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Te llamaré María, como mi abuela. Me gusta
ese nombre porque viene de mar y el mar
es la madre de todo, es el origen de la vida.
Así se llamaba la viejita. ¿Si vieras cuánta
ilusión tenía ella de conocerte y de cargarte
en sus brazos?
Una tarde, poco antes de que tú nacieras,
sentada en ese mismo sillón tejía esta chambrita
de color paja que ahora llevas:
—Dos derechos, un revés, dos derechos,
un revés.
Repetía la cantaleta en voz lo suficientemente
alta para que yo pudiese oír la instrucción:
—A ver si así aprendes, que ya es tiempo
de que sepas las labores de las mujeres.
Las
muchachas de ahora, como tú, ya no saben
otra cosa más que de bailes. |
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* Flor María Vargas. Primer lugar del Concurso “Relato a mi hijo” convocado por el Instituto Nacional para la Educación
de los Adultos, 2003. |
En eso levantó la vista, detuvo el tejido y
me dijo:
—Si tienes una niña, no le pongas un
nombre raro de esos que acostumbran tan
difíciles de decir y peor para escribirse, ya ves
mi hija cómo batallo yo para poder escribir
el nombre ése que te puso tu padre, Xóchitl,
que dizque quiere decir “Flor” en el idioma
de los aztecas.
Con un dedo levantado, trazó en el aire
grandes letras imaginarias: equis, e, che, u,
te, ele, para formar la palabra Xóchitl. |
…no sabía leer y se lo dije:
Yo no sé leer. ¡Ah! pues si
quiere yo le enseño,
me contestó.
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—Pero no es culpa de tu padre, ya sé, eso
es lo que me vas a decir, es de tu abuelo que
le dio por leerse todos esos libros sobre los
indios que vivieron hace mucho tiempo.
Tantas veces me leyó esos libros mi viejo que
hasta me aprendí los nombres y las historias.
Él fue quien les inculcó
a sus hijos esos cuentos.
Aunque no son
cuentos, son hechos de
la historia de los que
casi nadie recuerda,
eso decía mi viejo, que
no se acuerda la gente
porque le da vergüenza
reconocerse como india,
le da vergüenza su
color de piel.
En eso, dos lágrimas
le comenzaron a escurrir por los cachetes, porque has de ver que
siempre que se acordaba del abuelo, como
que se le llenaban los ojos de agüita. |
—Ya ve abuelita, ya se puso triste.
—No, cómo crees, si me lloran los ojos es
porque ya me cansé de la tejedera.
Te digo que ella se enjugó las lágrimas
con el delantal mientras suspiraba profundo
y entonces los recuerdos le fueron brotando,
poco a poco primero y luego con la misma
fuerza de un río que va creciendo después
de las lluvias:
—Cuántas cosas han pasado desde que
conocí a tu abuelo allá en el pueblo de Carichí.
Yo lo miraba pasar todas las tardes por
la placita, muy limpio y atildado, siempre
como recién peinado y con un libro en la
mano; igual que todos, pero a la vez tan diferente
a los muchachos del pueblo. Ha de
ser maestro, me decía yo. Pero no, las maestras
del pueblo eran bien conocidas y nadie
sabía que hubiera llegado otro. Luego supe
que era peón del “Rancho de Enmedio”,
pero créeme, no parecía peón. |
Un día me fijé que cruzaba la plaza rumbo
a la tienda de los Chavira y fui como que
iba a preguntar por unas
telas, me le acerqué y le
dije: ¡Oiga! ¿De qué es
ese libro que siempre
anda cargando? Es de
Historia de México, me
contestó y me lo puso
en las manos, era un libro
verde, muy viejo, pero
yo como si nada, no
sabía leer y se lo dije: Yo
no sé leer. ¡Ah! pues si
quiere yo le enseño, me
contestó. |
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A partir del día siguiente,
nos veíamos
dos o tres veces por semana
en la tienda y ahí,
sobre el mostrador, me
iba enseñando las letras.
Primeritito aprendí a escribir
mi nombre, María, y luego
el nombre de él, Pedro.
Pedro, le decía yo, pero cómo
sabe usted. Porque él todo
el tiempo me contaba hechos
de la Historia de México. Y sí,
Pedro sabía mucho porque era
muy leído, en cambio yo, aprendí
muy poquito.Pues ahí tienes que de tanto y
tanto que nos veíamos, un día me dijo
Pedro: Mariquita, yo la quiero a usted. |
¿Quiere irse conmigo?
No la pensé ni dos
segundos y le dije que
sí, era lo que yo estaba
esperando. Esa
misma noche, me fui
con él y al día siguiente
nomás fui por mi
ropa. ¿Te asombra?
Así se estilaba antes
m’hija, éramos tan pobres
que no había para
la iglesia, el vestido y
todo eso. ¿Pero qué
importa, si duramos
juntos toda la vida?
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Al año nació m’hijo Cuauhtémoc y dos
años después Moctezuma, tu papá. Pedro
quiso que así se llamaran y pos ni modo. El
padrecito de la parroquia rezongaba cuando
los llevamos a bautizar, que porque no eran nombres de santos cristianos, y mi viejo nomás
le decía: Pos si no quiere me lo llevo y
que se quede así de gentil, que al cabo ni falta
le hace esa agua. Él no creía, nunca creyó
en los curas. Si Juárez viviera, decía, los pondría
en su lugar. |
lo que había aprendido con
tu abuelo
era muy poquito
y yo quería saber más |
Un día, Pedro quiso que nos viniéramos a
la ciudad y nos trepamos los cuatro sobre
los troncos de un camión trocero. No se me
olvida la visión que tuve cuando llegamos,
ya era de noche y de lejos la ciudad parecía
como un lago de puras luces. |
Pedro en esa época
entró a trabajar a
la embotelladora de
refrescos, pero como
él todo el tiempo con
sus palabras defendía
los derechos de los
pobres, de los obreros
y de los campesinos,
por algo había
leído tanto, terminó
haciéndose del sindicato
cuando la huelga
aquélla y se los
cargaron m‘ hija. Ya
tenían como 60 días
en huelga cuando llegó el ejército y a unos
los golpearon y a otros los arrestaron. En la
balacera, dicen, hubo varios muertos. |
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A mi Pedro se lo llevaron a la penitenciaría. ¡Qué momentos tan tristes! ¡Ojalá que a ti nunca te pase que uno de tus seres queridos está preso, por ningún motivo! A ellos los acusaban que dizque del delito de disolución social y asociación delictuosa, y no se cuántas cosas más que no eran ciertas. Lo bueno de eso es que conocimos a mucha gente que nos ayudó, los abogados que defendieron a los trabajadores y a compañeros y compañeras que todo el tiempo estuvieron con nosotros.
La mujeres nos íbamos a vender gorditas y tacos a la Plaza del Cartero, la que está frente a la penitenciaria, y así la íbamos sacando, lavando y planchando ajeno, porque pos con los viejos en la cárcel de algo
teníamos que vivir y darles de comer a los chamacos. |
Seis meses después salieron, entonces tomamos
la decisión, ya organizados, de venirnos
a invadir estos terrenos y levantar
aquí nuestras casas. Trabajábamos muy duro
m’hija, tu abuelo llegaba por las tardes y
luego de comer algo,
se ponía junto con los
chiquillos a fabricar los
ladrillos de cemento,
a levantar paredes, a
aplanar el piso y todo
lo que fuera saliendo.
Los domingos nos íbamos
todos a las asambleas
para tomar
acuerdos y formar las
comisiones, que si la
luz, que el agua, el
drenaje, la escuela para
los niños, las canchas para los jóvenes,
nunca faltaba qué hacer.
En una de esas asambleas llegaron los estudiantes
de la Universidad y nos preguntaron
que quiénes no habíamos terminado la
primaria y yo levanté la mano. |
cuando llegamos, ya era de
noche y de lejos la ciudad
parecía como un lago
de puras luces. |
La verdad m’ hija es que lo que había
aprendido con tu abuelo era muy poquito y
yo quería saber más, así fue que me metí a
la escuela para adultos. Cuando me pidieron
que escribiera los nombres de mis hijos, pos
no pude, por lo difíciles que estaban. Me
costó mucho trabajo aprender a escribirlos y
me costó más terminar la primaria. |
Pero de eso m’ hija es de lo que me siento más orgullosa. Imagínate cómo me sentía
porque ya podía leer los libros de tu abuelo y enterarme por mi misma de quién era ese
Cuauhtémoc o el tal Moctezuma, y lo más importante: ponerle el ejemplo a los chamacos para que le echaran ganas al estudio, porque, finalmente, uno de pobre, lo único que les puede dejar es el estudio.
A los pocos días murió
la viejita. Una madrugada
se levantó sin hacer ruido
y se acomodó en este sillón
que era su favorito. |
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…pero como él todo el
tiempo con sus palabras
defendía
los derechos de
los pobres, de los obreros
y de los campesinos,
por
algo había leído tanto. |
Le gustaba levantarse antes de que saliera el
sol, sentarse aquí y saludar a las vecinas que
para esas horas empiezan a pasar rumbo a
la parada de la ruta de la maquila. Decía ella
que porque de esta ventana se ve muy bien el amanecer, pero esa vez no alcanzó, se
quedó quietecita, con el libro verde en el
regazo. No sufrió, simplemente su corazón
dejó de latir. La venimos a encontrar en la
mañana, tan serena, el cabello trenzado,
blanquísimo, cayéndole sobre el hombro. |
Ahora que por fin te tengo en mis brazos,
mi niña, y veo en tu rostro moreno los mismos
ojos rasgados de la viejita y el mismo
gesto inteligente del abuelo Pedro, cuando
algo le despertaba la curiosidad, tomo en
mis manos tus manitas que parecen dos pichoncitos
color canela y más me convenzo
de nombrarte María, como mi abuela. |
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