medio de mi terror yo sentía lástima.
Lástima por él,
por ella, por Mirta, por mí. También la siento ahora,
ahora que él ha matado a mamá y quién sabe
por cuánto tiempo estará preso. Al principio, no quería
que yo fuese, pero hace por lo menos un mes que voy a visitarlo
a Miguelete y acepta verme. Me resulta extraño verlo al natural,
quiero decir sin encontrarlo borracho. Me mira, y la mayoría
de las veces no me dice nada. Yo creo que cuando salga, ya no me
va a pegar. Además, yo seré un hombre, a lo mejor
me habré casado y hasta tendré hijos. Pero yo a mis
hijos no les pegaré, ¿no le parece? Además
estoy seguro de que papá no habría hecho lo que hizo
si no hubiese estado tan borracho. ¿O usted cree lo contrario?
¿Usted cree que, de todos modos, hubiera matado a mamá
esa tarde en que, por seguirme y castigarme a mí, dio finalmente
con ustedes dos?
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