Crack, crack, crack, tronaron los cascarones de los patitos. Crack, crack, tronó un rato después el último cascarón. Cuando los patitos lo vieron estirar sus largas patas y su cuello se rieron y burlaron de él.
El patito feo quiso olvidar los comentarios. Se unió a ellos. ¡Qué desgarbado!, le decían.
Sus ojos se empañaron y él se repetía: ¡Qué feo soy, qué feo! Los patitos lo rechazaron y picotearon.
¡No lo querían! El patito feo se ocultó entre los carrizales muy triste.
Seguía repitiéndose: ¡Qué feo soy, qué feo! Pasaron los días y el patito feo creció. Estaba fuerte, su plumaje brillaba con el sol. Se fue a nadar a la laguna y miró su reflejo en el agua; era garboso, elegante. Pero él seguía repitiéndose: ¡Qué feo soy, qué feo!
¡Era un cisne! |