1999

El último escenario

Cuando el siglo termina México enfrenta una nueva realidad: once partidos políticos, de diversas tendencias, orígenes y peso real, intervienen en la lucha por la Presidencia de la República, cuyo proceso electoral culminará en julio del año 2000.

Si la finalidad y destino de toda revolución no es sino una redistribución del poder, la actual circunstancia mexicana –al menos en lo electoral– es la última fase de ese cataclismo armado-social-político que en momento de exaltación nacionalista fue llamado el primer movimiento social del siglo XX y que como todos los que la sucedieron en el convulso mundo contemporáneo, terminó la centuria siendo algo muy distinto a lo inicialmente propuesto: la Revolución Mexicana, con mayúsculas si se pudiera doradas.

La dictadura de Díaz tuvo eficacia y permanencia porque se sustentaba, entre otras cosas, en un conocimiento absoluto de la condición nacional: la exaltación de la figura autoritaria patriarcal, de los Tlatoanis a los emperadores; de las Altezas Serenísimas odiadas y recuperadas, del patricio impasible al respetuosísimo Don Porfirio, los mexicanos hallaron la condición suficiente para ver a quién seguir sin importar lo pedregoso del sendero.

La Revolución buscó –y logró– una homogenización ciudadana, ya que nunca logró hacerlo ni étnica ni social ni culturalmente. La igualdad jurídica y su reconocimiento pleno y su vigencia, son quizá los mayores logros de este siglo.

Y en poco tiempo, el fomento de la participación política, la incursión en la vida pública, la militancia abierta, el compromiso proclamado, son una corriente implacable. Del país del caudillaje ensangrentado, al de las instituciones controladas por el cerebro del Partido, México derivó en una nación de concurso político. El PRI que perdió la gubernatura de Baja California en 1989 y le dio entrada a la posibilidad de alternancia –o alternatividad, como dice Felipe González–, y cuya derrota fue casi festejada por el entonces presidente del Comité Ejecutivo Nacional, Luis Donaldo Colosio, no existe más.

En el último quinto del siglo se cerró el círculo que comenzó con la demolición del porfiriato. La prolongada etapa de un partido que dada su ubicuidad parecía no serlo, sino asemejaba más un gran sistema de distribución, también se ha ido.

El próximo año, aun cuando gane, como es previsible, el PRI tendrá que comenzar su transformación real, no su interminable labor de maquillaje. Aun cuando estén fragmentados y dependientes, a pesar de que su nacimiento y organización dependen más de ansias personalistas, los pequeños partidos nacidos al amparo de la modernidad, existen y representan –en conjunto– una fuerza nada desdeñable en la evolución de la vida mexicana.


8 de septiembre. Debate entre los precandidatos priístas a la Presidencia de la República: Manuel Bartlett, Francisco Labastida, Roberto Madrazo y Humberto Roque Villanueva.

12 de septiembre. Vicente Fox es electo candidato a la Presidencia por el PAN.

27 de septiembre. La propuesta para firmar una alianza opositora para contender por la Presidencia en contra del PRI está muerta antes de nacer. El PAN no aceptó la propuesta hecha por un consejo de notables.

29 de septiembre. Rosario Robles asume la jefatura del gobierno capitalino.

3 de noviembre. Samuel Ruiz cumple 75 años, edad límite para ocupar el cargo de obispo, por lo que en fechas próximas deberá ser nombrado un sucesor.

7 de noviembre. Por primera vez en la historia del PRI, se realizan comicios abiertos para elegir candidato a la presidencia. Cerca de 10 millones de mexicanos votan y Francisco Labastida Ochoa triunfa en el 91 por ciento de los distritos electorales.