La impermanecia

¿Qué es nuestra vida sino una danza de formas efímeras? ¿No está todo cambiando constantemente, las hojas de los árboles del parque, la luz de su habitación mientras lee esto, las estaciones, el clima, la hora del día, la gente con quien se cruza en la calle? ¿Y nosotros qué? ¿Acaso no nos parece un sueño todo lo que hemos hecho en el pasado? Los amigos con los que crecimos, los lugares favoritos de nuestra infancia, las creencias y opiniones que en otros tiempos tan apasionadamente defendíamos: lo hemos dejado todo atrás. Ahora, en este instante, leer este libro les parece algo vívidamente real. Pero incluso esta página no tardará en ser sólo un recuerdo.

Las células de nuestro cuerpo mueren, las neuronas de nuestro cerebro se deterioran, hasta la expresión de nuestra cara está siempre cambiando según nuestro estado de ánimo. Hoy estamos contentos porque las cosas marchan bien; mañana sentimos lo contrario. ¿Adónde se fue aquella sensación de contento? Nuevas influencias nos dominaron cuando cambiaron las circunstancias. Somos impermanentes, las influencias son impermanentes, y en ninguna parte hay nada sólido ni duradero que podamos señalar.

¿Qué puede haber más imprevisible que nuestros pensamientos y emociones? ¿Tiene usted idea de lo que va a pensar o a sentir la semana que viene?

Nuestra mente, en realidad, es tan vacía, tan impermanente y efímera como un sueño. Observe un pensamiento: viene, permanece un tiempo y se va. El pasado ya ha pasado, el futuro aún no ha surgido e incluso el pensamiento presente, mientras lo experimentamos, se convierte en pasado.

Lo único que tenemos en realidad es el ahora.

Esta existencia nuestra es tan pasajera como las nubes de otoño. Observar el nacimiento y la muerte de los seres es como contemplar los movimientos de un baile. La vida entera es como un relámpago en el cielo; se precipita a su fin como un torrente por una empinada montaña.

buda


Sogyal Rimpoché, El libro tibetano de la vida y de la muerte,
Urano, México, 1995, pp. 48-49.