Antología

2. La violencia estructural y sus efectos*

Pablo es un niño de 10 años, vive con su familia en una colonia modesta, su padre es plomero, aunque no siempre tiene trabajo, además es alcohólico, desobligado y muy autoritario. Su madre hace trabajo de maquila en su casa, al tiempo que intenta arreglárselas para atender a Pablo, a sus dos hermanas y dos hermanos menores que él.

Hasta hace unos meses, Pablo tenía una amiga que era hija única, y su familia tenía una posición económica más desahogada. Ella lo invitaba con frecuencia a su casa a la salida de la escuela, allí comían, jugaban, hacían la tarea juntos y veían televisión. A la mamá de Pablo no le agradaba mucho que lo hiciera, pero cuando estaba muy ocupada y le venía bien, lo dejaba ir; en cambio, si estaba de malas, no le daba permiso; sin darle la menor explicación, lo tomaba de la mano a la salida de la escuela y se lo llevaba rápidamente a casa. Cuando Pablo le preguntaba por qué no lo dejaba ir, la respuesta sólo era: “porque lo digo yo y basta”.

Un día Pablo escuchó que su papá le decía a su mamá que sería mejor sacarlo de la escuela, que para qué estudiaba si ya sabía leer y hacer cuentas y estaba grandecito para ponerse a trabajar; así tendrían más ingresos familiares.

Al enterarse de esto, la maestra de Pablo, una mujer muy sensible y que lo apreciaba mucho, fue a hablar con su mamá para convencerla de que lo dejara seguir estudiando; le explicó lo inteligente y talentoso que él era y lo importante que era que continuara estudiando y preparándose. Incluso le ofreció apoyarla con lo que necesitara para que su hijo continuara sus estudios. La mamá le contestó a la maestra que no se metiera porque no era asunto suyo y que en su familia el que mandaba era su marido.

Después del incidente, Pablo se llevó tremenda reprimenda, acompañada de unos cuantos golpes de parte del papá. Cuando él le preguntó por qué no aceptaban el apoyo que les ofrecía la maestra y lo dejaban seguir estudiando, simplemente le contestó que él era el que mandaba.

A pesar de todo, Pablo siguió en la escuela, pero en el turno vespertino para que pudiera trabajar por las mañanas. Su mamá siguió igual de autoritaria, no le daba permiso de nada, no podía salir con amigos ni llevarlos a casa; cuando preguntaba por qué, la respuesta seguía siendo la misma: “porque lo digo yo”.

Con el tiempo, Pablo dejó de intentar dar su opinión a sus padres porque aprendió dos cosas: que su opinión no cuenta ya que sólo ellos pueden tener la razón, y que su obligación es obedecer.

Ahora, cuando Pablo está en casa, además de hacer su tarea, debe ayudar a su hermano con la suya. Lo hace de muy mala gana y lo regaña para que no se distraiga o para que repita lo que está mal. Si el hermanito le pide una explicación, la respuesta que recibe es siempre: “porque lo digo yo”. También se la pasa dando órdenes a las hermanas pequeñas para que le hagan favores y no les permite divertirse porque lo distraen. Si ellas preguntan por qué deben hacer lo que él dice, la explicación es la misma: “porque lo digo yo”.

Sin duda, Pablo ha aprendido que cuando se tiene el poder ante alguien, hay que saberlo aprovechar y abusar de quien no lo tiene.

*Adaptación de una historia elaborada por Roberto A. Guadarrama Barretero.