Lecturas

 

   
 
Pablo Neruda


ómo arreglármelas para parecer mal y quedar bien? Es como cuando uno se mira al espejo (o al retrato) buscándose el ángulo bello (sin que nadie lo observe) para constatar que sigue siendo uno mismo siempre.
Algunos se plantan de soslayo, otros imprimirán la verdad de lo que quisieron ser, otros se preguntarán: ¿cómo soy?
Pero la verdad es que todos vivimos atontándonos, acechándonos a nosotros mismos, declarando sólo lo más visible, escondiendo la irregularidad del aprendizaje y del tiempo.
Pero vamos al grano.
Por mi parte soy o creo ser duro de nariz, mínimo de ojos, escaso de pelos en la cabeza, creciente de abdomen, largo de piernas, ancho de suelas, amarillo de tez, generoso de amores, imposible de cálculos, confuso de palabras, tierno de manos, lento de andar, inoxidable de corazón, aficionado a las estrellas, mareas, maremotos, admirador de escarabajos, caminante de arenas, torpe de instituciones, chileno a perpetuidad, amigo de amigos, mudo para enemigos, entrometido entre pájaros, maleducado en casa, tímido en los salones, audaz en la soledad, arrepentido sin objeto, horrendo administrador, navegante de boca, yerbatero de la tinta, discreto entre los animales, afortunado en nubarrones, investigador en mercados, oscuro en las bibliotecas, melancólico en las cordilleras, incansable en los bosques, lentísimo de contestación, ocurrente años después, vulgar durante todo el año, resplandeciente con mi cuaderno, monumental de apetito, tigre para dormir, sosegado en la alegría, inspector del cielo nocturno, trabajador invisible, desordenado persistente, valiente por necesidad, cobarde sin pecado, soñoliento de vocación, amable de mujeres, activo por padecimiento, poeta por maldición y tonto de capirote.
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1 La enseñanza del español en la escuela secundaria, Lecturas, Primer nivel, Programa Nacional de Actualización Permanente, SEP, México, 1995, pp. 183.

 
 









 
   
 

Guillermo Prieto


an Ángel era considerado como el centro de placeres que ofrecía mayor animación, y en efecto, pudo contar temporadas deliciosas.
San Ángel, como se sabe, es un laberinto de vergeles, de huertas de aguas cristalinas, de lomeríos pintorescos y paisajes deliciosos; domina el valle de México y se perciben aéreas arboledas, las torres y bóvedas de la Parroquia y el Carmen y sus edificios blancos y alegres en medio de las verdes milpas, y los visos de oro de riquísimos trigales.
Tenía y tiene dos grandes plazas el pueblo: una, la de San Jacinto, hoy poblada de árboles, otra, de los licenciados, porque cuatro eminencias del foro poseían las principales casas.
Los pueblecitos que rodean San Ángel son ramos de flores, cestos de frutos, tibores de perfumes, nidos de aves canoras, de encantadas mansiones de delicias.
Tizapán, con sus bosques sombríos de manzanos, Chimalistac, con sus indios comedidos y sus jacalitos entre flores; el Cabrío, con sus árboles gigantes y sus cascadas saltando espumosas sobre las rocas volcánicas, sus chocitas en que se vendían quesos y panochitas de leche, la cañada con sus altos muros de enredaderas, mimosas y campánulas, y otros mil sitios de solaz y recreo, atraían año por año concurrencia escogida y numerosa.
Desde los preliminares de la temporada tenían encantos indescriptibles.
Carros en que caminaban de cabeza las sillas; amontonados los colchones y tambaleando biombos y roperos; en alto los plumeros; acurrucados los baúles, encubiertos los útiles no destinados a la luz pública.
Coches ómnibus con sus cuatro mulas, su cochero insolente y su sota comunicativa, encerrando una población de chicos, de ancianos, de perros, de trompetas y tambores.
Los niños en gran lance campestre, con sus sombreros jaranos y sus calzoneritas de botonadura de plata; las niñas adoptando el rebozo popular sin dejar de lucir sus caracoles; los ancianos con gruesos bastones y sombreros de palma; las ancianas con sus zorongos presuntuosos y sus canastillas con sus novenas, su linimento, su álcali, su apodeldoc y su agua cefálica, articular y de hormigas para los lances imprevistos; los criados atareados en sus cocinas, entre cestos y maletas, llevando el borrego del niño boca abajo y dando alaridos en la cabeza de la silla.

Pero toda la comitiva, riendo y charlando, entablando diálogos con los apuestos jinetes que hacían caracolear, escoltando el coche y circulando el jerez, los mamones, las puchas y rodeos, del coche a los caballeros y de ellos a los criados y gente agrupada, que daban tumbos en los carros pereciéndose de risa.
¿Quién es capaz de pintar con su peculiar colorido un paseo en burros? ¿quién una merienda al margen de un riachuelo bajo los sauces? ¿quién un almuerzo en Tizapán con sus mesas tendidas bajo los árboles, con los manteles albeando, los cristales reverberando con el sol, las damas vestidas de blanco y coronadas de rosas, los bailadores como revolando entre las flores y viéndose por los claros del bosque de manzanos, ya el edificio de la fábrica de papel, que remendaba el castillo feudal; ya la cascada precipitándose espumosa y radiante; ya las llanuras, arboledas y acueductos, y en el fondo, realizándose en su cielo purísimo la ciudad inmensa con sus torres y miradores, las bóvedas de sus numerosísimas iglesias, sus lagos y volcanes magníficos.
Pero lo más notable y lo de más poderosa seducción para mí, era que, no obstante las pretensiones aristocráticas muy vivas en la época, a pesar de la desigualdad de fortunas y ser mucho menos comunicativa aquella sociedad, era fórmula, axioma y precepto decir: en la Garita se queda la etiqueta, y con tal salvaguardia y sin la falta más leve a las conveniencias de la más fina educación, alternaba la gran dama con la rancherita y acogía afable a la indita de quien se hacía comadre; los personajes platicaban con los notables del pueblo, con arrieros y jardineros, y tenían su lugar en las reuniones el hacendado y el ministro, el barbero y el sacristán, el rancherito remilgado y el reverendo carmelita que solía participar de su sabroso arroz de leche y de sus empanadas famosas a los bienhechores de su santa comunidad.

Prieto, Guillermo, Memorias de mis tiempos, México, Alianza Editorial-Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, s/f, pp. 16-19.

 
 









 
   
 

Juan Rulfo


cuérdate de Urbano Gómez, hijo de don Urbano, nieto de Dimas, aquél que dirigía las pastorelas y que murió recitando el “rezonga ángel maldito” cuando la época de la influencia. De esto hace ya años, quizá quince. Pero te debes acordar de él. Acuérdate que le decíamos el Abuelo por aquello de que su otro hijo, Fidencio Gómez, tenía dos hijas muy juguetonas: una prieta y chaparrita, que por mal nombre le decían la Arremangada, y la otra que era rete alta y que tenía los ojos zarcos y que hasta se decía que ni era suya y que por más señas estaba enferma del hipo. Acuérdate del relajo que armaba cuando estábamos en misa y que a la mera hora de la Elevación soltaba su ataque de hipo, que parecía como si estuviera riendo y llorando a la vez, hasta que la sacaban afuera y le daban tantita agua con azúcar y entonces se calmaba. Ésa acabó casándose con Lucio Chico, dueño de la mezcalera que antes fue de Librado, río arriba, por donde está el molino de linaza de los Teódulos.
Acuérdate que a su madre le decían la Berenjena porque siempre andaba metida en líos y de cada lío salía con un muchacho. Se dice que tuvo su dinerito, pero se lo acabó en los entierros, pues todos los hijos se le morían de recién nacidos y siempre les mandaba cantar alabanzas, llevándolos al panteón entre músicas y coros de monaguillos que cantaban “hosanas” y “glorias” y la canción esa de “ahi te mando Señor otro angelito”. De eso se quedó pobre, porque le resultaba caro cada funeral, por eso de las canelas que les daba a los invitados del velorio. Sólo le vivieron dos, el Urbano y la Natalia, que ya nacieron pobres y a los que ella no vio crecer, porque se murió en el último parto que tuvo ya de grande, pegada a los cincuenta años.
La debes haber conocido, pues era realegadora y cada rato andaba en pleito con las marchantas en la plaza del mercado porque le querían dar muy caros los jitomates, pegaba de gritos y decía que la estaban robando. Después, ya de pobre, se le veía rondando entre la basura, juntando rabos de cebolla, ejotes ya sancochados y alguno que otro cañuto de caña “para que se les endulzara la boca a sus hijos”. Tenía dos, como ya te digo, que fueron los únicos que se le lograron. Después no se supo ya de ella.
Ese Urbano Gómez era más o menos de nuestra edad, apenas unos meses más grande, muy bueno para jugar a la rayuela y para las trácalas. Acuérdate que nos vendía clavelinas y nosotros se las comprábamos, cuando lo más fácil era ir a cortarlas al cerro. Nos vendía mangos verdes que se robaba del mango que estaba en el patio de la escuela y naranjas con chile que compraba en la portería a dos centavos y que luego nos las revendía a cinco. Rifaba cuanta porquería y media traía en la bolsa: canicas ágatas, trompos y zumbadores y hasta mayates verdes, de esos a los que se les amarra un hilo en una pata para que no vuelen muy lejos.

Nos traficaba a todos, acuérdate.
Era cuñado de Nachito Rivera, aquél que se volvió menso a los pocos días de casado y que Inés, su mujer, para mantenerse tuvo que poner un puesto de tepache en la garita del camino real, mientras Nachito se vivía tocando canciones todas desafinadas en una mandolina que le prestaban en la peluquería de don Refugio.
Y nosotros íbamos con Urbano a ver a su hermana, a beber el tepache que siempre le quedábamos a deber y que nunca le pagábamos porque nunca teníamos dinero. Después hasta se quedó sin amigos, porque todos, al verlo, le sacábamos la vuelta para que no fuera a cobrarnos.
Quizá entonces se volvió malo, o quizá ya era de nacimiento.
Lo expulsaron de la escuela antes del quinto año, porque lo encontraron con su prima la Arremangada jugando a marido y mujer detrás de los lavaderos, metidos en un aljibe seco. Lo sacaron de las orejas por la puerta grande entre la risión de todos, pasándolo por en medio de una fila de muchachos y muchachas para avergonzarlo. Y él pasó por allí, con la cara levantada, amenazándonos a todos con la mano y como diciendo: “ya me las pagarán caro”.
Y después a ella, que salió haciendo pucheros y con la mirada raspando los ladrillos, hasta que ya en la puerta soltó el llanto; un chillido que se estuvo oyendo toda la tarde como si fuera un aullido de coyote.
Sólo que te falle mucho la memoria, no te has de acordar de eso.
Dicen que su tío Fidencio, el del trapiche, le arrimó una paliza que por poco y lo deja parálisis, y que él, de coraje, se fue del pueblo.
Lo cierto es que no lo volvimos a ver sino cuando apareció de vuelta por aquí convertido en policía. Siempre estaba en la plaza de armas, sentado en una banca con la carabina entre las piernas y mirando con mucho odio a todos. No hablaba con nadie. Y si uno lo miraba, él se hacía el desentendido como si no conociera a la gente.
Fue entonces cuando mató a su cuñado, el de la mandolina. Al Nachito se le ocurrió ir a darle una serenata, ya de noche, poquito después de las ocho y cuando todavía estaban tocando las campanas el toque de Ánimas. Entonces se oyeron los gritos, y la gente que estaba en la iglesia rezando el rosario salió a la carrera y allí los vieron: al Nachito defendiéndose patas arriba con la mandolina y al Urbano mandándole un culatazo tras otro con el máuser, sin oír lo que le gritaba la gente, rabioso como perro del mal. Hasta que un fulano que no era ni de por aquí se desprendió de la muchedumbre y fue y le quitó la carabina y le dio con ella en la espalda, doblándolo sobre la banca del jardín donde se estuvo tendido.
Allí lo dejaron pasar la noche. Cuando amaneció se fue. Dicen que antes estuvo en el curato y que hasta le pidió la bendición al padre cura, pero que él no se la dio.
Lo detuvieron en el camino. Iba cojeando, y mientras se sentó a descansar llegaron a él. No se opuso.
Dicen que él mismo se amarró la soga en el pescuezo y que hasta escogió el árbol que más le gustaba para que lo ahorcaran.
Tú te debes acordar de él, pues fuimos compañeros de escuela y lo conociste como yo.

Rulfo, Juan, El llano en llamas, México, F. C. E., Colección Popular 1, 1994, pp. 140-144.

 
 









 
   
 

Irma Mercedes Ek Huchin
(leyenda)


xistió en mi pueblo un personaje que, buscando emociones, se dedicaba a asustar a la gente; le habían puesto por nombre el Huay Oso.
Cierto día se encontraba un grupo de personas a las puertas del mercado comentando que la noche anterior el Huay Oso había pasado por la calles gritando y dejando un olor horrible y cuando salieron a ver lo que ocurría, se encontraron con los cuerpos de muchos perritos que estaban muertos y con las cabezas destrozadas. Al ver los animales muertos, los vecinos corrieron a sus casas, trancaron puertas, aseguraron ventanas y hasta los huecos más pequeños los taparon con el temor de que el Huay Oso pudiera entrar a destrozar a los habitantes de las casas.
Todos los días era lo mismo, toda la gente desde temprano aseguraba sus casas temiendo al Huay Oso.
Cierta noche, un grupo de jovencitos cansados del Huay Oso, decidieron espiarlo, siguieron sus pasos y descubrieron que su escondite era el campo deportivo.
A la noche siguiente, los jóvenes desde temprano entraron en el campo esperando que apareciera el Huay Oso y así, esperando, fueron pasando las horas hasta que llegó la media noche; todos estaban asustados por la hora que era y el Oso no aparecía; de pronto escucharon un grito horrible, algunos jóvenes salieron corriendo, otros se desmayaron del susto, otros entraron en las casas cercanas al campo. Al día siguiente los padres de los muchachos al saber que sus hijos estuvieron cerca de las garras del engendro, decidieron acabar con esa pesadilla, se pusieron de acuerdo en ir armados, unos con rifles, otros con trancas, otros con tirahules, otros con machetes y dispuestos a acabar con el animal.

Un muchacho pensando que a las once pasaba el Huay Oso quiso llegar temprano a su casa, se despidió de sus amigos y al pasar por una calle oscura se encontró con una sombra negra, pero pensando que era un borracho no le dio importancia. Al llegar a su casa le dijeron que Huay Oso había golpeado las puertas y salió corriendo gritando por las calles que el Oso estaba cerca; todos los vecinos salieron a ver lo que ocurría, pero al revisar los patios encontraron solamente la huellas del animal y otra vez el mismo miedo, el mismo temor, la gente se había acostumbrado a guardar a sus perros, gatos y hasta los cerditos que tenían en sus patios. Mientras algunas personas esperaban al Huay Oso por sus colonias, éste se aparecía por otras partes haciendo de las suyas asustando a la gente, destrozando a sus animales y gritando horriblemente.
Parecía que esa pesadilla no terminaría nunca y ahora todos los habitantes salían armados a las calles esperando al Huay Oso; algunas señoras salían con escobas, sartenes y cucharas decididas a acabar con él, y éste, sabiendo que su vida peligraba decidió huir y al amanecer, en un patio cercano al crucero, encontraron el traje del Huay Oso, los guantes, las garras, la máscara y la peluca. Ahora la gente del pueblo vive tranquila y feliz, segura de que el Huay Oso no regresará nunca. Esto vengo a contar.

Cuentos, leyendas y relatos de mi comunidad, Mérida, INEA, Yucatán, México, 1996, pp. 32-33.

 
     







   
 




a Organización Mundial de la Salud estima que existen anualmente
250 millones de casos de infecciones de transmisión sexual, de los cuales
120 millones corresponden a tricomoniasis, 50 millones a infecciones por Chlamydia, verrugas genitales 30 millones, gonorrea 25 millones, herpes genital 20 millones, sífilis 3.5 millones, hepatitis B 2.5 millones, chancroide 2 millones. Los casos acumulados de SIDA a finales de 1995 son más de un millón, pero se estima que existen 18.5 millones de portadores del VIH.
Las ETS son graves porque amenazan la salud en diversas formas. Pueden causar esterilidad, infertilidad, muerte de feto, abortos, ceguera, daño cerebral, cáncer e incluso la muerte. También son una amenaza para la salud del recién nacido, ya que la mayoría de estas infecciones pueden ser transmitidas de la madre al producto y ocasionar malformaciones congénitas o que se presente la infección en el niño desde el nacimiento.
De los 250 millones de ETS, la mayor incidencia ocurre entre gente joven de 20 a 24 años de edad, seguidos por el grupo de 15 a 19 años y después por el grupo de 25 a 29. Se estima que alrededor de 30% de la población mundial se encuentra entre los 10 y los 24 años de edad; en los países en desarrollo, más de la mitad de la población se encuentra por debajo de los 25 años.
Actualmente existe cura para muchas de estas enfermedades; las infecciones por VIH y otros virus son incurables. No obstante, el tratamiento adecuado de las ETS plantea muchos problemas. El primero es que la mayoría de la gente afectada no acude al médico o retrasa su atención debido al miedo y la connotación de "vergonzosas, secretas" que han tenido tradicionalmente las ETS. Por ello, especialmente en nuestro país, muchas veces el tratamiento es indicado por un amigo o por el dependiente de la farmacia.
Además, aun entre el personal de salud existe un gran desconocimiento acerca de la gran variedad de gérmenes que son causantes de infecciones sexualmente transmitidas.
Por otro lado, la automedicación es causa de que cuando el paciente finalmente acude al médico, el cuadro esté modificado por el tratamiento previo. El diagnóstico se dificulta aún más, ya que diferentes gérmenes pueden dar las mismas manifestaciones clínicas y no siempre responden al mismo tratamiento; es frecuente la asociación de más de un germen. Por añadidura, en los últimos años, a causa del cambio de prácticas sexuales, se ven lesiones típicas de enfermedades antiguamente conocidas en localizaciones que no son tan típicas. Por esta misma causa, gérmenes que antes se consideraban patógenos intestinales, son ahora causa de ETS.

Por ello, en todos los programas de salud pública debe incluirse como tema de gran importancia la prevención primaria de las ETS mediante la educación, ya que el tratamiento efectivo, cuando existe, no siempre está al alcance de la población afectada.
La adolescencia es un periodo de grandes cambios físicos y psicológicos, durante el cual el joven aprende a asumir el control de su propia vida y tomar decisiones que pueden tener consecuencias para ellos mismos y para otros. Por otro lado, en los últimos años se han generado gran cantidad de cambios en la sociedad a causa de la rápida urbanización, industrialización, aumento de los viajes y la gran diseminación de nuevos valores a través de los medios masivos de comunicación que han dado a los adolescentes una mayor cantidad de opciones.

Tepichin Griselda Hernández, "Enfermedades Transmisibles Sexualmente", en Hablemos de sexualidad (Lecturas), México, Mexfam, 1996, pp. 207-209.

 
     







 

El tema es, sin duda, muy difícil. Sin embargo, existen importantes investigaciones que demuestran la situación privilegiada del hombre a través de la historia. El orden establecido, con sus signos de dominación, somete a la mujer a condiciones intolerables que, paradójicamente, parecen naturales. Por ejemplo: son la únicas responsables del cuidado de los niños, de las labores del hogar y de cumplir los gustos y alegrías de todos los miembros de la familia.
   















   
 


Qué es el género?

El género se refiere a las diferencias que existen entre los hombres y las mujeres en cuanto a ideas, valores y modos de actuar; estas diferencias no tienen un origen biológico, sino que son construcciones sociales que determinan lo que en cada sociedad significa ser hombre y mujer.
En términos de George Mead, tanto hombres como mujeres se definen como personas que tienen un proceso de desarrollo propio presente desde el nacimiento, sino que surgen de la experiencia personal y del aprendizaje sociocultural.

 

¿Cómo se aprenden los roles de género en la familia?

A partir de la interacción que tienen desde los primeros gestos y sonrisas con la madre o el padre, el niño o la niña aprenden las actitudes que los provocan, y saben cuándo reaccionar de tal o cual manera hacia los otros, porque también han aprendido a identificar sus actitudes; pero, asimismo, los otros han aprendido a entender las actitudes del pequeño y a reaccionar ante ellas; digamos que desde estos momentos comienza el dinamismo y el proceso social de influir sobre otros y modificar sus actitudes.

Este proceso social puede ser una línea de análisis para comprender las diferentes influencias que los niños y las niñas reciben de los demás. Incluso desde antes de nacer, preparar la ropa de color rosa o azul o los juegos como las muñecas y los carritos, muestran las expectativas que pueden tener los padres en cuanto a lo que debe ser un niño o una niña. En este sentido, generalmente, lo que un niño o una niña perciban de la actitud de sus padres será lo que ellos percibirán de sí mismos.

Muchos papás y mamás piensan que las niñas valen menos por ser mujeres y que tienen menos oportunidades en la vida, que sufren más, que no pueden trabajar igual que los hombres, los cuales tienen más peligros al salir a la calle, etcétera.
Asimismo, muchas personas consideran que los hombres son más fuertes, que pueden hacer lo que quieran, trabajar, salir por las noches, ganar dinero, etcétera. Estas ideas provocan sentimientos de seguridad diferentes para hombres y para mujeres. Muchas veces a los niños se les promueve la fortaleza, la seguridad y el apoyo para tareas fuera de casa, y se les hace menos expresivos y muy dependientes de las mujeres.

A las niñas se les trata con cierta delicadeza, lo cual puede ser positivo, pero cuando se confunde esa delicadeza con incapacidad para moverse o defenderse y se les encamina exclusivamente a las labores del hogar, se limitan sus oportunidades y se les hace más débiles.

¿Qué pasa con los roles del hombre y la mujer durante la juventud?

Estos papeles que la sociedad asigna a hombres y mujeres se hacen más evidentes durante la adolescencia, debido a las diferencias corporales y a los significados sociales del cuerpo.
En una sociedad como la nuestra, nos damos cuenta que los y las jóvenes tienen diferentes percepciones de sus cuerpos a partir de su sexo y que los medios de comunicación crean modelos de hombres o de mujeres modernos para influirlos.

¿Qué podemos hacer?

Es importante que los miembros de las familias se concienticen de las responsabilidades que tienen en la reproducción de roles estereotipados, con el fin de que los y las jóvenes reflexionen sobre la importancia de cuestionar los papeles socialmente aceptados y así luchar por la igualdad de los y las mujeres dentro de la familia y fuera de ella.
Es necesario educar en el seno de la familia a hombres y mujeres de igual manera y enseñarles a respetar las diferencias socioculturales que existen, para establecer una mejor relación entre ellos y ellas.

José Ángel Aguilar Gil, Hablemos de género, esto es cosa de hombres ¿o de mujeres?, México, Mexfam, 1998, pp 20-21.

 
     






   
 


i alguna vez hemos transitado por el centro de nuestra ciudad, seguramente hemos visto a algún niño bajo los efectos de la droga.
Quizá nos haya pedido un peso, y más de uno de nosotros lo hemos evitado por temor a ser agredidos o asaltados. No es para menos, pues con frecuencia nos han enseñado que estos niños y jóvenes son peligrosos.
Pero ¿qué pasa cuando el mejor amigo de tu hijo, ese joven de dieciséis años al que tú considerabas un buen chico, ha dejado de asistir a la prepa y le has visto drogarse con otros? No es un niño sucio y estás seguro que no te agredirá, entonces, ¿por qué tratas de alejar a tu hijo de esa "mala influencia"? ¿Acaso su condición de consumidor es suficiente para que le adjudiques todos los defectos? ¿Acaso ahora tienes que rechazarlo para evitar que tu hijo también se drogue? Como padre le habrás dicho que las drogas son malas; junto a tus recomendaciones están los anuncios de la televisión y, al igual que tú, muchos padres recomiendan y prohíben a sus hijos el consumo de sustancias dañinas; entonces, ¿por qué son cada vez más los adolescentes consumidores?
El frecuente consumo de drogas provoca consecuencias negativas para la salud y el bienestar individual y colectivo; sin embargo, la forma de prevenir su consumo no es sólo a través de mensajes e imágenes donde se muestren escenarios fúnebres e intimidatorios, es ligereza de juicio impedir ver qué hay detrás de cada adicto.
Para muchos de nosotros, evitar cualquier tipo de relación con algún adicto es una solución para "prevenirnos contra las drogas", sin embargo, hoy en día la droga no sólo se distribuye en los lugares antes comunes como los centros nocturnos y discoteques, sino también al salir del teatro, del cine y hasta de los centros educativos.
Para orientar a la población, los medios masivos –sobre todo los electrónicos–están implementando algunas campañas de prevención en las que el lema trata de incitar al receptor a una vida sin drogas, pero de nada sirven estos mensajes cuando tu hijo convive con niños adictos, o cuando él está siempre solo porque no le dedicas el tiempo que necesita.
Uno de los grandes obstáculos en campañas de ese tipo es que están dedicadas a los adolescentes, quienes se encuentran en una edad en la que necesitan conocer y enfrentarse a la vida a partir de sus propias experiencias.
Para concientizarlos sobre el problema se requiere informar, orientar y motivar a un cambio de actitud que parta desde la identificación de las adicciones como un problema multifactorial, que puede prevenirse desde la familia a partir de la forma en que nos relacionamos con nuestros hijos, con nosotros mismos y con los demás, hasta tener la capacidad de brindar servicios y apoyos para la rehabilitación.
Los alcances que tienen los medios de comunicación podrían ser una fuente de apoyo en programas de prevención, no sólo de drogas, sino de cualquier otro problema de salud.
Sin embargo, dadas las características de los mensajes actuales, son pocos los alcances al respecto, no van más allá de la prohibición y de la relación droga-muerte.
Ante esta realidad, la estrategia a seguir parece que no es la de rechazar las "malas compañías" ni reforzar la idea de que las "drogas destruyen" y que "es mejor vivir sin drogas", más bien podemos centrarnos en evaluar cuáles son los factores que ponen en riesgo a los adolescentes, para atender y prevenir a partir de acciones concretas.
No es suficiente conocer las consecuencias mortales de las drogas, también debemos concientizarnos de que éstas son un problema individual, familiar y social, originado por varios factores como la baja autoestima, el abandono de los hijos, la falta o poca comunicación entre padres e hijos, el maltrato, la depresión, la falta de oportunidades para desarrollarse, la soledad, el desamor, la curiosidad, el rechazo, las carencias económicas, la falta de una identidad propia, etcétera. Por eso yo lo invito a que la próxima vez que veamos un mensaje antidrogas, tratemos de cuestionarnos los verdaderos alcances que podemos tener si continuamos prohibiendo, en vez de prevenir a través de acciones concretas, que subsanen nuestras necesidades a lo largo de nuestra vida. Quizá mejor debemos aprovechar estos mensajes para preguntarnos: ¿qué estoy haciendo como padre, maestro, abuelo, tío, para que la gente cercana a mí no consuma drogas?

Clara León Ríos. "Prohibir, no es la solución", en Revista Liben Addictus
Núm. 22, Año 4 de septiembre
de 1998, p. 22-23.

 
     










   
 


En relación con aborto y autonomía la trama se complica mucho más, por la definición de lo que es “ser humano” durante la gestación compleja.
Las 750 palabras que me permiten los editores de La Jornada, son insuficientes para cualquier gesta que lidie con el tema del aborto. Así que para que el producto de estas líneas llegue a buen término –hablo conmigo–, lo prolongaré, como escritos independientes, durante dos o tres semanas. Al escenario bioético habrán de agregarse las razones a favor y en contra del aborto, los números como sinónimo de la realidad, el papel de la mujer como gestante pero no como receptáculo de fetos, las controversias morales y las preguntas de las preguntas.
Temas tan delicados como el aborto, la eutanasia, o la clonación, deben leerse bajo el prisma de la bioética y la realidad social y particular del individuo.
Cada persona debe estudiarse como un caso independiente y bajo un enlistado rígido de la ideas. Las normas bioéticas son una guía moral que orienta a médicos, sociedad e individuo. Son cuatro los principios: 1 respeto por la autonomía (norma que avala la capacidad de decidir de las personas autónomas); 2 ausencia de maleficencia (concepto que evita causar daño); 3 beneficencia (grupo de preceptos diseñados para proveer beneficios y balancear beneficios contra riesgos y costos), y 4 justicia (grupo de normas para distribuir beneficios, riesgos y costos objetivamente). Si bien la beneficencia y la no maleficencia han jugado un papel histórico en la ética médica, en las últimas décadas, la autonomía y la justicia son igualmente importantes debido a los cambios que han experimentado sociedad e individuo. En el caso del aborto, la autonomía es el eje central de la discusión.
Sin afán académico, menciono a vuelapluma que, desde 1789, en la Declaración de los Derechos del Hombre, la autonomía es el principio más fundamental y propio del ser humano, entendido como 'la libertad de realizar cualquier conducta que no perjudique a terceros'. Lo mismo sugirieron J. S. Mill o Kant, quien colocó el principio de autonomía como base de su ética, porque consideró que la base de la autodeterminación de la voluntad es lo que define a los actos morales. Es evidente que los conceptos anteriores no son aprobados por la mayoría de las religiones y, de ahí que en muchos sentidos, los problemas relacionados con el aborto son irresolubles. Las razones son simples; la pregunta ¿es el ser humano autónomo?, ofrece respuestas antagónicas, sin encuentro.
Para quienes piensan que el individuo sí es autónomo, el aborto es una decisión que le "pertenece, en la pareja, a la mujer preferentemente". En cambio para quienes consideran que la persona no es autónoma, el aborto es un atentado contra la vida y por ende, contra Dios.
La autonomía mezcla la libertad de realizar conductas unidas con el manto de la realidad social y económica del interesado. Este atributo como ya se dijo, excluye cualquier acción que pueda ser en detrimento del otro o de los otros y es una decisión individual. Como en pocos casos del saber humano, el aborto requiere tolerancia, respeto y conocimiento de la realidad. Sin esas armas todo diálogo deviene en sordera.
En relación a aborto y autonomía la trama se complica mucho más, pues la definición de lo que es "ser humano" durante la gestación es compleja; no existe al respecto consenso entre médicos, eticistas y teólogos. Es decir, el problema no es uno, sino son dos: madre y producto. Para la mayoría el meollo central gira en torno al asesinato que supone acabar con el embrión. Otras corrientes agregan, además, que la madre carece incluso del derecho de ejercer sobre su propio cuerpo, y esto nos regresa al problema del derecho de gobernarse a sí misma.
Cuando una mujer aborta motu proprio, suele hacerlo después de haber sumado conciencia y realidad, y a sabiendas que esta acción, siempre plagada de inmenso dolor, es la óptima para su contexto – enfermedad, otros hijos, abandono, pobreza, etcétera. Suele hacerlo ejerciendo su autonomía y como manifestación última para preservar su entorno y su vida. Acorde con múltiples estadísticas, sobre todo aquellas que siguen el destino de las mujeres pobres y desprotegidas, religiosas o no, el derecho al aborto es el derecho a la vida.

Arnoldo Kraus, "Aborto, el escenario bioético", La Jornada, 23 de agosto de 2000, p. 28.

 
     






   
 



odos los días leemos en los periódicos y escuchamos en el radio o en la televisión, noticias acerca de las guerras en diversas partes del mundo que acaban con poblaciones enteras; acerca de la lucha de muchos por mantener un derecho; sobre la violencia en las ciudades; sobre los miles de personas que mueren por la falta de alimentos. Estas noticias nos están indicando el grado de violencia que nos rodea.
Probablemente hemos sido testigos de algún tipo de violencia muy cerca de nosotros, en nuestra comunidad o barrio, o hemos sido víctimas de la violencia, o nosotros hemos sido los violentos cuando le gritamos a otra persona, la insultamos, la amenazamos o la golpeamos.
Aunque se expresa de muchas maneras, la violencia es cualquier acto que atenta contra los derechos, la voluntad y la integridad física y emocional de las personas, o que afecta sus relaciones sociales.



Sin embargo, cuando se dan conductas agresivas dentro del hogar, que dañan el cuerpo, alteran las emociones, el bienestar personal o la libertad de cualquiera de los integrantes de la familia, ¡sí existe violencia!, se llama violencia intrafamiliar.
Este tipo de violencia se manifiesta principalmente de los hombres adultos hacia las mujeres en primer lugar y, en segundo, hacia los niños, los ancianos y las personas con alguna discapacidad física o mental. Cuando es la mujer quien agrede, la violencia la dirige principalmente hacia sus hijos e hijas.
Las formas que puede tomar la violencia dentro del hogar son muchas, por ejemplo:

  • Acciones aparentemente sin importancia como empujones, golpes en el cuerpo, en la cara, en la boca, en la cabeza; golpes en el vientre durante el embarazo, encierro forzoso, encadenamiento o privación de alimentos. Es violencia física.
  • Gritos, insultos y amenazas de golpes o castigo. Es violencia verbal.
  • Indiferencia, amenazas de separación o abandono, de causar daño a los hijos o seres queridos, actitudes de desprecio, limitación del gasto para cubrir las necesidades más elementales, ofensas acerca del cuerpo y humillaciones. Es violencia psicológica o emocional.
  • Abuso o acoso sexual, es decir, desde tocamientos, miradas, caricias que quien recibe no desea… Es violencia sexual.

Lo que hay que tener en cuenta es que la violencia, sea cual sea la forma en que se manifiesta, siempre tiene consecuencias. Éstas pueden ser sobre la salud física y mental, o sobre el bienestar material de la familia. Quienes viven la violencia, al mismo tiempo que sufren consecuencias sobre su salud física, también ven disminuida su autoestima; su capacidad para relacionarse con otras personas; su confianza en sí mismos y en los demás, y su creatividad.
Los niños y las niñas se vuelven tristes y agresivos, no pueden asumir responsabilidades dentro de la familia o en la escuela, no se asean, no estudian, no son respetuosos, se van refugiando en amistades que tienen conductas peligrosas para ellos mismos y reprobadas por la ley como el alcoholismo, la drogadicción y la delincuencia. Además, esos niños y niñas se van convirtiendo en los futuros agresores de sus hijos, porque es la única manera que conocen de convivir y de relacionarse.
También dentro de las consecuencias más frecuentes están la desintegración de la familia y la huida de los niños y de las niñas del hogar, entonces toman la calle como casa y son víctimas de nuevas formas de violencia, esta vez por parte de las autoridades o de las personas que tienen rechazo por ellos.