Cuando hablamos de que un objeto flota,
probablemente pensamos en un barco o un submarino que puede sumergirse
en el océano. Pero seguramente no pensamos en objetos que
flotan en el aire, aunque de niños jugamos con globos llenos
de helio, o vimos globos aerostáticos. Sin embargo, para
todos es claro que no todo flota en el aire o en el agua. ¿Por
qué algunos objetos pueden flotar? ¿Qué es
lo que permite que esto suceda?
Los griegos también se habían hecho
estas preguntas. Una leyenda cuenta que Arquímedes (287-212
a. C.), como sabio de Siracusa, fue llamado por el rey Hierón
II, quien deseaba confirmar si su corona estaba hecha solamente
de oro como decían los artesanos que la habían fabricado,
o si también le habían puesto plata.
Se dice que, al estar en el baño público,
Arquímedes observó que al introducirse en el agua,
el nivel de ésta subía. Consideró que la cantidad
de agua desplazada estaba en relación con su peso. Pensó
entonces que con la corona ocurría lo mismo y como el peso
(en realidad la masa) dependía de su densidad, una corona
que no fuera sólo de oro, desplazaría una cantidad
de agua diferente a una de oro puro. Esta experiencia dio pauta
para que Arquímedes resolviera el problema de la corona,
pero además le permitió establecer lo que ahora conocemos
como principio de Arquímedes: |