1968

“Todo es posible en la paz” (1)

El espejo humeante de Tezcatlipoca reflejaba en su negra superficie la honda tragedia del país cuando, sobre el cráter figurado en la estructura del estadio, cinco enormes aros olímpicos ascendieron en la limpia atmósfera de la región más transparente del aire cantada por Netzahualcóyotl, con palabras que rescataría Alfonso Reyes para que Carlos Fuentes diera título a su celebrada novela. Pues en 1968 fue la olimpiada mexicana.

Queta Basilio, una móvil y larga pincelada de belleza, envuelta en los sonidos de caracolas y teponaxtles sobre la partitura de Jiménez Mabarak, recorrió a paso gimnástico, con la antorcha encendida por el sol de Olimpia, la periferia completa de la pista para subir la elevada escalinata que la conduciría al pebetero y, tras saludar con el fuego olímpico a 80 mil espectadores, casi 9 mil delegados de 113 países y la memoria amarga de los muertos en la tragedia paralela que México sufría, aplicó la flama a los chorros de gas que habían de mantenerla viva durante los 15 días de la decimonovena olimpiada.

No es cierto que, como en el colmo de una insensibilidad inconcebible, escribiría Avery Brundage, presidente del Comité Olímpico Internacional, "durante esos 15 días, el mundo pudo olvidarse del crimen y corrupción, desórdenes y guerras", pues durante ese lapso, paralelamente a su encargo original, los cronistas especializados en deportes debieron transmitir las noticias de sangrientos episodios de represión. Pero sí es verdad que la olimpiada constituyó un ejercicio singular de imaginación, capacidad organizativa y lujo cultural.

En lo deportivo se mejoraron 15 marcas olímpicas, dos fueron igualadas en 25 disciplinas, de las 36 que componen el atletismo, se superaron los registros olímpicos.

El domingo 27 de octubre la olimpiada fue clausurada en el estadio México 68. Ochocientos mariachis bajo la batuta de Silvestre Vargas, entre la penumbra de la tarde-noche, echaron a volar la nostalgia de Las golondrinas. Las banderas hicieron su último saludo. La fiesta terminó.

Afuera, llorando a lágrima viva México permaneció en su mapa.

1 Lema de los XIX Juegos Olímpicos. México, 1968.


Inauguración de la Villa Olímpica, 17 de septiembre de 1968.

Arriba, aros olímpicos en la Ciudad de México. Izquierda, Enriqueta Basilio a punto de encender el pebetero en la inauguración de las Olimpiadas, en el Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria, 12 de octubre de 1968.

23 de septiembre. Barros Sierra presenta su renuncia que no le es aceptada por el Consejo Universitario.

30 de septiembre. El ejército se retira de CU.

5 de octubre. Granaderos y miembros de la Dirección Federal de Seguridad allanan instalaciones de la Escuela Normal.

29 de octubre. El ejército abandona el IPN y son devueltas las instalaciones a las autoridades.

4 de diciembre. El CNH acuerda terminar la suspensión de labores y dos días después se declara disuelto.

30 de noviembre. En el Toreo de Cuatro Caminos, Joselito Huerta intenta darle un muletazo de rodillas a Pablito, de don Reyes Huerta, el toro se vence y le inflige una cornada casi mortal en el vientre. Trigio Mendoza, quien le sirvió las espadas durante 19 años, nos comenta que ya en el hospital, al preguntarle que porqué no se había parado cuando vio que el toro lo iba a enganchar, El León de Tetela respondió: “¿Para que después la gente dijera que tuve miedo?”. Torero grande, conocedor y valiente, tomó la alternativa en Sevilla y pan muchos, dominó el toreo en México de 1955 a 1971.

Joselito Huerta